La imaginación, uno de los poderes más increíbles de nuestra mente, nos permite viajar sin partir y disfrutar de aquellos soñamos. El viaje que propone la socióloga Carmen Núñez tiene como destino la fantástica Isla de la Sensualidad e invita a emprenderlo a mujeres reñidas consigo mismas, con su cuerpo y con el paso de los años. En general, a todos aquellos a quienes la edad les pone en una posición complicada a causa de una sociedad profundamente antidemocrática en su concepción de la belleza.
Este viaje imaginario lo ha descrito en su libro La auténtica sensualidad comienza a los 50 y nos lo presenta en primera persona brindando por la vida con una copa llena de ideas para tomar el control de nuestro cuerpo, despertar pasiones, sentirnos atractivos, interesantes, guapos, sensuales y deseables, desechando esos estereotipos que nos amargan la vida al descubrir cada nueva arruga. Carmen sobrepasa los sesenta y sigue explorando su sensualidad más allá de cualquier límite. Es muy divertida y transmite la vitalidad de cuatro mujeres de veinte.
Carmen Núñez: “Somos muy longevas y la segunda mitad de nuestra vida es muy larga, mucho más que la de nuestras generaciones anteriores. Hagámosla interesante, saludable y rica, sin cadenas”
Su motivo es muy convincente: “Somos muy longevas y la segunda mitad de nuestra vida es muy larga, mucho más que la de nuestras generaciones anteriores. Hagámosla interesante, saludable y rica, sin cadenas”. Tiene un término del que es fácil partir, “suficientemente”. Desde ahí, añade todo lo que se le antoja: bella, sensual, sexy… Coincide en ello con el mensaje de Elle Macpherson, a punto de cumplir 61, en la Plaza Athénée de París, durante una conferencia, hace solo unos días, dedicada a la belleza y bienestar holístico: “Hay comienzos y finales todo el tiempo, en cada década. Tienes que ir con la corriente de la vida y disfrutar el proceso, eligiendo obtener placer de él y crecer a partir de él. Simple y sexy. Ese es mi lema”.

Carmen no arremete contra las cirugías ni tratamientos estéticos, pero si advierte del riesgo de convertirnos en lo que ella llama “seres metamorfoseados”, aludiendo a Kafka, cuando su personaje Gregorio se levantó transformado en insecto. “Muchas personas sacrifican su autenticidad buscando la eterna juventud en filtros, máscaras y tratamientos, acentuando aún más su miedo a envejecer. Significa caer en un ideal estético que impone la sociedad desviando la atención de otros aspectos importantes. No encuentro que sea una expresión de libertad, sino una sumisión tortuosa y muy costosa a un ideal social, cultural y económico. Deberíamos preguntarnos si de verdad ese modelo refleja nuestra esencia”.
¿Qué hacemos con los años? “La edad es implacable -responde-. Eso es cierto. Pero una cosa es la edad cronológica, inmutable, y otra es la edad biológica, que depende, en parte, del estilo de vida que adoptemos. No aceptar la edad es un trastorno de personalidad que se conoce como midorexia o miedo a envejecer, y tiene consecuencias negativas en la salud y en nuestra autoestima. Lo contrario es apreciar la vida y replantear la percepción de lo bello desde el cuidado de nuestra mente, cuerpo y espíritu, explorando todo nuestro potencial. Cuidarse no es lo mismo que fabricarse o alejarse de la naturalidad, rozando, como vemos en tantas ocasiones, lo grotesco y desagradable”.
Frente a la “belleza mutante y kafkiana” de labios toscos e hinchados, pómulos esculpidos con bichectomía, pechos exuberantes y glúteos agigantados y siempre insuficientes, Carmen sugiere recuperar el canon griego, que celebraba la sutileza y la armonía. “El único modo de sentirnos mejor y de superar nuestras inseguridades es recuperando nuestra esencia, en lugar de empeñarnos en esa búsqueda de una belleza artificial. El atractivo no es tal si no es reflejo de nuestra identidad y del cuidado de nuestra salud física, espiritual y mental. Esta belleza es la que a mí me permite sentirme suficientemente sensual, hermosa y auténtica. La única que me garantiza disfrutar muchos años de bienestar y tranquilidad mostrándome al mundo sensual de una manera genuina, sin artificios y sin necesidad de usar algoritmos o filtros que optimicen mi imagen adecuándola a la ilusión de la belleza digital”.
Es una forma de alcanzar una elegancia que llama “personal e íntima”. “La llevamos dentro, pero hay que saber conocerla, descubrirla y valorarla. La encontramos en lo cotidiano, pero también en lo imperfecto. Y hay que mostrarla con mucha dignidad y la cabeza bien alta. Puede que esas marcas que los años han dejado no se ajusten al ideal, pero son elegantes y agradables porque describen nuestra trayectoria vital”.
Lo que descubrimos al llegar a su Isla de la Sensualidad es una realidad bien distinta a la que habitualmente nos muestran. “Dejamos atrás la tiranía de la belleza encorsetada, limitante, exclusiva y excluyente. No existen las cadenas de la apariencia y la belleza es democrática, libre de juicios y expectativas”. Hay que admitir que, salvo excepciones, este tipo de lindezas no son las que más se exaltan en las últimas décadas de la vida. “Por eso -insiste la socióloga-, hay que resaltarlo y hablar de la vejez como un lienzo de belleza diversa y enriquecedora. Admitirla, mostrarla, reconocerla y aceptarla constituye un cambio cultural que invita a apreciar lo maravillosa que es la vida, sin importar la edad”.
Carmen lo hace con rotundidad y repite que la vejez no puede seguir siendo un enemigo a combatir. “No nos sometamos al bisturí de la conformidad. Las arrugas son nuestras insignias de honor, las canas son nuestras coronas y las manchas de la piel son nuestros tatuajes de vida. La belleza no se rinde ante el tiempo, se eleva sobre él. Más allá de la edad, somos hermosos, atractivos y deseables, incluso en la enfermedad y la dependencia”.
Confiesa que un día decidió llegar a la vejez sin pastillas, sintiéndose sana y suficientemente sexy y pensando fuera de la caja. Es su manera particular de entender la libertan en la madurez y cada año vivido le aporta un motivo más para cultivarla, desde la experiencia y desde una belleza que ve, siente y le hace conectar con el mundo. “La persona mayor irradia una gracia natural y una elegancia que proviene de la confianza en sí misma y del conocimiento de su propio cuerpo impregnado de erotismo, atractivo, encanto y fascinación”.