En pleno corazón de la comarca de la Maragatería, a pocos kilómetros de Astorga, se levanta Castrillo de los Polvazares. Un pueblo leonés que parece detenido en el tiempo.
Declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1980, mantiene intacta su fisonomía medieval, con casas de piedra rojiza, calles empedradas y portones verdes que marcan la entrada a casonas señoriales. Su belleza es incuestionable. Pero lo que sorprende es que, pese a todo, el turismo de masas apenas ha irrumpido en él.
Quien lo visita tiene la sensación de recorrer un decorado histórico, pero aquí no hay artificio. Todo lo que se ve es auténtico. Castrillo de los Polvazares es un ejemplo excepcional de cómo la tradición puede resistir al paso del tiempo sin convertirse en parque temático.
La reconstrucción de un pueblo perdido
La historia de este lugar tiene algo de milagro. En el siglo XIX, una gran riada arrasó buena parte de las construcciones originales. En lugar de dejarlo morir, los vecinos lo reconstruyeron siguiendo los patrones tradicionales. Eso explica la homogeneidad arquitectónica que hoy maravilla a los viajeros.
Gracias a ese esfuerzo colectivo, Castrillo de los Polvazares se convirtió en el pueblo mejor conservado de la Maragatería. Una comarca que debe su nombre a los maragatos, antiguos arrieros que comerciaban entre Galicia y Madrid.
Su reconstrucción no solo respetó la estética, sino también la esencia. Portones gigantescos para guardar carros y animales, patios interiores pensados para la vida comunitaria y fachadas de piedra rojiza que reflejan la identidad de la zona.
El cocido maragato, un plato al revés
Si hay algo que da fama a Castrillo de los Polvazares más allá de su arquitectura, es su gastronomía. Aquí nació y se mantiene vivo el cocido maragato, un plato contundente que rompe las normas: se sirve al revés.
Primero se degustan las carnes —tocino, chorizo, morcillo, gallina o costilla—, después los garbanzos y verduras, y al final la sopa.
El origen de esta costumbre se atribuye a los maragatos y a los soldados. Quienes trabajaban o luchaban necesitaban comer primero lo más energético, por si debían interrumpir la comida. Hoy el cocido maragato es una experiencia imprescindible en los mesones del pueblo, donde se sirve con el mismo ritual de hace siglos.
Patrimonio y memoria histórica
Además de sus casas y su gastronomía, Castrillo de los Polvazares conserva una huella profunda de la historia. Durante la Guerra de la Independencia, las tropas napoleónicas pasaron por aquí. El pueblo formó parte de las rutas estratégicas entre el norte y el centro de la península.

Todavía se percibe en sus calles esa mezcla de quietud y memoria bélica, como si cada piedra guardara un secreto del pasado.
El visitante encuentra también pequeñas joyas, como la iglesia parroquial de San Juan Bautista, construida en piedra local y perfectamente integrada en el conjunto urbano. La armonía estética de todo el pueblo es tal que se ha convertido en escenario habitual de rodajes y reportajes fotográficos.