En el corazón de la provincia de Segovia, resguardada por las estribaciones de la Sierra de Ayllón y abrazada por las hoces del río Duratón, se alza Sepúlveda. Un pueblo silencioso, medieval y casi secreto que parece tallado en la piedra y en la memoria. No es solo uno de los enclaves históricos más antiguos de Castilla, sino también uno de los más ignorados por el turismo de masas. Y, sin embargo, lo tiene todo. Belleza arquitectónica, una muralla legendaria, paisaje natural y un relato simbólico que lo convierte en mucho más que un destino rural.
Recorrer Sepúlveda es sumergirse en la historia viva de Castilla y León. Pero también es descubrir una joya detenida en el tiempo que ha sabido conservar su identidad sin ceder a las exigencias de la industria turística. Declarada Bien de Interés Cultural por su conjunto histórico, la localidad segoviana sigue esperando al viajero con las puertas abiertas.
Las siete puertas de Sepúlveda: entre la leyenda y la piedra
Llamada también “el pueblo de las siete llaves”, Sepúlveda debe su apelativo a las siete puertas que jalonan su muralla medieval, levantada en el siglo X. Estas puertas no son meros restos arqueológicos: son pasadizos simbólicos que conectan la realidad con la leyenda, la historia con el paisaje. Cada una de ellas posee una personalidad única. Y recorrerlas es como leer un libro de piedra cuyas páginas se han escrito con siglos de historia.

Desde la Puerta del Azogue, donde antaño se celebraban los mercados, hasta la Puerta del Río, que abre una ventana natural sobre las huertas y los cañones del Duratón, todas las puertas de Sepúlveda son testigos silenciosos del paso del tiempo. La Puerta de la Judería, con su carga histórica y su huella sefardí, o la Puerta del Postiguillo, uno de los tramos mejor conservados de la muralla, invitan a mirar más allá del umbral. A recordar lo que fuimos.
Un castillo invisible y una iglesia de piedra dorada
Más allá de sus siete puertas, Sepúlveda guarda en su interior un tesoro monumental que delata su pasado glorioso. La Iglesia de El Salvador, ejemplo singular del románico castellano, se alza majestuosa sobre el caserío con su torre campanario, y desde ella se contempla el valle como un libro abierto. A su lado, casas blasonadas como la Casa del Moro confieren al pueblo un aire señorial que se mezcla con la sobriedad de sus calles empedradas.
Aunque el castillo de Sepúlveda ya no se conserva como tal, la estructura de la villa y sus murallas hacen evidente su carácter defensivo. Pasear por este lugar es caminar sobre la huella de los antiguos repobladores, los clérigos, los comerciantes y los poetas que alguna vez la habitaron.

La ubicación privilegiada de Sepúlveda convierte a este pueblo en un mirador natural hacia el Parque Natural de las Hoces del Río Duratón. Este paraje escarpado, esculpido por la paciencia milenaria del agua, es hogar de una de las mayores colonias de buitres leonados de Europa. El contraste entre el rigor medieval de la villa y la exuberancia de la naturaleza circundante convierte a Sepúlveda en un destino doble: tan ideal para senderistas como para amantes de la historia.
Cada una de las siete puertas de Sepúlveda ofrece una salida simbólica hacia ese paisaje agreste, haciendo realidad los versos que Antonio Machado dedicó a esta villa: “Tiene el pueblo siete llaves para siete puertas. Son siete puertas al campo, las siete abiertas”.