Y todavía se sorprende Puigdemont de que Pedro Sánchez lo haya engañado haciendo promesas que no puede cumplir. El prófugo ha tenido que esperar dos años para constatar que el presidente prometió cosas que cuya materizalización dependía de terceros que escapaban a su control. Así hemos llegado al ecuador de esta legislatura; con una amnistía que no le permite volver a España, sin la transferencia de las competencias de inmigración, con la oficialidad del catalán en Europa en punto muerto y para colmo ni siquiera se ha dignado a darse una vuelta por Ginebra para hacerse esta foto que lleva prometiendo dos años.
El tiempo pasa para el líder de Junts y mientras tanto Pedro Sánchez sigue cómodamente instalado en la Moncloa y gobernando en solitario, sin socios, sin mayoría parlamentaria y en consecuencia social, de espaldas al Congreso, sin presupuestos y con un socio de Gobierno de cartón piedra.
Sin embargo, lo que tiene indignado al forajido es que la consecuencia de que no pueda vender estos logros a su parroquia es el crecimiento desmesurado de Alianza Catalana, el partido de Silvia Orriols que, aprovechando que el fugado se va diluyendo, se está erigiendo en la figura que encarna la verdadera pureza independentista.
De manera que la cita que tiene lugar este lunes en Perpiñán, no viene motivada por la emergencia que supone el incumplimiento de contrato de investidura, sino por la consecuencia que esta conlleva que es la otra emergencia, el desmesurado avance Orriols que es lo que realmente preocupa a Junts. Porque aunque siguen abundando los dirigentes y alcaldes de Junts que apoyan el matrimonio con el PSOE, el número va decreciendo tras constatar el retroceso que sufren en Cataluña. Veremos cual es el resultado de la votación y si la bases de Junts estiran el cheque en blanco, a costa de continuar con la erosión. Eso sí, es muy de agradecer que, al menos en esta ocasión, la consulta anunciada por por el promotor del golpe de 2017 vaya a ser legal.
Soy de los que piensan que lo de Sánchez y Puigdemont nunca fue una relación simbiótica mutualista en las que ambos se benefician, sino que más bien es parasitismo, uno se beneficia del otro perjudicándolo pero sin causarle la muerte. La gran paradoja sanchista de nuestro tiempo es que, a pesar de que en todos lo mítines agite el fantasma alertándonos del avance de fuerzas que van a destruir la democracia, con su manera de proceder está logrando dispararlas hasta sus máximos históricos.
En Cataluña la jugada puede ser más difusa pero a nivel nacional está bastante clara: cuanto más tiempo sea capaz de aguantar en la Moncloa más polarización, cuanta más polarización más indignación, cuanta más indignación más voto recoge VOX, cuanto más crezcan los de Abascal más menguará el PP, y con este escenario será siempre más sencillo cultivar el discurso del miedo con el que llegó a las últimas elecciones generales y que será la pancarta de las próximas.
Si acaso el experimento funcionase, Pedro Sánchez podría someter a la población a una disyuntiva en la que los ciudadanos se verían empujados a tener que elegir entre la posibilidad de una frágil coalición con un PP más débil con un VOX fuerte y un presidente moribundo conectado al respirador con una septicemia de corrupción.
No está mal para quien suele erigirse en último líder mundial que combate a las fuerzas reaccionarias.




