Mujeres líderes

¿Rompen el techo de cristal antes las mujeres conservadoras?

De Thatcher a Meloni y ahora Takaichi, la mayoría de mujeres que llegan al poder lo hacen desde la derecha. “Las sociedades aceptan el liderazgo femenino sólo cuando no amenaza el orden”, explica la politóloga Belén Agüero

Mujeres conservadoras

“Mi objetivo es convertirme en la Dama de Hierro japonesa.” La frase la pronunció Sanae Takaichi hace unos días, al imponerse en las primarias del Partido Liberal Democrático, el mismo que ha gobernado Japón durante casi setenta años. Si el Parlamento la ratifica, será la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra.

La comparación con Margaret Thatcher no es retórica. Takaichi, de 64 años, se define por su disciplina, su conservadurismo y su defensa de un orden que considera amenazado. Promete rescatar el Abenomics, la política económica de Shinzo Abe, y mantener viva su agenda ideológica. Rechaza el matrimonio homosexual, se opone a revisar la ley que impide que una mujer herede el trono imperial y se presenta como heredera de un nacionalismo sin complejos.

Shigeru Ishiba y Sanae Takaichi
Wikimedia

Su victoria, sin embargo, no es una anomalía, sino la confirmación de lo que parece convertirse una regla en política. Las pocas mujeres que alcanzan la jefatura de un Gobierno lo hacen casi siempre desde la derecha, asumiendo los códigos y el lenguaje del orden existente.

El poder condicionado

“Las sociedades occidentales dicen apostar por la igualdad, pero lo que vemos es que sólo aceptan el liderazgo femenino cuando no amenaza el orden”, explica Belén Agüero, politóloga de Political Watch. “Las mujeres pueden llegar al poder, pero a cambio deben reproducir estilos de liderazgo masculinos. Se les exige disciplina, frialdad, autoridad. En realidad, se les pide que no cambien nada.”

El fenómeno atraviesa fronteras y épocas. De Thatcher a Merkel, o de Meloni a Le Pen. Para Agüero, la explicación está en la forma en que el conservadurismo ha aprendido a adaptarse al clima social de los últimos años. “Los movimientos conservadores entendieron que, para hacer frente al feminismo, tenían que demostrar que había espacio para las mujeres en su estructura. Pero es un tipo de mujer muy concreto: una mujer tradicional, que no desafía el sistema capitalista o patriarcal. Da la ilusión de igualdad, pero en el fondo mantiene el status quo.”

Extrema derecha
Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Alice Weidel
KiloyCuarto

El discurso de igualdad se vuelve entonces una herramienta política. La  presencia de una mujer en el poder sirve para exhibir modernidad sin alterar las jerarquías. “Se ha apostado por un feminismo soft”, dice Agüero. “Venden una igualdad falsa. Y cuando se les cuestiona, responden: ‘¿Cómo no vamos a ser feministas si tenemos una líder mujer?’. Es el mismo argumento que usan los partidos de extrema derecha cuando señalan que tienen representantes homosexuales o racializados. Pero una mujer puede ser machista. Todas hemos sido criadas en un sistema profundamente patriarcal”, explica la politóloga.

El resultado es una paradoja: la ascensión de mujeres que rompen el techo de cristal sin mover los cimientos que lo sostienen.

El orden como promesa

La historia se repite en tiempos de crisis. “Thatcher llegó al poder en un contexto de caos y necesidad de autoridad. Hoy ocurre algo parecido”, señala Agüero. “En momentos de incertidumbre, las sociedades buscan figuras que transmitan seguridad, austeridad y orden. Y una mujer que defiende esos valores puede incluso reforzar esa sensación”.

Margaret
Un delegado observa el «mosaico Maggie», un mosaico de la ex primera ministra conservadora Margaret Thatcher, realizado a partir de fotografías individuales de los asistentes a la conferencia
Efe

El discurso cultural de la derecha ha sabido capitalizar esa necesidad. La dureza, la disciplina o el sacrificio -tradicionalmente asociados al liderazgo masculino– se transforman en virtudes políticas universales. Pero cuando las encarna una mujer, se perciben como doblemente eficaces.

Takaichi, como antes Meloni -o en un futuro cercano parece que Le Pen-, encarna ese equilibrio calculado. Su figura responde a la misma ecuación: una mujer que simboliza modernidad, pero su programa devuelve al país a la ortodoxia. Una líder que representa cambio, pero cuyo mensaje esencial es la continuidad.

Claro está, hay excepciones. Claudia Sheinbaum en México; Mette Frederiksen en Dinamarca; o Kristrún Frostadóttir en Islandia son algunas de ellas…