Wimbledon, el torneo de tenis más antiguo y emblemático, celebró su primera edición en 1877 sobre el césped del All England Club, en Inglaterra. Pero la historia no fue la misma para todos: las mujeres debieron esperar hasta 1884 para disputar su primera edición oficial. Siete años de diferencia que marcaron el inicio de una larga carrera hacia la igualdad. Desde entonces, el cuadro femenino ha pasado de la sombra a la cima, convirtiéndose en sinónimo de talento, prestigio y transformación dentro del deporte mundial.
Un comienzo desigual
En 1884 fue cuando, por primera vez, se abrió la puerta a la participación femenina. En una sociedad victoriana donde el deporte era considerado poco decoroso para una dama, tomar una raqueta en público representaba un acto de rebeldía. El tenis, al igual que otros ámbitos sociales, estaba reservado a los hombres, quienes podían competir, ganar y ser aplaudidos.
La final inaugural del cuadro femenino enfrentó a las hermanas Maud y Lilian Watson en un duelo íntimo que pasó casi desapercibido para la prensa y el público. El premio era simbólico, la atención escasa, pero aquel partido plantó la semilla de lo que con los años se convertiría en un pilar fundamental del deporte femenino.
Con apenas 19 años, Maud Watson se consagró como la primera campeona femenina de Wimbledon. En un torneo con 19 participantes, derrotó a su hermana Lilian por 6-8, 6-3 y 6-3, marcando un hito histórico. Más allá del trofeo, su triunfo abrió una grieta en el muro de exclusión que dominaba la época. En un tiempo donde la imagen femenina estaba estrictamente encorsetada —literal y figuradamente— ver a mujeres competir en la catedral del tenis fue un acto de afirmación y valentía, casi revolucionario.

Las pioneras de la época
Tras la histórica primera edición del torneo, varios nombres han marcado hitos que siguen siendo recordados con admiración. Uno de los más emblemáticos es el de Lottie Dod, quien con tan solo 15 años conquistó el título en 1887, una hazaña que la mantiene hasta hoy como la campeona más joven en la historia del torneo. En 1905, otro nombre resonó fuerte en el mundo del tenis: May Sutton se convirtió en la primera estadounidense en ganar el prestigioso trofeo, abriendo el torneo a nuevas fronteras y dando inicio a una internacionalización que, a lo largo de los años, transformaría Wimbledon en uno de los eventos más globales del deporte.
Pero el verdadero punto de inflexión llegó en 1957, cuando Althea Gibson hizo historia al convertirse en la primera afroamericana en ganar el campeonato de Wimbledon. En una época marcada por el racismo y la discriminación, la victoria de Gibson no solo rompió barreras deportivas, sino también sociales, convirtiéndose en un símbolo de lucha y esperanza para las atletas de todo el mundo.
La lucha por la igualdad
En 1968, la era Open revolucionó el tenis al profesionalizar el deporte. Ese mismo año, Billie Jean King se coronó campeona de Wimbledon y se consolidó como una firme defensora de la igualdad de género. En 1973, fundó la Women’s Tennis Association (WTA) y se convirtió en líder en la lucha por la igualdad salarial en el circuito.
La profesionalización elevó el nivel del tenis femenino. Sin embargo, las mujeres seguían recibiendo premios menores que los hombres, a pesar de competir en igualdad de condiciones, debido a la diferencia en la duración de los partidos.
No fue hasta 2007 que Wimbledon igualó los premios para hombres y mujeres, un logro que Billie Jean King calificó como una “victoria moral”. Esta decisión, impulsada por la presión pública y el ejemplo del US Open, marcó un paso crucial hacia la igualdad en el tenis.
Hoy, campeones y campeonas de Wimbledon reciben el mismo premio, un símbolo de justicia para el tenis femenino y un legado del trabajo incansable de figuras como Billie Jean King.

El presente de la competición
En los últimos años, el cuadro femenino de Wimbledon ha experimentado una transformación radical. Entre 2017 y 2025, el torneo vio coronarse a ocho campeonas diferentes, poniendo fin a la hegemonía de antaño y dando paso a un escenario mucho más competitivo e impredecible. Esta rotación de campeonas refleja una mayor profundidad en el circuito, aunque algunos extrañan la figura dominante que solía acaparar la atención.
En 2025, Iga Świątek escribió su nombre en los libros de historia al vencer a Amanda Anisimova por un aplastante 6-0, 6-0 en una final que duró apenas 57 minutos. Este resultado marcó la primera vez desde 1911 que una final de Wimbledon culminaba sin que la finalista perdedora ganara un solo juego. Con esta victoria, Świątek se estableció como una de las grandes promesas del tenis femenino.

A pesar de los avances en materia de igualdad, Wimbledon aún enfrenta retos importantes. La cobertura mediática sigue favoreciendo al cuadro masculino, y algunas decisiones organizativas, como la programación en las pistas principales, reflejan una preferencia por los hombres.
El torneo femenino ha demostrado que la grandeza no tiene género. Las mujeres han conquistado no solo la pista central, sino también el respeto del mundo entero. Y cada verano, al pisar el césped del All England Club, renuevan su lucha por algo mucho más allá de un título.