A Coruña. Mayo de 2025. En la calle Juan Flórez número 64, la gente se saca selfies frente a una tienda de ropa. Podría ser una mañana cualquiera, pero no lo es. Esa tienda, con escaparates relucientes y olor a nuevo, es la primera Zara del mundo y está celebrando su cumpleaños: 50 años vistiendo al planeta.
Nació en 1975 sin saber que cambiaría la moda para siempre. No con grandes discursos ni telas imposibles, sino con algo más peligroso: ropa que la gente podía comprar. La revolución no llegó en tacones, sino en forma de vaqueros por 19,95.
Ahora, cinco décadas después, Zara vuelve a poner el foco en esa tienda fundacional. La ha renovado, le ha puesto cafetería, y ha convertido una esquina coruñesa en una especie de lugar de peregrinación textil. Y como buena anfitriona, no se limita a abrir la puerta: prepara una fiesta. Hay luces, hay secretismo y rumores. Lo que sí está confirmado es la sesión de fotos dirigida por Steven Meisel con 50 modelos icónicas y un homenaje silencioso a todos los armarios que han guardado una prenda con etiqueta negra sobre blanca.
Zara no tiene embajadoras, pero sí tiene iconos. Stella Tennant con su aire aristocrático y andrógino. Malgosia Bela, que podía mirar a cámara como si estuviera hablando. Daria Werbowy, que nunca necesitó más que un abrigo y una pared blanca para hacer historia. Y Freja Beha, con esa energía de quien parece que ha llegado tarde, pero siempre cae perfecta en la foto. En los últimos años, las nuevas generaciones, como Kaia Gerber, han heredado esa estética de minimalismo imprevisto.
La estética Zara no tiene logotipo en la prenda, pero sí en la actitud. La marca ha conseguido algo raro en la moda: ser popular sin ser vulgar, masiva sin dejar de ser deseada. Mientras otros diseñadores desfilaban en pasarelas imposibles, Zara transformaba los escaparates en pequeños manifiestos estéticos. Rápidos, cambiantes, y siempre con un ojo en la calle.
Este 50 aniversario no es solo una celebración; es una confirmación que nos recuerda que la firma más potente de Inditex no necesita mirar atrás con nostalgia, porque su revolución -silenciosa, textil, masiva- sigue sucediendo cada vez que alguien entra en un probador con esa sensación de que ha encontrado “el look”.
Y no, no hay alfombra roja. Pero sí una acera, y una fila de gente entrando a la tienda. Porque la moda, al final, no está solo en los museos ni en Instagram. Está en los lunes por la mañana, cuando te pones algo que te hace sentir que todo puede ir un poco mejor.