Fumata blanca en el cónclave tras dos días de debate. Después de que los pasillos del Vaticano hirviesen en rumores, gestos elocuentes y silencios aún más reveladores, ya hay un nuevo Papa. El Espíritu Santo sopla donde quiere”, afirmó un cardenal veterano, “pero también escucha lo que se murmura en Santa Marta”.
Uno de los nombres que más circulan fuera de los muros vaticanos es el del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, antiguo arzobispo de Manila y actual prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Sin embargo, varias voces internas lo descartan como opción real. “Tagle es un candidato de los medios de comunicación”, afirma con frialdad una fuente vaticana. “Dentro del Colegio no hay apoyos suficientes. Es apreciado, pero no visto como papable”. La percepción es que su perfil —emotivo, comunicativo, cercano a Francisco— convence más a las redacciones internacionales que al bloque cardenalicio que se juega el futuro de la Iglesia en la Capilla Sixtina.

En cambio, el nombre que más inquieta y fascina es el del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado desde 2013 y uno de los hombres más influyentes de la Curia. Diplomático de carrera, Parolin ha sido nuncio en Venezuela, vicesecretario para los Asuntos Generales bajo Benedicto XVI y el gran arquitecto de las relaciones internacionales de la Santa Sede en la última década. “Sería el primer secretario de Estado que se convierte en Papa desde Clemente IX en el siglo XVII”, recuerda un historiador vaticanista. “Tiene el perfil, el apoyo logístico y conoce la maquinaria”.
Su candidatura, sin embargo, no entusiasma a todos. “No sabría a quién votar”, confesó el cardenal Rouco Varela en una conversación privada, “pero el secretario de Estado no lo haría mal”. Un comentario que muchos han interpretado como una bendición diplomática más que como un verdadero respaldo. Otros lo ven con reservas: “Parolin representa demasiado al sistema”, sostiene alguien del entorno de un purpurado europeo. “Y hay sectores que buscan precisamente romper con eso”.

“Basta de experimentos”
En ese terreno de los posibles giros conservadores, resurge con fuerza el nombre del cardenal Peter Erdő, primado de Hungría y teólogo reputado. Su candidatura sería bien recibida por quienes desean una “corrección de rumbo” tras el pontificado de Francisco. “Erdő es erudito, firme en doctrina, pero sin estridencias”, dice una fuente confidencial. “Sería una manera elegante de marcar distancias con ciertas aperturas recientes”. En boca de un trabajador de uno de los Dicasterios: “Basta de experimentos”.
Otro nombre que circula con frecuencia, aunque sin posibilidades reales, es el del patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa. Su popularidad ha crecido con su papel de mediador durante la guerra en Gaza, y muchos valoran su estilo directo y pastoral. Pero, según una fuente vaticana, “está haciendo demasiado bien en Tierra Santa como para sacarlo de allí. El Papa que hace falta allí es él”. La lógica geopolítica parece descartar su traslado a Roma.

El trío de nombres que más atención está generando en estos días —junto a Parolin— incluye a Robert Francis Prevost, Jean-Marc Aveline y Peter Erdő. Prevost, de origen estadounidense, ha sido misionero en Perú, es actual prefecto de Obispos y miembro de la orden agustiniana. “Tiene algo raro: une norte y sur, academia y misión, Curia y vida real”, destaca un conocedor del entorno papable. “Y los agustinos, ya se sabe, suelen ser fiables”.
Aveline, arzobispo de Marsella y creado cardenal en 2022, representa otra vía interesante: reformista, dialogante con el Islam, muy cercano a Francisco. Una fuente italiana, sin embargo, afirma que su entorno ha cultivado un halo de confusión para despistar a los medios. “Lo de que le robaron la maleta en Roma fue una historia muy rara. ¿Casualidad justo ahora?”, insinúa con malicia un miembro de la Curia. “Algunos creen que fue una operación para sembrar desconcierto o victimismo”. Sea como fuere, Aveline ha ganado visibilidad y muchos destacan su perfil cultural, su trabajo con migrantes y su capacidad para tender puentes entre religiones y culturas.

En medio de este mosaico de perfiles, bloques y estrategias veladas, las fuentes más cercanas a los electores coinciden en que el clima es “más abierto que nunca”. No hay un favorito claro, pero sí una preocupación compartida: elegir a alguien que pueda “unir sin claudicar, gobernar sin polarizar y reformar sin destruir”. Lo que ha quedado claro después de la primera fumata negra es que los cardenales saben perfectamente lo que no quieren: “No hay una oposición al camino iniciado por Benedicto XVI y seguido por Francisco de reforma y apertura. Eso son habladurías”, explica una periodista vaticanista que lleva muchos años cubriendo la información de la Santa Sede.
La Capilla Sixtina se prepara para albergar, una vez más, la ceremonia más cargada de historia y misterio del mundo. En la penumbra de los frescos de Miguel Ángel, los cardenales votarán en conciencia, entre la inspiración del Espíritu Santo y la inevitable lógica de la política eclesial. El pulso está abierto. Las apuestas también. Y, como siempre, el de arriba dirá la última palabra (y el humo será testigo).