Resulta que además de escribir sobre cine y, cuando me dejan, de filosofía costumbrista, e intentar con socios del show business que alguien nos financie con un par de milloncejos para rodar los proyectos de nuestra productora, doy también clases en un máster de cinematografía, contenidos que sobrevuelan la parte más prosaica y, por qué no decirlo, “pereza” de esta maravilloide profesión: imparto todo lo relativo a la planificación presupuestaria, gestión económica, distribución, promoción y explotación económica de una obra audiovisual. O sea, lo que no quiere estudiar nadie cuando “siente la llamada del séptimo arte” mientras ve una de Murnau y se mete de lleno en el “proceso de discernimiento” de los estudios de cine para darse cuenta de que esto es una industria como cualquier otra. Bueno, casi como cualquier otra.
Según datos del Ministerio de Cultura a través del ICAA, su Luca Brasi, en España se estrenaron en 2024 -aún no tenemos los datos oficiales de 2025, por razones obvias, pero por ahí andará-, 728 películas, 288 de producción española, más de un tercio del total. Lo repito, por si no lo has entendido (yo lo tuve que leer tres veces): 728 estrenos en las salas de exhibición en España, este país, en 2024. Si un año tiene, hasta que Pedro Sánchez diga lo contrario, 365 días, la cosa sale a 1,99 películas al día “nuevas”, vamos, dos pelis cada día y en este 2025 estaremos en cifras similares. ¿Cómo se come eso?
Para ver 728 largometrajes al año y presumir de estar al día en cine, recomiendan hacer varias cosas: primera, ser rico, para tener tiempo libre, ese lujo. ¿Cómo? Por ejemplo, butroneando un banco y poniendo de tapadera una tahona: al final el robo se frustra, pero con las galletas te forras, ¿verdad Woody?; la segunda, tener unas retinas a prueba de quemaduras: inténtalo en una ortopedia y que te fabriquen los apósitos metálicos que le colocaban al pobre Alex DeLarge en La naranja mecánica; y, la tercera, tener el estómago a prueba de bombas, de bodrios básicamente, que es la mayoría de mandanga que estrenan al año. Por último, y menos importante, tendrás que renunciar a la familia, esposa, hijos, amigos y convertirte en un anacoreta a lo Fernán Gómez y lo que es peor, abandonar el placer de revisitar tus propios clásicos, las “películas de mi vida”, los placeres culpables, series, documentales. Y, por supuesto olvídate de leer, hacer deporte y otras cosas casi tan placenteras. Si estás dispuesto a hacer todo eso, amigo, estarás al loro y colocado, ese alcalde lo decía. Y también estarás absolutamente deprimido. ¿Cómo se come eso?
Esto en cuanto a la espuma de la vida: vamos ahora con el condumio.
La industria del cine en España facturó, en ese mismo ejercicio de 2024, alrededor de 470 millones de euros, unos 600.000€ por producción y, viendo la tarta del cine español –82 millones en taquilla-, a cada peli española le correspondería una porción de poco menos de 300.000€. El presupuesto medio de un filme español ronda los 3 millones…puedes contar con los dedos si eres de letras. ¿Cómo se come eso?
Más datos. Desde un punto de vista de la asistencia, cada español acudió en 2024 a las salas una media de 1,5 veces y, desde el punto de vista sociológico, más directa todavía: en España no va al cine ni el tato, ni siquiera a los que les gusta. ¿Cómo se come esto? ¿Qué gigantesco oxímoron hay aquí, en un país-en-el-que-nadie-va-al-cine pero que, cada temporada, aumenta exponencialmente el número de estrenos? Y la cosa va a más: todos tenemos en nuestras minúsculas casas pantallas más grandes que un grafiti de Boa Mistura, prestas y dispuestas para inyectar la metadona del streaming a las amebas que están desparramadas en el sofá. Y encima, el Pablo Escobar del entertainment, la gran N, ha decidido minimizar al máximo el paso de sus flagship por las salas, y más ahora que se ha fijado en el carísimo bolso Warner, toda una chuchería audiovisual. Un ejemplo reciente, para que tu cerebro no se vea obligado a carburar: Frankenstein y Una casa llena de dinamita, sus dos grandes apuestas de este año, han durado en la gran pantalla lo que un pestañeo de Dios. ¿Para qué? ¡Si nadie va! Ya lo decía James Cameron, con más visión que talento: el acto social de ir al cine solo sobrevivirá si conviertes las películas en un evento.
También es verdad, y esto mis alumnos del máster te lo explicarían perfectamente, que con el desarrollo de las distintas estrategias de explotación comercial, la taquilla ha pasado de ser el Big Kahuma a ser un elemento más del ROI, vamos, donde está la pastuqui: sin hablar de las ayudas de la administración pública, no quiero pisar esa mina y que me salga uno de VOX de detrás del Mac, puedes generar ingresos con preventas de distribución, ventanas de emisión de SVOD, licencias de propiedad intelectual, incentivos fiscales, sindicaciones, merchandising…y todo ese rollo. Pero, desde la mirada más emocional, si quieres llamarlo así, la situación es diabólica y delirante: no va al cine ni el que asó la manteca, eso tú y yo lo sabemos, pero se produce más que nunca. Esto se lo dices a uno de Hollywood y se desintegra… ¿cómo se come este bagel?
P.D, Leo, escucho y me hablan de algo parecido en el mundo editorial, un mantra que se repite muy a menudo como diría aquel de “las cuatro o cinco lectoras que me soportan”. Se ve que solo leen ellas, pero deben de hacerlo mucho, porque en España se publican 89.000 libros al año, 250 al día. La industria del libro factura más de 3.000 millones de euros, aunque, eso sí, juegan con ventaja: las películas no pueden regalarse en el Día de la madre, ni en el amigo invisible.



