En la comarca burgalesa de Merindad de Río Ubierna, a escasa distancia del rumor de la ciudad y del olvido de los mapas turísticos, se alza una de las fortalezas más enigmáticas y mejor conservadas del norte peninsular. Hablamos del Castillo de Sotopalacios. Su silueta, discreta pero firme, vigila el paisaje desde el siglo XIV, aunque la memoria popular lo vincula a una época aún más remota, cuando Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, iniciaba su leyenda en estas mismas tierras.
Poco conocido incluso entre los aficionados al patrimonio medieval, el Castillo de Sotopalacios es una rareza. No solo por su notable estado de conservación, sino también por la complejidad de sus orígenes y la delicadeza con la que ha sido preservado a lo largo de los siglos. Declarado Bien de Interés Cultural y protegido por decreto desde 1949, el edificio ha sobrevivido a guerras, abandonos, ventas y restauraciones parciales sin perder su dignidad arquitectónica.
De la casa del Cid a la fortaleza de los nobles
La tradición local, con raíces que se hunden en el siglo IX, identifica el emplazamiento del actual Castillo de Sotopalacios como el solar original de la familia de El Cid. Aunque no se conservan pruebas concluyentes, los estudios históricos apuntan a la existencia en este lugar de molinos harineros pertenecientes a los Díaz de Vivar, junto al río Ubierna, en una zona de especial valor estratégico y económico.

La estructura que hoy vemos fue levantada en el siglo XIV sobre restos anteriores. En su arquitectura puede leerse la evolución de la nobleza castellana durante la Baja Edad Media. El Castillo de Sotopalacios pasó por las manos de linajes tan poderosos como los Manrique de Lara, los Padilla, los Medinaceli, los Feria o los Villegas. Su destino ha estado íntimamente ligado a los vaivenes del poder señorial en Castilla y León.
Conservación, restauración y usos insólitos
A diferencia de otras fortalezas de la región, arruinadas por el paso del tiempo o víctimas del expolio, el Castillo de Sotopalacios ha gozado de una protección excepcional. Gracias al reconocimiento como Bien de Interés Cultural y al amparo de una legislación vigente desde la posguerra, buena parte de su fisonomía original se mantiene intacta.
Durante el siglo XIX, el castillo fue utilizado como polvorín militar. Eso supuso la pérdida de algunas estructuras, reutilizadas en viviendas del propio pueblo. Sin embargo, fue en el siglo XX cuando un giro inesperado garantizó su supervivencia. El químico César San José Seigland adquirió el castillo en estado ruinoso y emprendió un ambicioso proyecto de restauración parcial.

San José no solo buscó conservar el edificio. Estableció la Fundación Castillo del Cid, con la que impulsó una iniciativa pionera en su interior. En un ala del castillo se estableció un centro especial de empleo para personas con discapacidad, centrado en talleres de alfombras y tapices. Así, el Castillo de Sotopalacios se convirtió por un tiempo en espacio de inclusión, trabajo y artesanía.
Venta reciente y un futuro incierto
Pese al valor patrimonial del inmueble, el Castillo de Sotopalacios ha vuelto en años recientes a la discreción. Tras varios cambios de propiedad, fue vendido recientemente por una cantidad inferior a los 2,4 millones de euros por los que había sido ofertado. El actual dueño, cuya identidad se mantiene en el anonimato, ha optado por un uso estrictamente privado, sin actividad turística ni cultural asociada.
Esta decisión ha permitido conservar parte del castillo libre de intervenciones comerciales. Aunque también ha cerrado temporalmente la posibilidad de visitarlo. Aun así, el edificio se mantiene como uno de los castillos mejor conservados de Castilla y León. Con una silueta compacta, sólida, y una historia que aún late entre sus muros.