En Arabia Saudí no son todo festivales musicales de primer nivel, carreras de automóviles o fichajes de futbolistas de élite. Detrás del empuje del príncipe heredero Mohamed Bin Salman (MBS), que lleva años impulsando una agenda modernizadora para legitimar al régimen de Riad en Occidente, sigue viviéndose una realidad de dura discriminación sexista. Así lo reveló The Guardian en un reportaje que descubre cárceles secretas para “rehabilitar mujeres”.
En una imagen filtrada, se ve una mujer cubierta con una abaya negra frente a una ventana del segundo piso de un edificio. En otra foto, un grupo de hombres la transporta con ayuda de una grúa. La escena ocurrió en una cárcel al noroeste del país, donde se encierra a mujeres desobedientes con sus familias, que se ausentan de casa o que mantienen relaciones extramatrimoniales.

Centenares de saudíes encerradas
Si bien es imposible obtener datos precisos, se estima que cientos de adolescentes y jóvenes mujeres están encerradas en este tipo de instalaciones, donde permanecen hasta que son “rehabilitadas” y devueltas a sus familias. Hablar públicamente de esta situación -o de los derechos de las mujeres en general- está vetado en Arabia Saudí, que en 2018 presumió de su espíritu aperturista tras permitir a las mujeres conducir sin compañía de un hombre.
Durante seis meses, The Guardian recogió testimonios de reclusas en estos centros, donde supuestamente sufren flagelaciones semanales, enseñanzas religiosas forzadas y no tienen opción de recibir visitas ni contacto con el mundo exterior. Ante las pésimas condiciones que sufren, muchas mujeres se han suicidado o lo han intentado. Su libertad solo puede lograrse tras la aprobación de su familia o de un “hombre guardián”.

“Es un infierno”
“Todas las niñas que crecen en Arabia Saudí conocen Dar al-Reaya (cárcel femenina) y lo terrible que es. Es un infierno. Intenté quitarme la vida cuando supe que me llevarían a una. Sabía lo que les pasaba a las mujeres allí y pensé: no podré sobrevivir”, explica una joven saudí que luego logró exiliarse. Las mujeres que exigen más derechos afrontan arrestos domiciliarios, cárcel o el exilio.
Si bien activistas en el extranjero denuncian que estas cárceles secretas son el mecanismo más represivo para castigar a mujeres “rebeldes”, el régimen defiende que estas instituciones, impulsadas durante los años 60, proveen “refugios seguros a chicas acusadas o condenadas por varios crímenes”. Para las autoridades, así se logra “rehabilitar a las reclusas para devolverlas a sus familias”.

Sarah al-Yahia, activista que conversó con múltiples jóvenes encarceladas y lideró una campaña para abolir las cárceles, asegura que le llegaron testimonios de registros abusivos, test de virginidad o uso forzado de sedantes para dormirlas. “Es una prisión, no una casa de cuidados. Llaman a las presas por números”, afirma. Cuando son llamadas por su número, las presas reciben duros latigazos. Si las encuentran hablando con otra presa, los castigos son más contundentes: son acusadas de lesbianismo.
A esta activista, que ahora reside en el extranjero, sus padres la amenazaron con recluirla en una de estas cárceles desde que tenía 13 años. “Mi padre lo usaba como amenazaba si no aceptaba sus abusos sexuales”, prosigue. Muchas saudíes afrontan un terrible dilema: aceptar el internamiento, o lidiar con abusos rutinarios en sus casas.

“Impiden que otros ayuden a mujeres que huyen del abuso. Conozco a una mujer que fue condenada a seis meses de cárcel por ayudar a una víctima de violencia. Dar refugio a una mujer acusada de absentismo laboral es un delito en Arabia Saudita. Si sufres abuso sexual o te quedas embarazada por tu hermano o padre, te envían a ti al Dar al-Reaya para proteger la reputación de la familia”, lamenta.
De la cárcel a las palizas
A Amina (nombre ficticio), sus carceleros le dijeron que debía agradecer ser encerrada en un sitio “viejo, frío y sin ayuda”. Le decían que otras chicas están “mucho peor”, ya que viven “encadenadas en sus casas”. El día después de su encierro, la obligaron a firmar junto a su padre una declaración donde prometió no salir de casa sin permiso, y si lo hacía, siempre acompañada de un hombre guardián. “Firmé por miedo, no tenía opción”, cuenta.
Al regresar a su hogar familiar, Amina sufría palizas diarias, por lo que se vio forzada a exiliarse. “Recuerdo estar completamente sola y aterrorizada. Me sentía prisionera en mi propia casa, sin nadie que me protegiera ni defendiera. Sentía que mi vida no importaba, que, aunque me pasara algo terrible, a nadie le importaría”, recuerda.
Encerradas durante años
Layla (nombre ficticio), quien aún reside en el país, cuenta que la llevaron a un Dar al-Reaya tras quejarse a la policía sobre su padre y sus hermanos. Asegura que abusaron de ella y luego la acusaron de avergonzar a su familia tras publicar en redes sociales sobre los derechos de las mujeres. Permaneció encerrada hasta que su padre accedió a liberarla, a pesar de ser su presunto abusador.
“Estas mujeres no tienen a nadie. Podrían ser abandonadas durante años, incluso sin haber cometido ningún delito”, afirma una activista saudí por los derechos de las mujeres. “La única salida es un tutor masculino, el matrimonio o saltar del edificio. Los ancianos o los exconvictos que no encontraban esposa la buscaban en estas instituciones. Algunas mujeres aceptaban esto como la única salida”, matiza.
La hipocresía saudí
Activistas saudíes exigen el cierre de estas cárceles, y condenan el doble lenguaje del régimen, que trata de convencer al mundo con su narrativa de “empoderamiento femenino”. Nadyeen Abdulziz, de la oenegé ALQST, cree que, si “son tan serios con avanzar derechos de las mujeres, deberían abolir estas políticas discriminatorias, y establecer hogares para proteger en lugar de castigar a quienes sufrieron abusos”.
Un oficial saudí consideró a The Guardian que “no son centros de detención, y cualquier alegación sobre abusos es tomada en serio y se investiga. Las mujeres son libres de abandonar cuando lo desean, para ir a la escuela, al trabajo u otras actividades personales”.