Para entender qué puede pasar por la cabeza de esos miles de personas que han visto arder sus tierras, sus hogares, sus vidas, nos valemos de una imagen que nos ofrece Samuel del Estal, propietario del hotel rural La Peregrina, en Las Médulas. Nos cuenta que, en el silencio de la noche, le sorprende el ruido de algunos castaños que han sobrevivido al incendio. “Aparentemente, están en pie, pero el interior del tronco tiene brasas y una temperatura suficientemente elevada para que se reactive el fuego. Nadie vigila esto”.
Alhena Pérez Obarro, psicóloga de Cruz Roja Española, se encuentra trabajando sobre el terreno desde el inicio de la catástrofe y dice que buena parte de los damnificados de una manera u otra por los fuegos se muestra fuerte. En general, la gente del campo lo es. Arrastran ya muchas cicatrices y esto les hace aparentar tan macizos como los árboles que despiertan a Samuel. Pero, cuidado, son focos de calor latente, con una combustión lenta y poco visible. Si se desatienden, sus mentes pueden echar a arder: irritabilidad, depresión, tristeza, estrés postraumático, pesadillas, ansiedad o miedos.
Son las otras heridas que deja el fuego. “Tras el incendio -explica la psicóloga- no solo quedan cenizas, quedan pensamientos, intrusivos, rabia contenida e incredulidad. Estas emociones marcan los días posteriores a un incendio. Los vecinos llegan evacuados a los albergues después de trabajar sin descanso para levantar un cortafuegos desbrozando el perímetro, gentes muy arraigadas a su tierra que ven cómo, al arder, se van los recuerdos de toda una vida”.
Los equipos de apoyo desplegados en las zonas afectadas, como este de Cruz Roja, brindan atención inmediata, primeros auxilios psicológicos e intervenciones personalizadas que pueden evitar que los efectos en la salud mental persistan durante meses o incluso años. Aliviar su pena y ayudarles a reconstruir su vida es un reto apremiante para Pérez Obarro, una psicóloga habituada a trabajar en situaciones de crisis, como las evacuaciones en Ucrania.
Vaciado emocional
En primer lugar, facilita a esas personas afectadas un espacio seguro donde puedan expresar sus sentimientos. “Generalmente es una mezcla de estrés, tristeza, ansiedad, ira, miedo y la sensación de que el mundo es un lugar mucho más peligroso. Se cuestionan su futuro y temen por su seguridad”, dice. En los momentos iniciales, los vecinos siguen el instinto básico de la supervivencia, un estado mental impulsado por la adrenalina y necesario para tomar decisiones que luego debería desaparecer. La ayuda psicológica ayuda a no quedarse atrapados ahí cuando ya no hay amenaza.
Los incendios forestales son un serio riesgo para la salud mental que puede persistir incluso años después. Un estudio realizado con sobrevivientes del incendio Camp de 2018 en California reveló que las personas directamente expuestas al trauma por incendios forestales mostraron impactos neurocognitivos persistentes, particularmente en la toma de decisiones y la capacidad de procesamiento de recompensas, incluso un año después del evento. También aumentaron los casos de trastorno de estrés postraumático y depresión, incluso en personas que nunca habían experimentado problemas de salud mental.
Los niños y adolescentes son la población más vulnerable y con mayor riesgo de angustia después de los incendios o la ansiedad de que pueda volver a suceder. También los ancianos con deterioro cognitivo. Un cambio tan brusco y el verse despojados de sus cosas y de sus ruinas genera en ellos desorientación y miedo. “El impacto psicológico es muy diferente de unas personas a otras. La simple experiencia de evacuar puede ser especialmente traumática. Es importante que no se enfrenten a ello solos. Por herencia cultural, a los hombres les cuesta más expresar sus emociones, aunque estamos viendo que en las generaciones más jóvenes esto ha cambiado”, explica la psicóloga.

La paradoja de la felicidad
Son regiones duras. La despoblación y el envejecimiento de su población han traído consigo la falta de servicios, pero al mismo tiempo una especie de cultura de aguante, suficiente para ser paradójicamente felices. Por historia, cultura y entorno, han forjado una fortaleza vital y social. Pero este testimonio de dignidad de mujeres y hombres recios no debería llegar a engaño. Volvemos a los troncos de los castaños de Samuel, con la mecha latente en su interior.
“Lo que están viendo es devastador -advierte Pérez Obarro-. Enfrentarse a tanta pérdida puede ser complicado y podría implicar problemas de salud mental en el futuro. Escuchar sus relatos y validar sus emociones es algo muy útil. El primer paso es estar presente, hacerles saber que tienen una ayuda tangible que marcará una diferencia significativa a la hora de abordar su malestar emocional. Será importante para su bienestar mental que cuiden sus rutinas de sueño, alimentación e hidratación”.
Lo más difícil es conseguir un uso moderado de los móviles y de las redes sociales, a menudo fuente de desinformación. “El exceso de información, a veces poco fiable, genera mucha ansiedad y nerviosismo. También las imágenes de las llamas dejan tristeza y desazón. A medida que pasan los días, van acumulando agotamiento emocional”, continúa esta profesional de Cruz Roja. Cada alerta, cada actualización o cada imagen en sus pantallas es un motivo más para ese agotamiento que acaba causando irritabilidad, enfado o desesperanza. “Es importante que estén informados, pero de una manera prudente, veraz y útil. La sobrecarga conduce a un estado de alerta extremo”.
Cómo empezar a sanar
Esta población tiene por delante un proceso de sanación, reconstrucción y recuperación y, como insiste la psicóloga, es importante priorizar la salud mental y prestar especial atención en caso de ansiedad, dificultad para conciliar el sueño, pérdida de apetito o decaimiento. Pero también emerge una certeza: la sanación será compartida. “Ya han iniciado un camino de vuelta comunitario. Es admirable su solidaridad, la colaboración y el apoyo mutuo ante la emergencia. Los vecinos se organizan, se sostienen unos a otros y se preparan para reconstruir sus vidas. Son factores que potencian la resiliencia individual y colectiva y les permite mantener su identidad y sentido de pertenencia frente a la adversidad. Tal vez por sus condiciones de vida, crean con mucha facilidad redes de apoyo y cooperación vecinal”.
Quién atiende a los bomberos forestales
Pérez Obarro es también testigo directo del trabajo de los bomberos forestales y entiende el elevado coste psicológico después de tantas jornadas haciendo frente a estos incendios destructivos. “Son los que están en primera línea y son ya muchos días de sobreesfuerzo físico, tensión, imágenes devastadoras, decisiones sobre la marcha, riesgos… Todo ello inevitablemente pasa factura”. También para sus familias implica una carga adicional, sobre todo si tienen hijos o personas mayores a su cargo. Disponen de apoyo psicológico, pero, desafortunadamente, la vorágine de los incendios aún no se lo ha permitido.