Los despertares de los sueños más dulces suelen ser los más amargos: ayer se publicaron los nuevos datos sobre el uso y el abandono de los fármacos adelgazantes tipo Ozempic. Tras pulverizar en pocos meses la aceptación corporal o body positive, implantada con tanto esfuerzo, llega la decepción.
El estudio poblacional que se presentó este sábado en Viena, en la Reunión Anual de la Asociación Europea para el Estudio de la Diabetes, confirma una tendencia detectada ya en 2024. Más de la mitad de los adultos sin diabetes que comienzan a tomar semaglutida lo interrumpió en un plazo inferior de un año, y la mayoría recuperaron dos tercios de lo perdido.
La pauta médica no explica este fenómeno: en principio, junto con el medicamento se prescriben rutinas de fuerza, seguimiento clínico y retirada escalonada. Pero al igual que no se siguen las recomendaciones de uso, tampoco las de abandono. Además, muchas usuarias compraron el vial por vías paralelas.
Durante dos años nos han vendido un sueño biotecnológico que parecía capaz de domesticar el hambre. Pero la biología es terca: el peso tiende a volver, y así lo muestran los gráficos científicos. En España los agonistas del GLP-1 no están subvencionados y un tratamiento cuesta entre 170 y 400 euros al mes.
Mientras tanto, el tablero corporativo se mueve. Novo Nordisk anunció 9.000 despidos en plena guerra por cuotas frente a Lilly. El giro empresarial recuerda que detrás de cada pluma de inyección hay una cuenta de resultados.
Como siempre, las mujeres se encuentran en la primera línea de fuego del malestar corporal. Si la mitad abandona antes del año no es por falta de disciplina, sino porque la vida real no cabe en un protocolo.
Hay que explicar de nuevo que el músculo también se pierde si no se entrena, que comer menos no es comer peor, y que los fármacos tratan una enfermedad metabólica pero no curan la cultura que la alimenta.
Porque hay un dato terrible: las usuarias indican que la medicación les quita las ganas de comer y de beber. Nos habla de vidas con ansiedad, miedo, aburrimiento o soledad que se han gestionado con comida y bebida. La adherencia flojea cuando lo biológico tropieza con lo social.
Lo que los datos de abandono cuentan es que no habrá bala mágica. Para que los GLP-1 cumplan su eficacia social se necesita un ecosistema adecuado: prescripción, educación nutricional, salud mental e inversión pública.
También necesitamos una conversación honesta sobre las expectativas. Si el abandono implica recuperar peso, quizá el éxito se mida en periodos pautados y estrategias de mantenimiento. Algunas personas conservan parte del adelgazamiento a largo plazo.
Como ocurre con la falta de eficacia de las dietas, el abandono no debería verse como fracaso individual, sino como síntoma del sistema. El debate no es “seguir o dejar”, sino el cómo, con quién y para qué.
Así que sí: ha llegado el despertar, el fin de la ilusión de que una pluma pudiera silenciar a nuestros cuerpos. Quizá el verdadero abandono que necesitamos es el de la economía del malestar.
Espido Freire es autora de los libros “Cuando comer es un infierno”, “La vida frente al espejo” y “Quería volar” sobre Trastornos de la alimentación.