El cáncer en la primera fila de la política

Sémper anuncia que frenará su actividad para tratarse un tumor. Olga Albaladejo, psicooncóloga, nos explica qué implica para una figura pública el desafío de continuar pero con pausa

El portavoz nacional del PP, Borja Sémper, durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Comité de Dirección del partido este lunes en Madrid.
EFE/ Mariscal

Borja Sémper tiene una idea justa del esfuerzo que hay que hacer para mantenerse en pie cuando la vida quiere hacerte caer. Su biografía está marcada por la amenaza de ETA durante años, el cambio de rutinas o la presencia de un escolta desde los 17 años. Ahora el amago es un cáncer. Ha anunciado que le detectaron un tumor maligno en fase temprana durante un chequeo médico rutinario y, con un tratamiento exigente, las perspectivas de curación son razonables. Aunque frenará su agenda, seguirá vinculado al PP como portavoz.

El de Sémper es uno de los 296.103 cánceres que se habrán diagnosticado en España al acabar 2025. También el del ministro socialista Ángel Víctor Torres, que en marzo de 2025 reveló que lo padecía. Suspendió su actividad pública para someterse a una intervención quirúrgica, pero enseguida volvió a la primera línea política. Podemos nombrar a otros muchos políticos pacientes de cáncer que se reincorporaron con normalidad. Es el caso de Esperanza Aguirre o María San Gil. Fueron operadas de cáncer de mama y regresaron después de un tiempo breve.

Javier Lambán continuó en el cargo como presidente del Gobierno de Aragón mientras recibía tratamiento por un cáncer de colon que le detectaron en 2021. Uxue Barkos, expresidenta de Navarra, y Aina Viada, diputada de Comú Podem, son dos ejemplos más de figuras políticas que, haciendo público su diagnóstico, alivian el estigma de la enfermedad y visibilizan que las posibilidades de cura son hoy altas, especialmente por los protocolos de detección temprana.

El secretario general del PSOE Aragón, Javier Lambán.
EFE

¿Están hechos de otra pasta? La presión de la política y la exposición pública crea en ellos una resistencia emocional y mental que les resultará valiosa para encajar algo así, pero la biología del cáncer es la que va dictando el curso de los acontecimientos, independientemente de la actitud y el espíritu de lucha del paciente.

Olga Albaladejo, psicooncóloga, nos ayuda a entender este proceso. “Cuando el cáncer irrumpe, lo hace como un terremoto que reconfigura todas las prioridades y proyectos. Esto puede generar una gran frustración al obligarnos a romper con nuestras agendas y afrontar una incertidumbre que nos descoloca. Cuando una figura pública comunica que ha sido diagnosticado de cáncer y expresa su intención de continuar con su actividad profesional, es importante recordar que una enfermedad de este calibre no es un asunto menor, ni debería tratarse como una interrupción puntual en la agenda”.

Desde su experiencia como psicooncóloga, dice que es frecuente que las personas con alta responsabilidad pública o personal vivan una fase inicial de negación. “Va acompañada de lo que llamamos súper manía, una especie de impulso por mantener todo igual que antes. Aunque es una reacción comprensible, no siempre es sostenible”. Seguir trabajando puede ser positivo, según nos dice, si se convierte en un soporte emocional, una fuente de sentido o una estructura que ayuda. “Pero puede ser contraproducente si lo que hacemos es añadir al proceso de enfermedad una agenda ya sobrecargada, sin espacio para la pausa, la adaptación o el autocuidado”.

El olvido oncológico ayuda a cambiar la percepción social sobre el cáncer.

En lugar de acelerar, Albaladejo propone parar un momento. “No para abandonar o lamentarse, sino para reordenar. Parar permite hacerse una pregunta clave: ¿Qué puedo hacer yo para estar mejor? Porque, aunque no hay que culpabilizar ni buscar razones simplistas, sí podemos actuar desde el presente para acompañar al cuerpo y a la mente en este nuevo camino”.

Aconseja a sus pacientes revisar la alimentación, mejorar el descanso, aprender a gestionar el estrés, fortalecer relaciones sanas, incorporar momentos de ejercicio moderado, ocio y silencio. “No curan por sí solos, pero ayudan. Nos devuelven una sensación de control real sobre nuestra salud, mejoran la adaptación al tratamiento, pueden minimizar la intensidad de síntomas físicos y emocionales y son herramientas de prevención y fortalecimiento a largo plazo”.

La enfermedad y su abordaje terminarán marcando los tiempos, más que la agenda profesional. “Por eso -añade esta profesional-, el verdadero desafío no es seguir con todo, sino encontrar un nuevo ritmo que permita sostener lo importante sin poner en riesgo lo esencial: la salud física, emocional y mental. Y, por supuesto, pedir ayuda profesional cuando sea necesario también forma parte de ese autocuidado consciente. Continuar sí, pero con pausa, presencia y propósito”.

Albaladejo comparte con nosotros una hoja de ruta que ofrece a sus pacientes en consulta:

  1. Aceptar y gestionar las emociones. Sentir frustración, tristeza o incluso rabia no es solo natural, sino necesario. Reconocerlas y permitirnos sentirlas es el primer paso para procesarlas y manejarlas con mayor calma.
  2. Cultivar el buen ánimo y el sentido del humor. Además de liberar tensiones, puede generar un respiro emocional y ayudarnos a ver las cosas desde otra perspectiva.
  3. Redefinir el propósito de vida y reinterpretar esta etapa como una pausa o transición. No significa abandonar los sueños, sino adaptarlos al presente. El presente puede ofrecer nuevas formas de conectar con las propias pasiones, fortalecer los vínculos con los seres queridos o incluso descubrir aspectos desconocidos de uno mismo.
  4. Crear pequeñas anclas de control: descanso de calidad, alimentación saludable, ejercicio suave o unos minutos de meditación.
  5. Rodearse de su gente y regalarse tiempo de soledad, recordando que el protagonista de su vida sigue siendo él. Esto aporta calma en un momento de tanta incertidumbre.