Migrar nunca es una decisión ligera. En muchos casos no responde a un deseo, sino a una urgencia: la salud, la seguridad, los hijos, la necesidad de vivir sin miedo. En el Día Internacional del Migrante, cuatro mujeres —procedentes de Venezuela y México— relatan en primera persona para Artículo14 cómo fue dejar atrás su país y reconstruirse en España. Sus historias hablan de duelo, enfermedad, adaptación, identidad y fortaleza. “Empezar de cero no tiene edad”, dice una de ellas.
Lelis Lunar: “Empecé sola, con las cenizas de él en una mesa”
Lelis es venezolana y salió de su país en 2019 junto a su esposo, enfermo de cáncer. “No nos queríamos salir de nuestro país”, recuerda, pero la falta de luz, de seguridad y de atención médica los empujó a hacerlo. “Tuvimos cinco días sin luz, no había nada. A mi esposo le cortaron una pierna. Tenía 54 años”.
Vendieron todo lo que tenían para costear tratamientos. Pasaron por Houston buscando atención médica más accesible, pero el cáncer volvió. “Nos dijeron que viniéramos a España porque él era hijo de gallego y aquí tenía seguridad social”. Llegaron a Madrid el 8 de marzo de 2020, “dos días antes de que empezara la pandemia”.
El proceso fue duro: hospitales, miedo, soledad. Finalmente se trasladaron a A Coruña. “Llegamos solos, sin conocer a nadie, y la Xunta nos ayudó muchísimo. España le dio todo a mi esposo”. En 2021, el diagnóstico fue definitivo. “El doctor me dijo: ‘ya no podemos hacer nada’. Duró tres meses más. Falleció mirando al mar. Para mí fue una bendición”.
Tras su muerte, Lelis tuvo que empezar de cero. “Comencé sola, con las cenizas de él en una mesa”. Encontró trabajo, pero sufrió una crisis de ansiedad. “Nunca había trabajado para otra persona. Me dieron una tienda, las llaves, toda la responsabilidad”. Y aunque al comienzo le costó trabajar cara al público, reconoce que “quedaron fascinados conmigo”.
Se fue a México buscando soltar el duelo, pero regresó. “En España me siento más libre, más segura”. Hoy vive en Madrid, trabaja cuidando niños y mantiene su pasión por la repostería. “Hago mi torta negra venezolana, la hago todos los años, esté donde esté”. Aunque perdió casi todo lo material, lo tiene claro: “Para mí las cosas no valen nada. Lo que vale son los momentos vividos”.

Andrea Loyola: “No iba a cambiar mi forma de ser para pertenecer”
Andrea tiene tan solo 24 años y ya ha migrado dos veces. La primera, siendo adolescente, migró de México a Estados Unidos por el trabajo de su padre. “Estaba a 16 días de cumplir 15 años. Justo en la edad en la que te estás conociendo”. La experiencia fue dura. “Me costó mucho hacer amigos. Son personalidades muy diferentes. El mexicano es muy de familia, de comunidad. Estados Unidos es más frío”.
Relata cómo las relaciones eran muy complicadas. “Dentro del salón nos llevábamos bien, pero fuera no me saludaban. No eran mis amigas, eran mis compañeras”. Andrea entendió que para encajar tendría que cambiar y asumir esa personalidad “más gringa”. “Yo tuve muy claro que no iba a cambiar mi forma de ser para pertenecer, aunque eso significara sentirme sola”.
Incluso en el teatro, su gran pasión, sufrió rechazo. “Audicionaba y me rechazaban por tener acento. Me decían que necesitaban actores, pero no me agarraban aunque lo hiciera bien”. Aquello le afectó profundamente. “Incluso haciendo lo que más me gustaba, sufría . Eso me partía el corazón”. Esta sensación de soledad le desencadenó una depresión.
Con el tiempo decidió irse. “No era mi lugar. Yo no era feliz ahí”. Tampoco quiso volver a México. “El México que yo dejé ya no existía”. Pensó entonces en Madrid, animada por la experiencia de un familiar. “Si voy a empezar de cero otra vez, ¿por qué no hacerlo donde pueda crecer como persona y académicamente?”.
En España encontró algo distinto. “El español es más abierto. Si le caes bien, es tu amigo dentro y fuera”. Se siente aceptada. “Nunca he sufrido discriminación aquí. Soy feliz”. Aunque reconoce diferencias culturales, afirma: “España me ha recibido muy bien”.

María Vélez: “Aquí pude desarrollarme como mujer”
María llegó a Oviedo desde Venezuela poco antes de la pandemia, junto a su familia. “Vinimos buscando calidad de vida”. En Oviedo encontró tranquilidad y comunidad. “Hice vida en asociaciones de venezolanos y empecé a trabajar con la danza nacionalista venezolana”.
Su trabajo está ligado al acompañamiento. “Trabajo con personas recién llegadas, adolescentes que buscan aceptación. El baile les da seguridad, autoestima”. María se define como “retornante”, ya que su familia paterna es española. “A veces pienso mucho en cómo hicieron ellos para salir adelante”.
La decisión de migrar estuvo marcada por sus hijos. “Mi hijo mayor iba a entrar a la universidad y ya era muy inseguro. Ese fue el detonante”. Planificaron todo con tiempo. “No quise venirme a lo loco. Mi proceso fue lento y estudiado”.
En España destaca, sobre todo, la libertad. “Aquí como mujer puedo desarrollarme en plenitud. No me siento cohibida con nada ni con nadie”. Valora poder moverse sin miedo. “Allá tenía que programar todo, autocensurarme. Aquí sigo las reglas y puedo hacer lo que quiero”.
No se plantea volver. “La vida que yo dejé ya no existe. El entorno ya no es el mismo. Para que eso sane, tiene que pasar mucho tiempo”.

Paola Ramos: “Emigré para poder vivir”
Paola llegó a España en 2019 desde Venezuela por una crisis grave de lupus. “Estaba prácticamente hospitalizada en casa. No había insumos, ni medicamentos”. Con ayuda de muchas personas logró estabilizarse y viajar. “Llegué en febrero y me atendieron súper rápido. Eso me salvó”.
Entró como turista y solicitó asilo y refugio. El acceso al refugio no estuvo ligado únicamente a su estado de salud. Paola explica que también salió de Venezuela “por problemas políticos”. “Yo trabajé en la alcaldía de Barquisimeto”, cuenta, y añade que es “sobrina del exalcalde de Barquisimeto, Alfredo Ramos, que fue preso político”. Esa situación afectó a toda su familia. “Como somos perseguidos, toda la familia salió de Venezuela”, resume.
“No tenía recursos para alquilar un piso”. Pasó por un programa de Cruz Roja. “Duré seis meses en refugio. Nos formaron, nos capacitaron”. Su esposo encontró trabajo como carnicero; ella se formó en marketing digital.
Ambos son abogados, pero la homologación sigue pendiente. “Eso ha sido una piedra de tropiezo”. Aun así, Paola trabaja como administrativa a media jornada “por mi enfermedad y por los niños”.
Su balance es positivo. “Me he sentido bienvenida, bien acogida. No he tenido dificultades para adaptarme”. No ha sufrido discriminación. Para ella, la clave ha sido la estabilidad: “Estoy mejor porque estoy atendida”.
Migrar no borra lo que se deja atrás, pero ayuda a construir un futuro mejor. En estas cuatro historias aparecen motivos distintos, ninguna habla de un camino fácil, pero todas coinciden en haber encontrado estabilidad, oportunidades o, al menos, un lugar donde no vivir con miedo.


