A quienquiera que tuvo la idea de dividir en dos películas separadas la adaptación cinematográfica de Wicked, el exitoso musical de Broadway que reimagina El mago de Oz desde la perspectiva de las dos brujas -la buena y la mala- de la historia creada por L. Frank Baum, hay que reconocerle la astucia; después de todo, la productora del díptico, Universal Pictures, va a ganar muchísimo más dinero gracias a la decisión. Dicho esto, incluso los espectadores que acogieron con entusiasmo la primera parte, estrenada hace ahora un año -especialmente ellos, tal vez-, se sentirán ahora decepcionados por la segunda, y eso es algo que no debería sorprender a nadie si se tiene en cuenta que, según todas las personas que han visto la versión teatral original de Wicked, su primer acto es mucho más sólido que el segundo; al parecer, contiene casi todas las mejores canciones de la obra y sus números más espectaculares, y desarrolla casi en su totalidad la relación entre sus dos protagonistas, mientras que la segunda mitad acumula mensajes moralizantes, interludios musicales mediocres y demasiadas referencias a El mago de Oz.
En Wicked (2024), recordemos, Elphaba (Cynthia Erivo) y Glinda (Ariana Grande) se conocen en la escuela, se convierten rápidamente en rivales y luego en las mejores amigas . Cuando finalmente conocen al Mago de Oz (Jeff Goldblum), se sorprenden al descubrir que es un charlatán, y que necesita a Elphaba —que, a diferencia de él, sí tiene verdaderos poderes mágicos— para transformar la ciudad en la distopía racista y autoritaria de sus sueños. Elphaba se rebela contra la amenaza del fascismo, y es declarada enemiga del pueblo. Glinda no está de acuerdo con que el mago tirano esté convirtiendo su mundo en una dictadura paranoica, pero en Wicked: Parte II tampoco se aleja de su lado, porque ella misma es adicta al poder y está desesperada por demostrar su valía como bruja, aunque carece de habilidades reales como tal. En todo caso, empieza a cuestionarse sus decisiones y, llegado el momento, Elphaba se sacrificará deliberadamente para darle a su compañera el poder de generar cambios desde dentro del sistema, asumiendo el papel de villana en pos del bien común.

Entretanto, y mientras vemos cómo las criaturas de Oz son despojadas de sus voces y de sus derechos, Wicked: Parte II esboza paralelismos entre ese mundo y el nuestro. Pero, pese a los discursos -hablados o cantados- que incluyen sobre el aciago destino que se cierne sobre la gente y los animales de la ciudad, ni esta película ni su predecesora ofrecen un verdadero retrato del universo en el que transcurren. Sí, incluyen castillos magníficos, panorámicas espléndidas y lo que se convertirá en el mítico camino de baldosas amarillas, pero sus ciudadanos no son más que multitudes, coros y planos de recurso. En lugar de sustancia política o personajes secundarios memorables, Parte II está más llena de paja que un espantapájaros. Incluye un entreacto que resume parte de la música —y los números de baile virales de Glinda— de la primera película, varias baladas insípidas, una secuencia de acción en la que Elphaba ataca a los secuaces del mago mientras construyen el citado camino, y poco más. Si en la primera película Elphaba y Glinda aparecían juntas con frecuencia, Erivo y Grande pasan la mayor parte de esta secuela aisladas cada una en su propia línea narrativa, y entretanto los chirriantes efectos digitales con los que el director Jon M. Chu atiborra la película punto están de echar a perder cuanto el vestuario, el diseño de producción y la cinematografía logran expresar mediante el uso del color, el encuadre y la escala.
La acción de Wicked: Parte II transcurre tanto antes que la de El mago de Oz como de manera simultánea a ella, por lo que su historia también se ve obligada a prestar atención tanto a la llegada de Dorothy como a los orígenes del Espantapájaros, el León Cobarde y el Hombre de Hojalata; tal como dictan las novelas de Baum y la película clásica de 1939, el viaje de los cuatro para conocer al Mago, ver cumplidos sus deseos y matar a la Bruja Mala del Oeste debe ocurrir. Y todo ello ocupa bastante tiempo en pantalla aunque suceda en segundo plano en su práctica totalidad; y mientras tanto, aunque apenas se relaciona con la historia que realmente importa -la que transcurre entre Elphaba y Glinda-, sí le impide llegar a una conclusión satisfactoria. ¿Resultaría eso igual de problemático si las canciones que trufan la película fueran verdaderamente memorables en lugar de mayoritariamente mediocres? Nunca llegaremos a saberlo.


