Pánico en Kamchatka: un terremoto de 7,8 dispara alertas de tsunami en toda la región

La península, situada en el llamado “Anillo de Fuego del Pacífico”, es uno de los lugares más sísmicamente activos del mundo

Imagen tomada de un vídeo facilitado por el Centro Geofísico de la Academia de Ciencias de Rusia muestra una zona inundada en Severo-Kurilsk, región de Sajalín, Rusia.
EFE/EPA/Estudio Geofísico de la Academia Rusa de Ciencias

El rugido de la tierra volvió a recordarnos, una vez más, lo frágiles que somos. Durante la pasada madrugada, un terremoto en Kamchatka estremeció la península rusa con una magnitud que el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) cifró en 7,8, aunque las autoridades locales lo rebajaron a 7,2.

La diferencia en las cifras poco importa a quienes lo vivieron. La sacudida fue brutal, el mar se agitó y la palabra “tsunami” empezó a recorrer con rapidez toda la costa este de Rusia.

El epicentro y la magnitud del seísmo

El terremoto en Kamchatka tuvo su origen en aguas profundas del Pacífico, a unos 10 kilómetros bajo el lecho marino, frente a la ciudad de Petropávlovsk-Kamchatski.

Una profundidad tan reducida lo convierte en un fenómeno especialmente peligroso, porque libera la energía de forma más violenta en superficie y, sobre todo, porque incrementa el riesgo de que se produzcan olas gigantescas en cuestión de minutos.

La magnitud, todavía en disputa entre agencias internacionales y organismos rusos, se sitúa entre 7,2 y 7,8. Para ponerlo en contexto, cualquier terremoto superior a 7 ya se considera capaz de provocar daños de enorme magnitud en infraestructuras y poblaciones cercanas.

La península de Kamchatka es, además, una de las zonas con mayor actividad sísmica y volcánica del planeta, lo que hace que sus habitantes vivan siempre bajo la sombra de estos fenómenos.

Las alertas de tsunami se extienden por el Pacífico Norte

Tras el terremoto en Kamchatka, las sirenas se activaron en varios puntos costeros y la gobernación de la región emitió una alerta de tsunami inmediata. En las primeras horas, la preocupación se extendió más allá de Rusia: las islas Aleutianas, en Alaska, también recibieron un aviso preventivo por parte del Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico.

Finalmente, las primeras mediciones mostraron que las olas en la costa de Kamchatka apenas superaron el medio metro de altura, con registros entre 30 y 62 centímetros. Suficiente para provocar el pánico en las comunidades costeras. Pero no tanto como para arrasar con viviendas o infraestructuras portuarias.

Horas más tarde, las autoridades comenzaron a rebajar la alerta, aunque los equipos de emergencia se mantuvieron en guardia ante posibles réplicas.

Réplicas y miedo en la península

Y las réplicas llegaron. Tras el gran terremoto en Kamchatka, el suelo volvió a temblar con sacudidas de magnitudes menores, algunas cercanas a 5,8. No hubo informes de víctimas ni de daños graves, pero el miedo se extendió entre la población.

El terremoto en Kamchatka
La península de Kamchatka vista desde un satélite en mayo de 2009.
Wikipedia

Muchos vecinos pasaron la noche en espacios abiertos, temiendo que sus viviendas pudieran desplomarse en caso de una nueva sacudida más intensa.

Los servicios de protección civil confirmaron que no se habían registrado víctimas mortales ni daños estructurales de gran magnitud en Petropávlovsk ni en otras localidades de la región. Sin embargo, la incertidumbre sobre la posibilidad de nuevos seísmos mantiene a la población en alerta.

Rusia y Alaska, bajo la misma sombra

El terremoto en Kamchatka no solo preocupa a Rusia. La cercanía geográfica y la conexión oceánica convierten a Alaska en un territorio igualmente vulnerable.

Por eso, cada vez que la península rusa tiembla, las autoridades estadounidenses activan protocolos de emergencia en las islas Aleutianas y en buena parte de la costa del Pacífico Norte.

En este caso, la situación no fue a mayores. El aviso de tsunami en Alaska fue levantado a las pocas horas, y la vida regresó poco a poco a la normalidad. Aun así, la alerta sirvió como recordatorio de la fragilidad de las comunidades costeras ante fenómenos naturales imposibles de detener.

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