Comenzó de niña con unas mallas y unas zapatillas de ballet clásico para convertirse años más tarde en una adulta capaz de alzar piedras de más de cien kilos de peso. Nada hacía presagiar que su vida pudiera discurrir por esos derroteros cuando hace 40 años Patricia Martín nacía en Ferrol donde, que se sepa, no había en su época ninguna otra harrijasotzaile (levantadora de piedras) a la que imitar y menos aún que lograra convertirse en campeona de Euskadi de la especialidad.
Tal vez chirríe el hecho de que una gallega y, a su vez, jefa de la Unidad de Quemados en el Hospital de Cruces (Barakaldo), practique un deporte tan duro basado en la fuerza física. No debería ser así. Hace 90 años el fotógrafo Indalezio Ojanguren ya inmortalizó el 20 de enero de 1935 a una mujer llamada Dámasa Agirregabiria con una piedra cilíndrica al hombro de ocho arrobas (cien kilos) en una calle de Eibar (Guipúzcoa) junto al levantador azpeitiarra Santos Iriarte, Errekartzeko. Se cree que pudo ser la primera mujer harrijasotzaile.

“De pequeña hice mogollón de actividades extraescolares, pero eso no quiere decir que fuera una niña muy inquieta o una especie de torbellino”, recuerda Martín. Además de ballet clásico, se metió en un grupo de danzas regionales gallegas y practicó natación. “Es que mis hermanos y yo siempre nos apuntábamos a mil cosas”, precisa.
A los once años probó con el voleibol en varios equipos. Primero, en el de su pueblo, con la Compañía de María. De allí pasó al Tres Cantos porque su padre, militar de profesión, fue destinado a Madrid y toda la familia se vino con él. Más tarde acabó en el Deusto cuando se instaló la primera vez a Bilbao para trabajar.
No llegó a jugar en División de Honor, y eso que medía 180 centímetros. Su prioridad en aquella época no era otra que acabar la carrera de Medicina en la Universidad Autónoma. Tenía la ilusión de ser forense “y no cirujana plástica”. A veces, las cosas no salen como una quiere. En quinto de carrera tuvo que escoger una asignatura optativa “que me cuadrase por un año con los entrenamientos de voleibol”.

Resultó que solo podía ser la de cirugía plástica. “El caso es que me gustó y al final me decanté por esta especialidad”, apostilla. Había pocas plazas. “Unas treinta y, fíjate, ahora hay el doble”. Así que una vez aprobado el MIR solo le faltaba elegir destino. Pudo haber regresado a su tierra a hospitales como el de A Coruña o Santiago y, sin embargo, se mudó a Bilbao. “La verdad es que tomé la decisión un poco a ciegas sin preguntar a nadie”. Lo único que tenía claro es que quería trabajar en el norte de España.
Acabada la residencia en el hospital de Cruces, aún no había entrado en contacto con las piedras. Lo de practicar herri kirolak (deporte rural vasco) le era algo totalmente ajeno. Corría el año 2015, y después de estar contratada un par de meses, “me mandaron a la calle”. Como no quería trabajar en la privada encontró un hueco en Salamanca “y allí estuve otro año”.
De vuelta a Bilbao consiguió que le seleccionaran entre otros quince aspirantes para desplazarse hasta Singapur a cursar una subespecialización en cirugía de mano, “así que deje el curro e hice las maletas”. Estuvo más de año y medio en Asia de “ilegal” y, dado que el trabajo absorbía casi todo su tiempo, se vio medio obligada a buscar un hueco lejos de las batas blancas y el bisturí para disfrutar el poco tiempo de ocio que le permitía su absorbente trabajo.

Muy cerca de su hospital había un gimnasio donde empezó a practicar el crossfit, “algo que luego seguí haciendo cuando regresé a Bilbao en marzo de 2019”. Antes tuvo la suerte de que las rotaciones como residente le llevaran dos meses al Ganga Hospital de Coimbatiore, una ciudad india de un millón y medio de habitantes situada al sur del país. No podía dejar pasar la oportunidad de aprender de Raja Sabapathy, uno de los cirujanos más reputados a nivel mundial y dueño del centro hospitalario. “Es la leche de bueno”, enfatiza. Una vez acabado su periplo asiático para la subespecialización quiso seguir con el crossfit en Bilbao.
