Opinión

Agoniza el verano, los incendios dejan de importar

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Rebaño el verano en Abejar, un pueblín de Soria, gozando como un puerco de sus doce grados a las diez y media de la mañana, contemplando cómo un trepador azul, un pajarito insectívoro hermosísimo, asciende por un enebro, mientras Leonard Cohen canta sobre el futuro: “Devuélveme el muro de Berlín, / dame Stalin y San Pablo, / dame Cristo / o dame Hiroshima”. No hay rastro de la neurosis del Foro, del trajín espídico de la corte –de la corte donde reina, mal que bien, Pedro Sánchez, quiere decirse–, de las guerrillas virtuales entre savonarolas del wokismo y torquemaditas de la Leyenda Rosa. Sí es cierto que, en un municipio cercano, un grafitero decoraba un muro con un “Israel asesino”; en la capital de la provincia, otro pedía cárcel para Mañueco y, ya puesto, para Mazón. Por pedir, que no quede.

Intuye uno la agonía del estío porque, entre otros motivos, los incendios han dejado de importar. El infierno forestal multipolar y vigoréxico que, durante estas últimas semanas, respondía al nombre de España, que calcinó más de 400.000 hectáreas y que se cobró la vida de al menos cuatro personas, amén de las consecuencias de ese incendio, que palpitan y sangran en presente de indicativo, están siendo relegados poco a poco, pero de una manera implacable, al cajón del desinterés. A un lugar por todos conocido, despreciado por incómodo, repleto de damnificados, canarios y valencianos, especialmente. La amnesia es inconsciente y colectiva: afecta a políticos, a periodistas y a buena parte de la ciudadanía –no así a quien ha sufrido el mordisco ígneo y asesino de Vulcano–. Mientras escribo, ni un sólo periódico nacional se ocupa de ellos en sus portadas. El bombero de Castilla y León Ángel Malanda lamentó, a mediados de agosto, que los de su gremio eran “la canción del verano”: “Probablemente, yo aquí no vuelva –a TVE– ni en octubre ni en diciembre. Hasta julio del año que viene, no volveré a este plató, si es que me llaman”. Acertó de pleno. Y sin herniarse.

Ucrania, el gasto militar, el reparto de menas, las pellas parlamentarias por la Diada y la segunda venida de Leire Díez piden paso y lo encuentran no ya sin resistencia, sino con la anuencia de un público cansado. Firman el epílogo de este episodio fatal los Reyes de España, quienes gastaron humanidad en las zonas más afectadas por el fuego, y la senadora del Benegá Carmen da Silva, quien le afeó este miércoles a la vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Transición Ecológica, Sara Aagesen, que durante su intervención dijera “Orense” y no “Ourense”. “Dolían los oídos de oír”, le recriminó la nacionalista gallega. Uno puede digerir, e incluso vivir de ello, la putrefacción medular de España, su eterno ridículo, el envenenamiento social perpetrado por sus clases dirigentes, pero las arcadas y la urticaria se manifiestan, incontrolables, cuando el sectarismo de garrafón se desborda habiendo muertos de por medio. Los sociólogos alertan del crecimiento de la “antipolítica”. Como si esto no lo fuera.

Feliz inicio de curso. Y que Dios nos coja confesados.

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