La polémica está servida. La actriz Shay Mitchell acaba de lanzar una línea de productos de skincare diseñada específicamente para niños, y las redes no han tardado en reaccionar. Lo que para la intérprete de Pretty Little Liars (Pequeñas Mentirosas) es una propuesta “divertida, segura y educativa”, para muchos padres y expertos se ha convertido en un símbolo de cómo la industria de la belleza está colonizando cada vez más temprano la infancia.
La campaña publicitaria, protagonizada por niños aplicándose mascarillas y cremas frente al espejo, pretendía transmitir una imagen de ternura y bienestar. Pero el mensaje no se ha recibido de esa forma. Frases como “Déjenlos vivir su infancia” o “No necesitan una rutina de belleza, son niños” han inundado los comentarios de las redes sociales. En pocas horas, la conversación ha trascendido el ámbito del entretenimiento para convertirse en un debate cultural sobre los límites del marketing.
Detrás de la polémica, sin embargo, hay una realidad más compleja. En los últimos años, el fenómeno del skincare ha dejado de ser un ritual adulto para convertirse en un lenguaje generacional. Plataformas como TikTok y YouTube están llenas de vídeos de niñas y preadolescentes mostrando rutinas de ocho pasos con productos caros, emulando a sus ídolos beauty. El hashtag #TeenSkincare supera los cientos de millones de visualizaciones. Para algunos, es una forma temprana de aprender sobre autocuidado; para otros, una puerta de entrada a la inseguridad estética.
Los dermatólogos coinciden en que el cuidado infantil debe centrarse en lo básico: limpiar suavemente, hidratar si es necesario y aplicar protector solar todos los días. Más allá de eso, las rutinas complejas y los ingredientes activos -como retinol, ácidos exfoliantes o fórmulas anti-edad- pueden resultar contraproducentes.
Mitchell, por su parte, ha defendido su marca asegurando que fue desarrollada junto a expertos en dermatología pediátrica y que sus productos no contienen fragancias ni químicos agresivos. “No se trata de vanidad, sino de crear momentos de conexión entre padres e hijos”, señaló la actriz en sus redes. Pero sus palabras no han bastado para calmar la indignación de quienes consideran que este tipo de iniciativas promueven la idea de que la belleza, y no la salud, debe ser una preocupación desde la niñez.
El trasfondo de esta discusión revela una tensión cada vez más visible en la cultura contemporánea: el equilibrio entre bienestar y apariencia. En una era donde el autocuidado se vende como una forma de empoderamiento, el riesgo está en confundir “cuidarse” con “cumplir con un estándar estético”. Y cuando ese mensaje llega a los niños, la línea entre salud y presión se vuelve más difusa que nunca.
En definitiva, el debate sobre el skincare infantil no trata solo de cremas o mascarillas, sino de valores. ¿Estamos enseñando a los niños a cuidarse, o a preocuparse antes de tiempo por cómo se ven? El verdadero lujo, como diría cualquier editorial de belleza consciente, probablemente sea permitirles ser simplemente niños.