Al margen de su brillante curriculum como cirujana, el nombre de Patricia Martín brilla con luz propia en otros deportes de fuerza al margen del levantamiento de piedra. Es la actual subcampeona mundial de remoergómetro. ¿Y eso qué es? Pues son las máquinas de remo que suele haber en los gimnasios con las que se compite bien de forma presencial o bien conectando la máquina de remo a un ordenador para ver quien recorre una distancia determinada en el menor tiempo posible.
La jefa de la Unidad de Quemados en el Hospital de Cruces compite en la carrera de 500 metros, que es la más corta. “Fui campeona del open de España varias veces porque no estoy federada, en el europeo he quedado segunda dos veces y he ganado un mundial”, explica.
También quiso probar suerte en una edición del Strong Woman Spain (la mujer más fuerte de España). Su marido, Mikel Prieto, -otro médico de Cruces especialista en trasplantes hepáticos-, fue quien le convenció a dar el paso. Como el resto de las participantes tuvo que enfrentarse a una serie de pruebas bastante duras: recorrer varios metros con una lechera en cada mano de 50 kilos, llevar un yugo “que parece una portería en pequeñito” y caminar con él en los hombros, levantar una figura cilíndrica varias veces por encima de la cabeza, arrastrar una camioneta y pasar por encima de una altura un saco el mayor número de veces en un tiempo determinado.
Un descubrimiento desde 2021
Lo de levantar piedras lo descubrió en agosto de 2021. Su marido fue otra vez quien le convenció para que probase en algo que le era absolutamente desconocido hasta entonces. “Había oído hablar algo de Iñaki Perurena [el del anuncio de las cuajadas], y para de contar”, afirma riéndose. Un buen día empezó a entrenar con el navarro Félix Campos, Ogikiñe I, un antiguo levantador de piedra en la Harrijasotze Eskola (escuela de levantamiento de piedra) que tiene en Getxo. A Martín le debió gustar tanto todo aquello que a los tres meses se apuntó al campeonato de Vizcaya. “Tengo que reconocer que el deporte de fuerza me atrae mucho, Y más aún el buen ambiente que hay con la gente que entrenas o en los sitios a donde vas a competir o a realizar una exhibición”.
La harrijasotzaile gallega no lleva a cabo unos entrenamientos específicos. “Básicamente, lo que hago es levantar piedras”, señala. Otra cosa es que, en función del tipo de evento que tenga a corto plazo, elija unas piedras u otras para su preparación. Por ejemplo, en el campeonato de Vizcaya tiene que alzar tres tipos diferentes: una cilíndrica de 75 kilogramos, así como una cúbica y una bola de 62,5 kilogramos cada una. En cambio, si acude a una exhibición que se celebre en cualquier pueblo de Euskadi donde tiene que manejar piedras irregulares, adapta su entreno a las características de este tipo de material. Además, también tiene que canalizar sus entrenamientos en función del tiempo que tengas para levantar las piedras “con sesiones más largas o más cortas”.
Un récord de 113 kg
Su récord personal lo tiene con una rectangular de 113 kilos. Dentro de la categoría femenina, la mejor marca la ostenta Idoia Etxebarria con 163. La preparación física en un deporte de tanto desgaste es fundamental para evitar lesiones, “que haberlas, haylas como en cualquier otro deporte”. Sobre todo, trata de evitar algún gesto forzado “como cuando me pillé un dedo con dos piedras”. Lo que no puede evitar es que le salgan moratones, sangrar por las heridas que provocan el roce del sujetador cuando compite o mitigar el dolor que padece en el hombro izquierdo “porque tengo la zona de la clavícula algo machacada”.
Para el campeonato de Euskadi se utilizaron piedras del mismo peso con la diferencia de que las tiradas duraban tres minutos en vez de dos como en el de Vizcaya. Así, cuando pitó el árbitro, comenzó un turno de 180 segundos para que las ocho harrijasotzailes que aspiraban a lucir la txapela que se otorga a la vencedora se enfrentaran al cilindro de 75 kilogramos.
