El pasado 3 de octubre Luxemburgo vivió una de las jornadas más significativas de su historia reciente: el gran duque Enrique puso fin a veinticinco años de reinado y cedió la jefatura del Estado a su hijo Guillermo, que juró el cargo ante la Cámara de Diputados para convertirse en el nuevo soberano del último gran ducado de Europa.
La ciudad se vistió de gala para recibir a jefes de Estado, representantes de casas reales y mandatarios internacionales, en una ceremonia que combinó la solemnidad constitucional con la cercanía de un pueblo que acudió en masa a las calles para saludar a su nueva pareja gran ducal.
Más allá del relevo en Luxemburgo, el acontecimiento cobró una dimensión especial por la presencia de dos herederas que encarnan el futuro de la monarquía en el continente: la princesa Catharina-Amalia de los Países Bajos y la princesa Elisabeth de Bélgica. Ambas, acompañadas de sus padres, los reyes Guillermo Alejandro y Máxima y los reyes Felipe y Matilde, ocuparon un lugar destacado en las tribunas oficiales y en las imágenes que recorrieron el mundo.
Su asistencia se ha visto como un gesto simbólico de primera magnitud, porque representa la entrada de la nueva generación en un escenario que tarde o temprano ellas mismas protagonizarán. En Luxemburgo, Amalia y Elisabeth eran testigos y aprendices en directo de lo que significa una abdicación, una proclamación y el inicio de un nuevo reinado.

La abdicación de Enrique había sido anunciada en su mensaje navideño de 2024, cuando adelantó su voluntad de ceder el testigo a su hijo en un proceso ordenado y planificado. Siguiendo el ejemplo de otros monarcas europeos, como la reina Margarita de Dinamarca a principios de este mismo año, el gran duque quiso subrayar la continuidad de la institución y su capacidad para renovarse sin sobresaltos.
El juramento de Guillermo, a sus 43 años, simboliza la llegada de una generación intermedia, preparada desde hace tiempo, y con una visión de la monarquía acorde a los retos de un pequeño país profundamente europeo y abierto al mundo.

La atención mediática, también en las dos princesas herederas
La prensa internacional ha destacado la complicidad entre Amalia y Elisabeth, su madurez en los gestos, la sobriedad de sus atuendos y la forma en que han asumido su papel de representantes de futuro. Para ellas, esta cita ha sido un ejercicio de aprendizaje público basado en observar de cerca cómo se articula un traspaso de poderes constitucional, entender los códigos del ceremonial y mostrar a sus sociedades que están listas para asumir responsabilidades.
Con apenas unos años de diferencia y trayectorias educativas muy cuidadas, ambas llevan tiempo construyendo una agenda que mezcla formación académica, contacto con instituciones europeas y participación en actos de alta relevancia, todo ello como preparación para el día en que se conviertan en reinas.
Para Europa, la jornada de ayer proyecta la imagen de una monarquía que funciona como red diplomática entre países vecinos. Y para Amalia y Elisabeth, significa haber dado un paso más en su camino hacia el trono, consolidándose en el imaginario colectivo como las protagonistas de una nueva era que se prepara con paciencia, con naturalidad y con el peso de la historia sobre sus hombros.