Opinión

En esas noticias

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En los últimos días en España, el flujo de noticias sobre mujeres vuelve a dibujar un perfil que conocemos demasiado bien. Los titulares cargados de violencia, déficit, miedo y carencias: asesinatos, agresiones, denuncias, disculpas tardías, informes que confirman que se abren brechas que cerramos como podemos. Las historias de siempre.

En una capa mucho menos visible, la vida real está poblada de mujeres que, sin ruido, generan avances decisivos en ciencia, cultura, empresa o arte. Pero ubicamos a las mujeres en las páginas que describen los huecos —lo que falta, lo que falla, lo que se rompe— cuando deberíamos situarlas con la misma naturalidad en las que cuentan lo que se construye, lo que se innova, lo que abre caminos.

La inercia informativa es poderosa: si alguien hojea la prensa de cualquier semana reciente, las mujeres aparecen como víctimas, colectivos vulnerables o sujetos pasivos de políticas. Esos temas importan de manera radical, pero la consecuencia inadvertida es que limitamos el imaginario. Nos acostumbramos a que la presencia femenina aparezca asociada a la herida, y no al hallazgo; a la renuncia, y no al liderazgo; al déficit, y no al mérito. Sin querer, perpetuamos la idea de que el mapa informativo que corresponde a las mujeres está hecho de fracturas y no de descubrimientos.

Bastaría cambiar el foco para comprobar que, en la misma semana en la que lamentamos nuevas estadísticas de desigualdad, ocho noticias protagonizadas por mujeres españolas describen el país que podríamos ser si tuviéramos la valentía de mirar ahí con más frecuencia.

La primera llega desde Bruselas: María José Lallena, investigadora en biomedicina, ha sido elegida finalista del Women Innovators Prize 2025. Ni un premio de consolación ni una categoría paralela, sino una distinción europea a la innovación de alto impacto. Su trabajo en terapias avanzadas para enfermedades neurológicas la coloca en la frontera científica que modela el futuro sanitario. Que una española esté ahí no debería sorprendernos; lo que sorprende es lo poco que hablamos de ello.

A miles de kilómetros, en Luxor, Myriam Seco dirige una excavación que vuelve a aparecer en medios internacionales. Hallazgos importantes, un equipo multidisciplinar y una misión arqueológica liderada por una española en uno de los escenarios más emblemáticos del mundo antiguo. Sin embargo, su presencia apenas ocupa unas líneas en nuestra prensa generalista. Si este proyecto lo encabezara un hombre europeo o estadounidense, llevaríamos años celebrándolo.

En Olot, la chef Fina Puigdevall y sus hijas han situado su restaurante Les Cols entre los diez más sostenibles de Europa. Innovación gastronómica, respeto radical al territorio, visión estética. Un modelo de éxito que rara vez se reconoce como un liderazgo femenino transformador. Las chefs suelen recibir menos visibilidad que sus colegas masculinos, incluso cuando su aportación es más arriesgada y más coherente.

En Madrid, la soprano Sabina Puértolas triunfa en La sonnambula del Teatro Real con una elegancia incuestionable: sin embargo, insistimos en que el espacio natural de las mujeres en la cultura es la vulnerabilidad o el gesto simbólico, y no la excelencia profesional en bruto.

En el ámbito económico, Carmen Marcos ha sido elegida vicepresidenta del BCE para supervisión digital. Un cargo estratégico: IA, ciberseguridad, nuevas normas bancarias, un puesto que influirá directamente en cómo se regula la economía europea. Un progreso que se diluye entre informaciones más escandalosas, como si los hitos femeninos en el poder económico no encontraran espacio en el papel o las noticias.

En la Agencia Espacial Europea, la ingeniera Elena del Río, 32 años, coordina el desarrollo de una red de nanosatélites destinada a comunicaciones de emergencia. Tecnología crítica, liderazgo joven, impacto público. ¿Cuántas veces hemos repetido que faltan modelos femeninos en STEM? Lo que nos falta es la costumbre de escucharlo.

En Sevilla, la bailarina Patricia Guerrero presenta un espectáculo, Delirios, que empieza a convertirse en referencia del flamenco contemporáneo con una carrera que no depende de la excepcionalidad sino del trabajo sostenido: justo lo que deberíamos convertir en la norma.

Por último, la matemática Alicia Dickenstein entra en la Academia Europea de Ciencias. Su campo, la geometría algebraica, no es precisamente accesible para todas las audiencias. El reconocimiento a una carrera de ese calibre debería ocupar un lugar central cuando hablamos de talento español.

Estas ocho historias son una demostración de que el problema nunca ha sido la falta de mujeres brillantes, sino la dirección del foco. Dedicamos la mayoría del espacio mediático a registrar daños y dejamos en penumbra las fuerzas que redefinen cómo entendemos la presencia femenina en el mundo: mujeres que inventan, que investigan, que dirigen, que crean, que transforman sistemas.

Por eso, la pregunta no es si hay mujeres haciendo cosas extraordinarias en España, sino por qué no las consideramos la parte central de nuestro relato colectivo. El imaginario público es una forma de poder: quien ocupa el espacio simbólico, ocupa el futuro, que necesita más referentes, más legitimidad, más historias que ensanchen lo posible.

Estas ocho mujeres representan un país que ya existe, donde las noticias sobre mujeres podrían dejar de ser una cápsula de dolor para convertirse en una cartografía de logros. La obligación oscila entre prestar atención a la violencia y a las carencias, y ampliar el relato para que el presente no se construya solo desde el corazón herido. Porque hay otra parte que late, silenciosa, fértil, y es hora de que ocupe su lugar.

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