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‘Miss Austen’: una mirada necesaria al silencio que rodea a Jane Austen

Movistar+ revisa el legado de Jane Austen desde la mirada de su hermana, en un relato sobrio que aborda la memoria, el silencio y las grietas familiares detrás del mito literario

Un fotograma de ‘Miss Austen’. Movistar Plus+
Un fotograma de ‘Miss Austen’. Movistar Plus+

La miniserie de Movistar+, producida con la BBC y estrenada coincidiendo con el 250 aniversario del nacimiento de Jane Austen, llega con una premisa sencilla pero potente: mirar a la autora de Orgullo y prejuicio desde el único punto de vista que nunca pudo contestar, el de su hermana Cassandra, responsable de que más de dos mil cartas desaparecieran para siempre. Miss Austen no busca idealizar a ninguna de las dos, sino explorar las zonas grises que deja toda vida cuando se revisa desde la memoria ajena.

Dirigida por Aisling Walsh y basada en la novela de Gill Hornby, la serie alterna dos tiempos: la década de 1830, con Cassandra empeñada en recuperar y destruir la correspondencia privada de Jane antes de que caiga en manos equivocadas; y los años juveniles de ambas, cuando la escritora intenta abrirse camino en un sistema editorial que le es hostil y su familia afronta inestabilidad económica, cambios de residencia y duelos anticipados. La narración avanza con calma, más cercana al drama íntimo que al biopic tradicional, y se sostiene sobre una hipótesis verosímil: Cassandra no actuó por celo, sino por protección.

Un fotograma de ‘Miss Austen’. Movistar Plus+
Un fotograma de ‘Miss Austen’. Movistar Plus+

Uno de los aciertos de Miss Austen es no limitarse al homenaje. La serie utiliza la figura de Cassandra para plantear preguntas incómodas: ¿qué parte de la vida de una autora pertenece a la autora y cuál queda en manos de los demás? ¿Puede una hermana mayor, aun desde el amor, rehacer la historia al dictado del pudor y la moral de su tiempo? Keeley Hawes interpreta esa ambivalencia con sobriedad, lejos del arquetipo de la guardiana perfecta del legado familiar. Su Cassandra guarda afecto, sí, pero también culpa, cansancio y cierta sensación de deuda con una hermana cuya fuerza creativa eclipsó todo lo que la rodeaba.

Las escenas ambientadas en la juventud de Jane y Cassandra, interpretadas por Patsy Ferran y Synnøve Karlsen, funcionan como contrapunto a ese presente de recogida de papeles. No buscan explicar de manera explícita el origen del talento literario de Austen –algo que la serie evita con buen criterio–, sino mostrar la precariedad emocional y material sobre la que escribió: los límites sociales impuestos a las mujeres, el peso de la soltería, el horizonte estrecho que definía su autonomía económica y la vulnerabilidad ante decisiones tomadas por otros. La ficción dialoga con lo que se sabe de la autora sin caer en interpretaciones excesivamente melodramáticas.

La ambientación, luminosa y cuidada, reconstruye con precisión la vida doméstica en los distintos hogares a los que los Austen se trasladaron, y subraya las tensiones sociales de la época. Destaca especialmente el retrato de Mary, cuñada de Jane y potencial heredera de las cartas, interpretada por Jessica Hynes con una mezcla de ambición, incomodidad social y deseo de control que añade matices a la trama. Su presencia recuerda que la memoria de un personaje literario no solo se disputa por devoción, sino por capital simbólico.

Más allá de la biografía dramatizada, Miss Austen propone un diálogo inteligente con el propio universo literario de Jane Austen. Las visitas de Cassandra a la casa señorial de su hermano Edward evocan, desde la vida real, el tipo de aristocracia que la autora satirizó en sus novelas. La serie no fuerza el paralelismo, pero lo sugiere de forma sutil: detrás de la fantasía romántica de Orgullo y prejuicio hubo una observadora aguda que conocía bien los mecanismos de clase y las tensiones de la época.

El conjunto funciona porque no busca convertir a Jane Austen en un mito perfecto ni reducir a Cassandra al papel de villana doméstica. La serie reconoce que la vida literaria es también una vida atravesada por silencios, omisiones y decisiones que se toman desde el miedo, la lealtad o el deseo de preservar algo que nunca se termina de definir. En ese sentido, Miss Austen es menos una serie de época al uso que una reflexión sobre el derecho a la intimidad, la construcción del legado y el modo en que las mujeres han sido recordadas —o corregidas— por quienes más las quisieron.

Sin grandes golpes de efecto, pero con una delicadeza que evita la cursilería y una mirada más crítica de lo que aparenta, Miss Austen ofrece una reinterpretación sobria y necesaria del universo austeniano. Una pieza que complementa, más que disputa, las adaptaciones clásicas y nos recuerda que, detrás de los bailes y de los señores Darcy, había vidas reales sujetas a las presiones de su tiempo. Aquí, por fin, Cassandra deja de ser una nota a pie de página y recupera voz propia.

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