Los episodios de DANAs que están asolando varias comarcas del levante y el sur mantienen en vilo a España. Los damnificados se cuentan por cientos de miles y quedan muchos interrogantes por resolver. Estábamos ante una situación meteorológica explosiva, largamente anunciada y con pocos precedentes en la historia reciente de España. Partiendo de la base de que el riesgo cero no existe, que el clima mediterráneo se caracteriza por su irregularidad, que el cambio climático acentúa fenómenos extremos, que tenemos un mar que es una olla en constante ebullición… La pregunta es obligada, ¿qué ha fallado para que en pleno siglo XXI, en la era de la comunicación global, rápida y constante, nos enfrentemos a una tragedia peor que la riada del 57 en Valencia o la pantanada de Tous del 82?
Los avisos meteorológicos por parte de Aemet estaban activados, se monitorizaba minuto a minuto el comportamiento de los ríos y las ramblas a través de la Confederación Hidrográfica del Júcar, las autoridades dispusieron de un tiempo valioso para reaccionar y, sin embargo, no se hizo. Mi intención no es entrar en buscar responsabilidades políticas (que las hay), ni tampoco en cuestionar la organización del estado autonómico, con múltiples organismos que dependen de distintas administraciones, lo que sin duda complica la labor, ni en analizar la poca o nula planificación urbanística, que ha permitido la construcción de grandes barrios, zonas comerciales y polígonos industriales en zonas inundables. Mi intención es poner de relieve que la comunicación del riesgo no llegó a la población.
¿Qué es la comunicación del riesgo?
Ya he comentado anteriormente que vivimos en un entorno no ajeno a riesgos climáticos. Y, sin embargo, pocos son conscientes del peligro que entraña coger el coche cuando las carreteras se llenan de agua o circular por un paso inferior donde se acumula la lluvia. Huelga decir que es una temeridad intentar sacar el coche de los aparcamientos subterráneos cuando ya se está produciendo la inundación, una práctica muy extendida en zonas de la Comunidad Valenciana donde las lluvias torrenciales son habituales. La educación empieza en la escuela con el conocimiento del entorno, del clima, de los riesgos… y los planes de estudio actuales son ajenos a estos contenidos que ayudarían a mejorar el comportamiento de la sociedad en catástrofes futuras.
¿Se entienden las alertas?
Aunque de poco sirve tener conciencia del riesgo si los niveles de alerta no se entienden. Aemet activa tres tipos de avisos en función de la probabilidad y el peligro que comporta la situación. El nivel tres, nivel rojo, es el máximo. Según se puede consultar en la web del organismo oficial, con un aviso rojo, ‘el riesgo meteorológico es extremo (…) se recomienda tomar medidas preventivas y actuar según las indicaciones de las autoridades. Se pide de forma explícita no viajar si no es estrictamente necesario’.
Por su lado, Emergencias, que depende de los gobiernos autonómicos, es el encargado de ejecutar las alertas. En este caso, también existen tres niveles, siendo el tres el máximo, cuando el gobierno autonómico se inhibe y el estado asume la dirección de la emergencia.
Por su parte, las confederaciones hidrográficas, que dependen del gobierno central, miden y proporcionan datos de pluviometría y caudales. Tal y como recuerda la Confederación Hidrográfica del Júcar ‘no tiene entre sus competencias la emisión de alertas públicas por riesgo de crecidas y avenidas’.
En todo este marasmo de competencias y organismos, faltan los ayuntamientos, que también tienen cierta capacidad de acción y deciden, por ejemplo, se se suspende la actividad lectiva. Y entre competencias y cruce de acusaciones, es evidente que falta un canal único y claro de comunicación hacia el ciudadano.
Nos hemos convertido en periodistas
Hace años que peino canas y todavía me acuerdo del esquema tan básico de emisor, mensaje y receptor. Los medios de comunicación emitían un mensaje que era descodificado por el receptor. De forma muy acelerada, hemos asistido a un cambio del paradigma de la comunicación. Ahora, con un simple Smartphone, todos nos hemos convertido en emisores. Si a eso le añadimos la crisis del periodismo actual, constantemente cuestionado por su falta de independencia, el caos está servido en situaciones catastróficas.
La ecuación es clara. Avisos y alertas que no se entienden, múltiples emisores, noticias falsas y no contrastadas, medios de comunicación puestos en tela de juicio, tienen como resultado la profusión de teorías conspiranoicas con el consiguiente cuestionamiento de las autoridades, a las que se acusa de mentir, ocultar y manipular la información veraz, la que emerge del ‘pueblo’. Adivinad quién saca rédito de semejante caos.
Todo es más sencillo
Dos apuntes para acabar. Un amigo mío afectado me preguntaba por qué se le llamaba DANA cuando fue una riada como las de antes. Recordemos que apenas llovió en l’Horta Sud, la zona más afectada, sino que les llegó el agua caída en la cabecera de los ríos y barrancos. En efecto, el fenómeno meteorológico que provocó la riada fue la DANA, pero en zonas inundables la población está más acostumbrada a la crecida de los ríos. Menos DANAS, ciclogénesis explosivas y bombas meteorológicas y más temporales, riadas y gotas frías. Es necesario utilizar un lenguaje inteligible que conecte con realidades ampliamente conocidas en estos territorios.
Y, ¿sabéis qué? En la era de las comunicaciones y la sobreinformación, mi amigo se estuvo informando durante toda la noche a través de una radio con pilas. Sin internet y sin luz, poco se puede hacer. La tecnología no es infalible.
Créanme, con una radio y un megáfono se llega a más gente cuando las situaciones de emergencia ya están desbordadas que con un mensaje en X o en cualquier otra red social.