Los buenos ciclistas saben medir bien sus fuerzas, tienen una gran tolerancia a la fatiga, un umbral del sufrimiento muy por encima de la media y una capacidad de marcar estrategias que les permite tomar decisiones durante las carreras, mientras pedalean y sudan. Pedro Sánchez decidió parar La Vuelta a España para subir su repecho personal, uno más grande y complejo que cualquier otro pico. Lleva tiempo el presidente en una eterna cuesta arriba, apretando en rampas y pendientes, con los gemelos tiritando. Por eso se fabrica sus propias zonas de descarga, tratando de descolgarse del pelotón y zafarse de cualquier posible caída. Va montado sobre una bici que hace tiempo debería haber dejado de avanzar, pero él les pone parches a las ruedas y continúa sumando kilómetros de manera milagrosa, a costa de un espíritu suicida que pone en peligro el país que gobierna.

El domingo, mientras en Málaga expresaba en voz alta la utopía de que María Jesús Montero ganaría Andalucía en los próximos comicios, decidió soltar un mensaje cargado de intencionalidad que ponía en marcha el alargue de la cortina de humo que llevaba días pergeñando. Ya lo dijimos aquí la semana pasada, Sánchez quiere utilizar el convulso contexto internacional para desviar el foco de las cuestiones internas que afectan directamente a su gestión. Pese a que fuera de nuestras fronteras esté peor valorado que nunca y haya perdido toda esa pompa que consiguió antaño, prefiere figurar de manera histriónica en el plano exterior, erigiéndose como el salvador del mundo, como el mesías de una izquierda internacional que empieza y acaba en él y sus circunstancias, que andar dando explicaciones de todo lo que acorrala a su Gobierno disfuncional e impotente, que más allá de posturear y ponerle la proa a la turbosupermegaultraderecha no se le conoce otro empeño.
Sánchez utilizó el atril sureño para rematar la faena que venía rumiando durante toda la semana, y aprovechando el caldo de cultivo de los manifestantes que ya habían entorpecido los recorridos de La Vuelta a España en etapas anteriores, poniendo en peligro tanto la integridad de los corredores como la del público, se lanzó a aplaudirles y a alentarlos. De esta manera, desenrollando una alfombra roja dialéctica, consiguió que ese mismo día, en la última jornada del Campeonato en Madrid, terminaran de reventar el discurrir de la prueba.

Si lo miramos con perspectiva, la secuencia es sangrante. Tras días de caos, en los que se había estado debatiendo sobre el tema, el presidente del Gobierno del país que organiza una prueba seguida por todo el mundo jalea una movilización violenta que pretende protestar por la paz. Todo en Sánchez es ironía y surrealismo. Aquello ya saben que se saldó con 22 policías heridos y con un reguero de declaraciones posteriores de asociaciones vinculadas a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de las que se transluce de que hubo una intencionalidad activa por parte del poder político para que ocurriese lo que ocurrió. Por supuesto que se podía haber evitado, el caso es que la imagen que dimos como país al mundo, una imagen bochornosa que nos inhabilita como organizadores de cualquier evento en el futuro, es exactamente la que quería dar el líder del Partido Socialista. Una vez más, la nación plegada a los intereses oportunistas de un señor con ínfulas autocráticas que tiene tan alterada la realidad que asocia su figura a la de la patria.
Pedro quiere que no haya más debate que Palestina, no quiere que se repita otra cosa que la palabra genocidio. Ese es su plan, cabalgar a lomos del sufrimiento ajeno para paliar el suyo propio. Y en ello está, enfangando hasta las trancas y desvirtuando una postura necesaria y que sería realmente admirable si fuera creíble, si no tuviera como primer y único fin manosear una guerra por puro interés personal. Ahí está, ondeando la bandera Palestina para tapar los lamparones de fango y corrupción de la de la rosa y el puño. Promocionando que se llame cómplice de genocidas a todo aquel que no comulgue con su zafia hoja de ruta, que no vea bien que se juegue con la seguridad. Insultando y vejando a todos a los que piensan que algo estaremos haciendo mal cuando nos aplaude una organización terrorista como Hamás. Él mete sin rubor a todos los españoles de derechas en el mismo saco, igual que nos cuenta que todos los israelíes son Netanyahu. Luego, con tono compungido, habla de deshumanizar y tal.
Pero la cosa no queda ahí, nuestro ciclista sabe que las cuesta abajo duran lo que duran y, en su afán por alargar el chicle, ayer puso a circular su siguiente ataque. Vamos con Eurovisión. La trayectoria es tan seguida y certera que es difícil no pensar que estaba perfectamente planificada. RTVE anunció este martes que España no participará en la siguiente edición del Festival si lo hace Israel, a la que se le ha estado vendiendo y comprando armas. Lo dicho, aplaudiríamos la decisión si esto no oliese desde lejos, si hubiera una convicción realista y no un ejercicio grotesco de postureo para ahuyentar a los fantasmas que lo asfixian. Pero tiene a su séquito de gregarios dispuestos a todo, a allanarle este camino de barro y ruinas por el que transita, a seguirle la corriente sin saber, o sabiendo, que este recorrido acaba en un precipicio al que quieren arrastrarnos a todos.
Sánchez pedalea exhausto, pero no quiere tirar la toalla. Apura sediento todas sus opciones, aunque ve un horizonte negro al fondo. Trata de dividir, de polarizar, de crear un caos dentro de su caos, de pasar su flato a toda una sociedad a la que enfrenta para que el ambiente sea irrespirable. Él flaquea, pero sigue pedaleando. Es un deportista sin meta, el maillot le pesa y sueña ahora con ser Duplantis saltando con su pértiga por encima de las montañas de mugre que asolan su formación y su Gobierno. Pero no, va montado en una bici. La rueda se volverá a pinchar, los parches se volverán a caer. Y él mirará hacia atrás, buscando al coche escoba. Y sí, nada habrá cambiado, el vehículo que se le acercará será un Peugeot, el mismo de aquellos días de reconquista. Ese bólido será el que recogerá los pedazos de este corredor que hace tiempo que se debería haber retirado.