Se sabe que en una democracia parlamentaria hay victorias que son derrotas y hay derrotas que son victorias. Pedro Sánchez no conoce las primeras, pero sí las segundas. Saboreó una de ellas hace justo dos años, el 23 de julio de 2023, cuando las elecciones generales le dieron una segunda posición al PSOE (121 escaños) que fue suficiente para articular lo que llamó “una mayoría progresista” y así frenar el paso al vencedor de aquellos comicios, el PP (137 escaños).
Al cabo de un mes, Sánchez acudió a la ronda de consultas del Rey para solemnizar que “solo había una mayoría posible”, la que construyó para lograr su investidura con los votos de Sumar, Junts, ERC, PNV, Bildu, BNG y Coalición Canaria. ¿Queda algo de esa mayoría dos años después? ¿O bien nació sin posibilidades de llegar a término por mucho que el presidente del Gobierno se empeñe en asegurar que no convocará elecciones hasta el fin de la legislatura, en 2027?

Se sabe también que en una democracia parlamentaria no hay mejor indicador de la fortaleza de un Gobierno que el de su capacidad de imponerse en el Congreso. Y si algo se ha visto en estos dos años es que la fragilidad es indisimulable. El PSOE acumula más de cien derrotas en distintas votaciones parlamentarias y —lo que es igual de significativo— también amontona retrasos en las tramitaciones, precisamente para evitar más fracasos (véase la reducción de la jornada laboral o la presentación del proyecto de Presupuestos Generales del Estado).
El Gobierno encajó ayer un nuevo revés para despedir el curso parlamentario al perder la votación del decreto antiapagones. Junts, Podemos y BNG —por citar solo a los que se bajaron de “la mayoría progresista”— tumbaron junto a PP, Vox y UPN el citado decreto, pero Sánchez relativizó el enésimo naufragio desde Montevideo (Uruguay), donde se haya de visita: “De siete leyes hemos aprobado seis, ni tan mal“. Se refería, por ejemplo, a que el Congreso aprobó la creación de la Agencia Estatal de Salud Pública, una de esas iniciativas que en su día se estrelló en el Congreso y que ayer halló pista de aterrizaje.
Una estabilidad líquida
Sánchez Ni Tan Mal está dispuesto a encajar innumerables derrotas en las Cortes porque sabe desde el inicio de la legislatura que la suya es una estabilidad líquida, una mayoría con aspecto de minoría, y una conjura de socios aficionados a la traición.
Dijo el líder del PSOE durante la noche electoral del 23 de julio de 2023 en la calle Ferraz de Madrid que había que felicitarse por haber “demostrado al mundo que somos una democracia fuerte, una democracia limpia, una gran democracia”. Lo dijo a un brazo y medio del que era secretario de Organización del PSOE, el hoy encarcelado Santos Cerdán por corrupción. Festejaron hombro con hombro aquella derrota que era victoria.
Unidos por las encuestas
Apretaba un poco, eso sí, el disfraz de la victoria electoral porque para conseguirlo el PSOE —Cerdán mediante— tuvo que entregar la ley de Amnistía a Junts y sufrir la vergüenza de que la Comisión Europea advirtiera de lo obvio: que ese perdón a los líderes del procés se había negociado con sus propios “beneficiarios”, con lo cual aquello parecía “constituir una autoamnistía”.
Todavía queda recorrido a la mayoría con aspecto de minoría, puesto que si algo verdaderamente une a los socios que no son tal es que nada bueno espera en el recuento de unas elecciones generales. Así que, entretanto y mientras la investigación del caso Cerdán lo permita, “la mayoría progresista” seguirá intercambiando chantajes, balones de oxígenos, pagos a cuenta, sillas de poder, promesas aplazadas y comprobaciones de constantes vitales. Ni tan mal.