En realidad, iban a ser nueve, solo que una se dio de baja a última hora por una lesión. Los árbitros contabilizaron el número de alzadas de cada concursante y sumaron el peso total que habían conseguido levantar en esa tanda. Tras un descanso de alrededor de 15 minutos, y siguiendo siempre el orden previamente establecido, las concursantes se enfrentaron a la cúbica de 62.5 kilos, y tras otra breve interrupción, se las vieron con una bola del mismo peso. Concluida la prueba los árbitros sumaron los kilos levantados en las tres alzadas y ganó la que había conseguido llevarse al hombro más cantidad de peso, es decir, Patricia Martín.
¿Y si hay empate? También está previsto. Gana la que haya dado menos peso en la báscula antes de la competición. La gallega oscila entre los 86 u 87 kilos, lo que ocurre es que esos números no coinciden con el peso dado en los momentos previos al campeonato. La explicación es bastante sencilla: “es que ante ellos [árbitros] me peso vestida”.
La jefa de la Unidad de Quemados en el Hospital de Cruces se muestra bastante sincera a la hora de reconocer que ser la campeona de Euskadi no le hace necesariamente ser la mejor harrijasotzaile. “Había una que era la favorita que es un tía que levanta de puta madre y súper rápida, lo que ocurre es que le dio una pájara”. Se refiere a la guipuzcoana Ainitze Zumeta, que resultó ganadora en la edición del año pasado. “En la última piedra pinchó, y como iba cerca de ella, la adelanté”, precisa como restando algo de mérito a su victoria.
Un ritual curioso
Como cualquier deportista tiene sus manías y sus preferencias. “El cubo de 63 kilos es el que me resulta más fácil de levantar”. Y es que no todo es fuerza bruta. También se necesita técnica, sobre todo a la hora de apoyar la piedra en el cuerpo para colocarla de una forma u otra en el hombro en función de si es cúbica, cilíndrica o en forma de bola. “La más difícil, sin duda, es la irregular porque una siempre es distinta a la otra y tienes que tener un mogollón de recursos para sacarla adelante”, explica. Antes de cada prueba tiene su propio ritual. No habla con las piedras. Sola las mira “normalmente con asco”, dice entre risas.
Una gallega entre mayoría vasca
Luego las coge de donde están guardadas para llevarlas al lugar donde tiene que levantarlas “y es cuando te das cuenta de que pesan tres toneladas”. Cuando llega el momento de alzarlas “la historia cambia, pero moverlas me da una pereza horrorosa”.
Su acento gallego llama la atención en una disciplina donde el resto de mujeres son todas vascas. Por eso, al principio, no le resultaba extraña la pregunta de “¿y tú, cómo te metiste en esto?”. Esa curiosidad no le hizo sentirse distinta a las demás. Es más, reconoce que nunca se ha visto ni desplazada ni marginada por sus orígenes, “aunque cuando hablan euskera cerrado, olvídate”. Ya ni siquiera hacen bromas en su trabajo por su afición por a levantar piedras. “Antes sí me preguntaban qué puñetas haces y era un poco la coña, pero ahora se ha normalizado todo bastante”.
Patricia Martín: “Sé decirte el nombre de más de veinte chicas que se dedican a esto”
De lo que sí está orgullosa es de que cada vez haya más chicas que quieran seguir su ejemplo y el de otras mujeres harrijasotzailes. “Ahora somos ya unas cuantas, y aunque no todas salgan a competir, sé decirte el nombre de más de veinte chicas que se dedican a esto”, añade.
En un deporte donde la presencia femenina era anecdótica hasta hace bien poco, incluso entre el público, Patricia Martín nunca ha escuchado ni piropos ni improperios hacia las mujeres. Ser harrijasotzaile solo le ha traído satisfacciones. “Es que me hace mucha ilusión que vengan los críos a preguntarte cómo se levanta este cubo”. A ese grupo de curiosos se han unido muchas niñas “y para mí es un motivo de satisfacción que vengan a pedirte un autógrafo lo mismo que cuando un niño hace cuando ve a un futbolista o a cualquier otro deportista que haya visto por televisión”.


