En la tradicional misa navideña en Sandringham, la princesa de Gales ha vuelto a demostrar una vez más por qué es un icono de estilo y una figura tan querida por los británicos. Su elección de un abrigo verde bosque de Alexander McQueen –una pieza que ya ha lucido antes– fue combinado con un tocado elegante y una bufanda de tartán verde y azul que hacía juego con el atuendo de su hija, la princesa Charlotte.
Ese detalle no pasó desapercibido: madre e hija se complementaban con una armonía que reflejaba la unidad familiar, un tema recurrente en la presencia pública de los Gales.
La escena familiar fue completada por el príncipe William y sus hijos, George, Charlotte y Louis, quienes caminaron juntos hacia la iglesia de Santa María Magdalena.
En el fondo, el rey Carlos III y la reina Camila lideraban el grupo, recordando que, aunque los rostros cambian, las tradiciones reales permanecen inmutables.
Este año, sin embargo, había algo especial en Kate Middleton. Quizás fue su sonrisa un reflejo de su resiliencia en un año particularmente desafiante.
Tras enfrentarse a problemas de salud que incluyeron una cirugía y un diagnóstico de cáncer, su aparición en Sandringham no solo reafirmó su papel como figura pública, sino como ejemplo de fortaleza y serenidad.
El abrigo verde que lució simbolizaba algo más que un simple buen gusto. El verde, color de la esperanza y la renovación, parecía un mensaje implícito en una mañana cargada de simbolismo. Su estilo, aunque aparentemente sencillo, es siempre un ejercicio de comunicación que nos recuerda cómo elegimos presentarnos al mundo.