Entre los pliegues verdes del norte de Cáceres, a los pies de la Sierra de Gredos, se esconde un paraíso de madera y agua: La Vera. Esta comarca extremeña, atravesada por decenas de gargantas cristalinas y salpicada de pueblos que parecen detenidos en el tiempo, guarda una de las muestras más bellas de la arquitectura popular de entramado de madera de toda España. Aquí, las casas se levantan sobre muros de piedra y vigas de castaño, los balcones se asoman a calles empedradas y, entre ellas, corren regueras de agua que bajan directas de las montañas. Es un paisaje de tejados irregulares, sombra fresca y rumor constante de los riachuelos.
Recorrer La Vera es adentrarse en un viaje entre arquitectura y naturaleza, un recorrido que tiene tres paradas imprescindibles: Valverde de la Vera, Villanueva de la Vera y Garganta la Olla. Tres pueblos que resumen la esencia de este rincón del norte extremeño donde la madera dialoga con el agua y la historia se respira en cada calleja.
Valverde de la Vera: la esencia del entramado de La Vera
El viaje puede comenzar en Valverde de la Vera, una joya declarada Conjunto Histórico-Artístico que conserva con mimo el trazado medieval y el alma de la arquitectura verata. Las casas, de muros de piedra en la base y pisos superiores de madera y adobe, parecen unidas por la armonía de los siglos. Sus calles estrechas esconden uno de los detalles más singulares de la comarca: las regateras, canales de agua que corren por el centro de las vías y refrescan el ambiente en los días calurosos.

A las afueras del pueblo, la Garganta Naval ofrece un contrapunto natural perfecto. Entre rocas y helechos, forma pozas cristalinas donde darse un baño en verano o disfrutar del rumor del agua en invierno. En este mismo entorno se encuentra el Charco de la Chorrera, una pequeña cascada escondida entre la vegetación que refleja la conexión constante entre el pueblo y su paisaje acuático.
Villanueva de la Vera: madera, piedra y cascadas
Hacia el este aparece Villanueva de la Vera, otro conjunto histórico que parece suspendido en la ladera, con sus calles empinadas y su inconfundible entramado de madera oscura. Pasear por su Plaza de Aniceto Marinas o asomarse a los soportales de la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción es retroceder en el tiempo: un ejemplo vivo de cómo los pueblos veratos conservaron su identidad sin renunciar a la belleza.

Pero Villanueva también es agua. A las afueras, la Garganta de Gualtaminos forma una de las zonas de baño más conocidas de la comarca, con una piscina natural que se abre paso entre piedras de granito. Y más arriba, escondida entre el bosque, la Chorrera del Diablo muestra una cascada que se precipita entre paredes cubiertas de musgo: un espectáculo especialmente hermoso en primavera, cuando el caudal del deshielo multiplica su fuerza.
Garganta la Olla: el pueblo entre leyendas y torrentes
La ruta culmina en Garganta la Olla, un pueblo que parece tallado en madera y piedra bajo la sombra de Gredos. Declarado Conjunto Histórico-Artístico, conserva un casco urbano de cuento: calles retorcidas, casas de madera oscura y fachadas decoradas con flores y escudos antiguos. La Iglesia de San Lorenzo Mártir y la Ermita del Cristo del Humilladero guardan el retrato de este enclave donde la devoción y la historia conviven entre madera y piedra.

Pero el verdadero corazón de Garganta la Olla está en su entorno natural. La Garganta Mayor, que da nombre al pueblo, baja desde las cumbres con pozas y saltos de agua como el Charco Calderón o las Piletillas de Arriba y Abajo, perfectas para el baño estival. Muy cerca, un rincón llamado El “Restraculo” —un tobogán natural pulido por el agua— recuerda que en La Vera, el paisaje se vive con los pies descalzos y el alma abierta.