Cuando se pronuncia el nombre de Ingo Swann, se abre un territorio incierto entre la ciencia y el misterio. Artista, escritor y autodenominado psíquico, Swann aseguró haber realizado un viaje fuera del cuerpo hasta Júpiter, años antes de que las sondas espaciales enviaran sus primeras imágenes del planeta. Su historia, tan insólita como documentada, sigue dividiendo a científicos, creyentes y escépticos. ¿Era realmente un espía psíquico de la NASA o un visionario adelantado a su tiempo?
El nacimiento de un “espía psíquico”
Nacido en Colorado en 1933, Ingo Swann se formó en biología y arte. Pero su vida cambió cuando empezó a colaborar con el Stanford Research Institute (SRI), en plena Guerra Fría. En un contexto donde la CIA exploraba cualquier posibilidad de ventaja estratégica, el talento de Swann llamó la atención de investigadores como Harold Puthoff y Russell Targ.
Allí, dentro de un programa experimental financiado por agencias estadounidenses, nació el concepto de remote viewing o “visión remota”: la supuesta capacidad de percibir lugares, objetos o acontecimientos a distancia sin intervención de los sentidos físicos. Los resultados de aquellas pruebas —parciales, ambiguos y difíciles de reproducir— terminarían dando origen al Proyecto Stargate. Un programa de inteligencia que buscaba aplicar las percepciones psíquicas en contextos militares y científicos.
Ingo Swann fue el principal protagonista de esa etapa pionera. En las salas del SRI, con sensores y magnetómetros a su alrededor, decía entrar en estados alterados de conciencia capaces de conectar con otros lugares del universo. Para algunos, era un fraude sofisticado. Para otros, un explorador de la mente humana.
La “misión” a Júpiter
En 1973, Ingo Swann participó en una de las sesiones más célebres del proyecto: una visión remota centrada en el planeta Júpiter, seis años antes de que la sonda Voyager enviara sus primeras imágenes.
El experimento quedó registrado en un informe desclasificado titulado An Experimental Psychic Probe of the Planet Jupiter. Swann describió entonces fenómenos meteorológicos intensos, un entorno gaseoso con tormentas gigantescas, una atmósfera cargada de cristales y, sobre todo, la existencia de un anillo alrededor del planeta.

Cuando la NASA confirmó en 1979 la presencia de un tenue sistema de anillos en Júpiter, los defensores de Swann lo consideraron una prueba de sus facultades. Para ellos, el artista había “visto” aquello que aún no se conocía. Sin embargo, los escépticos señalan que muchas de sus descripciones eran vagas o generalistas, y que los anillos que imaginó —densos y cercanos al planeta— no coinciden con los descubiertos por las misiones espaciales.
Más allá de la exactitud, lo cierto es que el caso de Swann marcó un hito. Por primera vez, un supuesto psíquico era tomado en serio por científicos y organismos gubernamentales. Su nombre quedó ligado para siempre a la frontera más difusa de la investigación humana: la conciencia.
Ciencia, creencia y conciencia
Los experimentos de Ingo Swann fueron parte de un contexto histórico donde la ciencia buscaba comprender los límites de la percepción. En plena Guerra Fría, los laboratorios del SRI combinaron instrumentos de medición con protocolos de control, intentando traducir lo intangible a datos observables.
El propio Swann, en libros como To Kiss Earth Good-bye o Penetration, sostenía que la conciencia humana es un fenómeno capaz de trascender el espacio y el tiempo. Y que la materia y la mente están más entrelazadas de lo que la ciencia moderna acepta. Sus ideas influyeron en posteriores teorías sobre el potencial del cerebro, la intuición y la naturaleza de la mente cuántica, aunque nunca lograron una validación empírica.

Los críticos, por su parte, insisten en que los resultados no fueron reproducibles y que los experimentos estaban contaminados por efectos de expectativa, sesgos de confirmación y falta de controles. El propio informe final del Proyecto Stargate, publicado en 1995, reconocía que no se había encontrado evidencia útil ni operativa para los fines de inteligencia.
Pero más allá de los datos, el magnetismo de la historia permanece: un hombre que aseguraba poder abandonar su cuerpo y explorar los confines del cosmos desde una habitación en California.