España ha sido uno de los pocos países que se han desmarcado de la nueva meta fijada por los aliados: elevar el gasto militar hasta el 5% del PIB en 2035. El Gobierno ha logrado mantener su compromiso en el 2,1%, pero el coste diplomático no ha tardado en llegar. Donald Trump, presente en la cita como invitado especial, lo dijo sin rodeos: “Vamos a negociar un acuerdo comercial con España y hacer que paguen el doble”. Un aviso que, más que una amenaza, sonó a represalia.
La respuesta desde Madrid fue firme. “Ese nivel de gasto es irreal e incompatible con nuestro modelo de Estado del bienestar”, defendió el presidente Pedro Sánchez. Y aseguró que el 2% actual es suficiente para cumplir los compromisos de España con la Alianza. Pero más allá de los porcentajes, la discusión ha revelado algo más profundo: la dificultad de mantener una voz propia en un contexto global cada vez más militarizado.
Una industria que también necesita voces femeninas
En este escenario de rearme y tensión internacional, la defensa parece un terreno reservado para ellos: altos mandos, grandes cifras y decisiones que se toman lejos. Pero hay quien pide ampliar el foco.
“La seguridad también es cosa nuestra”, dice Lena Georgeault, directora del grado de Relaciones Internacionales en la Universidad de Villanueva. Y se refiere a las mujeres. “Es fundamental difundir la cultura de defensa para que sigamos apropiándonos de estos temas e influyendo en la toma de decisiones”.
Georgeault lleva años observando cómo la industria de defensa comienza a abrirse a perfiles femeninos, aunque todavía hay barreras. “Lo importante no es la paridad forzada, sino que todas las mujeres competentes que sientan esa vocación puedan desarrollar su carrera con naturalidad, sin tener que justificar su presencia”, explica. Para ella, construir entornos inclusivos, donde se valore el talento por encima de todo, es clave para que el sector no avance a dos velocidades.

Defensa sí, pero con equilibrio
La cumbre ha marcado un nuevo punto de inflexión. La presión para aumentar el gasto no solo viene de Washington. También crece dentro de Europa, impulsada por el nuevo contexto geopolítico: más tensiones con Rusia, más inversión en armamento, más dependencia tecnológica. Y con ese impulso, el riesgo de que se resienta lo demás.
“Es evidente que dedicar una parte mayor del presupuesto a defensa puede afectar a otras partidas”, advierte Georgeault. Pero matiza: “Sin capacidad de protegerse, el Estado no tiene nada que ofrecer a los ciudadanos. La defensa es la condición imprescindible de todo lo demás”.
La experta insiste también en el potencial económico del sector: genera empleo, atrae inversiones, impulsa tecnología. Pero, como en casi todo, la clave está en el cómo. “Hay que hacerlo con cabeza, sin que eso suponga abandonar lo social”, resume.

Más Europa, menos dependencia
En Bruselas ya se habla abiertamente de autonomía estratégica. Y España, como el resto de socios europeos, busca un equilibrio entre lealtad a la OTAN y capacidad propia. “Dependemos todavía mucho de Estados Unidos, sobre todo en el plano tecnológico”, reconoce Georgeault. A esto se suman las normativas estadounidenses, que limitan incluso el uso de componentes fabricados allí.
El camino para ganar autonomía pasa, según los expertos, por una mayor cooperación industrial dentro de la UE. Pero también por una voluntad política real. “Sin ese impulso por parte de los Estados miembros, incluida España, la ambición seguirá siendo simbólica”, advierte Georgeault.
Por ahora, el pulso con Trump ha terminado en tablas. España mantiene su gasto en defensa por debajo del umbral que marcan sus socios más exigentes. Pero las presiones no han cesado. Y el debate sobre qué modelo de defensa quiere el país —y quién debe formar parte de él— solo acaba de empezar