Lecciones extremeñas para Sánchez y Feijóo

El resultado de Vox en Extremadura vaticina que los de Abascal podrían lograr un 20% de los votos en las generales y obliga a PP y PSOE a redefinir sus estrategia

“Ganamos, pero al final parece que perdemos”.  La declaración de un veterano popular recoge a la perfección el sentimiento de líderes, votantes y militantes del PP que anoche celebraban el histórico resultado en Extremadura con una media sonrisa. Se venció al rival, pero se perdió frente a las expectativas.

Guardiola cayó en el síndrome del 23-J. Como a Feijóo la campaña se le hizo larga y la ausencia en el debate televisivo pesó. Repitió los mismos errores y la mayoría absoluta, que los gurús de la demoscopia a sueldo de Génova prometían hasta horas antes de que se pusieran las urnas, se esfumó.

Acertó la baronesa adelantando las elecciones si la intención era acabar con el PSOE y no deshacerse de Vox. La tentación de medirse a un candidato procesado por corrupción era inevitable: ahora o nunca. Los socialistas han cosechado el peor resultado de su historia. La marca se desangra. El PSOE ha cedido papeletas a la abstención, a Podemos, al PP y a Vox. En este último trasvase está la calve de por qué en una comunidad autónoma históricamente de izquierdas, ayer la derecha (43,2) y la ultraderecha (16,9) lograron más del 60 por ciento de los sufragios.

El fenómeno de Vox ha dejado de ser un problema exclusivo del PP y por eso tanto Sánchez como Feijóo deben aprender las lecciones extremeñas.

Los de Abascal están en más del 20 por ciento a nivel nacional. Extrapolar resultados es una mala praxis, pero si hay algo en lo que coinciden todos los analistas consultados es que el 16,9 por ciento de Vox en Extremadura es la antesala de un crecimiento cercano a los dos dígitos en las generales.

La presidenta de Extremadura, María Guardiola
EFE

Para Feijóo, cuya relación con Abascal se reduce a algún cruce de mensajes, esta nueva realidad es un arma de doble filo. Un Vox fuerte le garantiza que será el próximo presidente del Gobierno con “Santi” de vicepresidente o de contrapoder en la oposición, pero también le debilita como líder.

El empuje de Abascal dibuja a Feijóo como un candidato llamado a heredar el poder no a pelear por él. Al PP le faltan las “ganas de ganar” del eslogan de Isabel Díaz Ayuso o al menos así lo perciben en parte de sus cuadros, donde crecen las dudas sobre lo acertado de haber planteado esta suerte de “caucus” que puede acabar con un Vox disparado en Aragón y Castilla y León.

A favor de Azcón y Mañueco juega la baza de los regionalistas. Ambos presidentes se han trabajado a estos partidos en el cálculo de poder pactar con ellos las futuras investiduras y zafarse de Vox. La tarea no parece fácil porque los de Abascal están al alza y arrastran a un votante que ve al PP como “moderadito”.

Feijóo podría contrarrestar capitalizando la fuga de “moderaditos” que huyen del PSOE de Sánchez, pero si Guardiola, la más “moderadita” de los líderes del PP, no ha conquistado una mayoría absoluta es que ya no existen. Los cabreados con el “sanchismo” se quedan en casa o se van a Vox.

El líder del PP vuelve al punto de partida y tendrá que despejar que tipo de relación tendrá a futuro con los de Abascal. Urge que Génova marque una estrategia común en los territorios. ¿Mantiene Feijóo su compromiso de no gobernar en coalición con Vox?

Las reglas del bipartidismo se han roto. Feijóo y Sánchez analizan los nuevos fenómenos con ojos viejos. Al presidente del Gobierno se le ha quedado obsoleto lo de agitar el miedo a la ultraderecha. Los extremeños votaron sabiendo que si es imperativo Guardiola pactará con Vox. Una repetición electoral es impensable, aunque el calvario de la presidenta acabe de empezar. Los que mandan en Vox la tienen ganas.

En Vox no hay un patrón para establecer los pactos con los presidentes del PP. Es pura piel. Lo que hace dos días sirvió para investir a Pérez Llorca en la Comunidad Valenciana hoy no da en Extremadura ni para que Kiko Méndez Monasterio levante el teléfono.  No entrarán en el Gobierno, pero dejarán claro quién manda.

Sánchez, Feijóo y Abascal
Kiloycuarto

 

Sánchez ha creado un monstruo que ahora le amenaza. Los votantes del PSOE están tan polarizados que se pasan a Vox sin complejos. El voto obrero cambia de bando con un socialismo en peligro de extinción que sale al barro electoral con el único reto de aminorar la victoria del rival. El objetivo no es gobernar porque es ya impensable, el objetivo es que el PP gobierne con Vox.

El presidente se ha disociado tanto de su partido que ya no le duelen las derrotas. Ni siquiera se imputará el mal resultado de Gallardo pese a que se volcó en la campaña. Queda por ver si el PSOE está dispuesto a disociarse de su líder.

Ni los casos de corrupción ni los escándalos de abusos sexuales han sido suficientes para que aflore una corriente crítica capaz de mover al presidente. Quizás sea necesario encadenar derrotas para visualizar que después de Sánchez no hay PSOE.

En las primeras elecciones extremeñas con Sánchez como líder en 2019 la izquierda sumaba un 54 por ciento de los votos frente al 42 de la derecha, seis años después la izquierda se queda en un 36 por ciento frente al 60 de la derecha. Lecciones extremeñas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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