Desde primera hora de la tarde, la Plaza Mayor hierve de expectación. Carolina Herrera presenta su colección Primavera-Verano 2026 en lo que es su primer desfile prêt-à-porter fuera de la Semana de la Moda de Nueva York. Un total de 800 invitados se reparten entre asientos vip y pasillos laterales, unos 150 de ellos internacionales.
El director creativo, Wes Gordon, declara que Madrid le inspira. No sólo la historia y la arquitectura barroca de la ciudad, también su energía pop, su cultura callejera y su sabor castizo. Decide entonces trasladar al corazón de la capital -a la Plaza Mayor, con sus arcos porticados que datan del siglo XVII- la grandeza y teatralidad de la casa.

En pasarela, Gordon despliega una colección saturada de color y referencia local: rojos intensos, burdeos, violetas, fucsias eléctricos, rosa almendra, negro azabache. Las flores aparecen bordadas, en jacquards, en relieve tridimensional; los claveles -flor vernácula tan madrileña- conviven con violetas que parece haber arrancado del paseo por los jardincitos del Retiro.
Las chaquetas se inspiran en la montera del torero, los pantalones recuerdan el cortes típico goyesco, las mangas evocan las sueltas de chulapa; movimiento, puntillas, pedrería y drapeados confluyen en vestidos vestidos que flotan, faldas amplias y volúmenes escénicos.
La música hace su parte. La banda sonora mezcla himnos pop de la Movida Madrileña, evocaciones a los ochenteros Almodóvar y su universo visual, y una festividad sonora que acompaña cada paso por la pasarela.
En el front row se visualiza esa unión de lo local y lo internacional: el alcalde de Madrid, artistas como Sebastián Yatra, Becky G, Amaia, Tokischa, Bb Trickz, modelos como Vittoria Ceretti y Karolina Kurkova, actrices nacionales como Aitana Sánchez-Gijón, Ana Rujas, y presencias icónicas de la moda española como Nieves Álvarez. También aparece el cineasta Pedro Almodóvar, influido claramente por esta estética que Gordon celebra.
El desfile sirve también para lanzar el nuevo perfume de la casa, La Bomba, cuyo nombre remite a la explosión de entusiasmo, energía latina y raíces románticas de la marca. Se instala un pop-up en Callao abierto al público, para que los transeúntes puedan sentir algo del ambiente; aunque el desfile es estrictamente por invitación.

El recorrido de la pasarela es largo -la prensa menciona que casi un kilómetro lineal-, teñido de rosa pálido sobre adoquines históricos; los soportales de la Plaza Mayor permanecen abiertos y muchos barecitos que dan a la plaza funcionan con normalidad, de modo que los clientes pueden contemplar el show desde sus mesas.
Todo está pensado para que parezca una experiencia total. Vestuario, música, ambientación, invitados, perfume, público ocasional, artesanía española; cada componente suma para hacer de esta puesta en escena algo que trasciende la moda para entrar en la esfera del símbolo cultural.
Wes Gordon lo reconoce. Ve este show como un retorno casi físico a un lugar donde la marca pertenece, gracias al grupo Puig, cuya sede de perfumes y operaciones está en España.
Al caer la noche, tras el último look, la fiesta se traslada al Casino de Madrid con luces, cócteles, música en vivo, rostros que comparten lo que se acaba de vivir.










