Pocas localidades en España concentran tantos siglos de historia, belleza y misterio como Medinaceli. En lo alto de un cerro que domina la confluencia de calzadas romanas, donde el silencio se convierte en voz de los siglos, esta localidad se alza como una de las joyas culturales más desconocidas del interior peninsular. Un lugar donde confluyen civilizaciones, mitos y memorias, y que fue declarado Bien de Interés Cultural en 1963.
Conocida como la ‘Ciudad del Cielo’, Medinaceli fue cuartel general del caudillo Almanzor, plaza clave en la Reconquista y uno de los ducados más influyentes de la historia de España. Hoy, este enclave soriano de calles empedradas y aire suspendido en el tiempo sigue sorprendentemente alejado del turismo masivo.
Un pasado romano y un arco único en España
La historia de Medinaceli arranca mucho antes del medievo. En tiempos de la Hispania romana, la ciudad se conocía como Occilis, un campamento militar convertido después en núcleo urbano gracias a su ubicación estratégica y a la riqueza de las salinas cercanas. Vestigios de esta época siguen vivos. Y el más impresionante es, sin duda, su Arco del Triunfo, el único de triple arcada que se conserva en España.
Este arco, desgastado por el tiempo pero imponente aún, se erige como símbolo de Medinaceli y puerta de entrada a su conjunto monumental. Junto a él, la Fuente de la Canal, los mosaicos repartidos por la villa o los restos de la vía romana XXIV que unía Mérida con Zaragoza completan un viaje fascinante por la Antigüedad.

Durante el siglo X, Medinaceli fue rebautizada como Medina Al-Salim por el califa Abderramán III, convirtiéndose en capital de la Marca Media. Sus calles estrechas y enrevesadas todavía conservan ese trazo islámico que la convirtió en bastión defensivo frente al norte cristiano.
Desde aquí, el temido Almanzor dirigió sus campañas contra los reinos cristianos. Se cree incluso que fue enterrado en Medinaceli, junto a un tesoro jamás hallado. La leyenda sigue viva en el cerro, alimentando el aura mágica de la villa. Y no fue la única figura histórica que pisó estas tierras.
El Cid Campeador pasó por aquí. Y el Cantar de Mio Cid recoge episodios que refuerzan la hipótesis de que su autor fue natural de esta región.
Entre duques, reyes y fueros
La Edad Media convirtió a Medinaceli en una plaza codiciada. Pasó de manos musulmanas a cristianas varias veces. Hasta que en 1127 Alfonso I el Batallador se la cedió a su hijastro Alfonso VII, quien le concedió fuero para asegurar su repoblación. Posteriormente, el rey Enrique II otorgó el condado de Medinaceli a un caballero francés, Bernardo de Bearne, iniciando así una dinastía nobiliaria que marcaría la historia del lugar.
En 1479, los Reyes Católicos elevaron el condado a ducado. Y comenzó una era de esplendor. Se derribaron las construcciones medievales y surgieron palacios, casonas blasonadas e iglesias de estilo renacentista y barroco. Todo ello puede apreciarse hoy en las calles de Medinaceli, que respiran nobleza e historia a cada paso.

La Plaza Mayor de Medinaceli, levantada sobre el antiguo foro romano, es el corazón palpitante del pueblo. A su alrededor se disponen soportales, la antigua alhóndiga del siglo XVII, el Palacio Ducal —con su patio renacentista y la cúpula de cristal decorada por Agustín Ibarrola—, y la sede del Centro de Arte Contemporáneo Medinaceli DEARTE, que ha devuelto la vida cultural a la villa.
En el extremo del pueblo, se encuentran las ruinas del Castillo de la Villavieja, con tres torreones circulares y una torre del homenaje rectangular. En la Colegiata de Santa María de la Asunción, una iglesia gótica de 1561, reposan los restos de los duques, y se conserva una cripta barroca, una talla gótica de la Virgen y obras sepulcrales de gran valor.
No menos interesante es el Beaterío de San Román, en el antiguo barrio judío. Su posible origen como sinagoga añade un nuevo matiz a la multiculturalidad de Medinaceli, que también guarda reliquias de mártires llegadas —según la tradición— por vía milagrosa.