Ciencia Humana

En la mente de Ana Ibáñez, la neurocientífica que entrena cerebros

“Nuestro cerebro puede cambiar todo: lo que sentimos, lo que pensamos, cómo actuamos. Lo importante es saber cómo entrenarlo”, explica Ana Ibáñez, fundadora de MindStudio

Entrar en MindStudio, el gimnasio y spa cerebral de Ana Ibáñez, es como adentrarse en una mente ordenada y silenciosa. Las salas de entrenamiento son limpias, luminosas, con pantallas que no abruman y una calma casi quirúrgica.

“Te pasa mucho eso, ¿no? Que la cabeza va antes que el cuerpo”, me pregunta a los diez minutos de conversación.

Escucha con una precisión que desarma y habla desde otro lugar, sin necesidad de imponer autoridad científica. Para ella, la tecnología es una herramienta, pero nunca el centro. Porque el centro, siempre, es la persona.

“En mi casa siempre hubo ordenadores destripados”, me cuenta mientras me guía por una de las salas de entrenamiento. “Mi padre era el manitas de la familia, trabajaba en el área eléctrica de una gran empresa. Nos criamos entre cables, herramientas, pantallas abiertas. Y, por otro lado, mi madre —que nunca estudió psicología ni nada parecido— siempre tuvo una capacidad enorme para leer el alma de las personas. Creo que yo soy esa mezcla: ciencia y piel”.

Ana nació en Burgos, en una familia numerosa y aventurera. “Mi padre tiene nueve hermanos. Las vacaciones eran sagradas, aunque hubiera poco dinero. Había una filosofía clara: esforzarse, pero pasarlo bien. Y, sobre todo, vivir bien con lo que se tiene. Ese ‘vivir bien’ no era material. Era existencial”.

A los tres años, un linfoma zarandeó y transformó su vida. “Mis padres vivieron con la sensación real de que podían perderme. Aquello nos aterrizó a todos. A mí me dejó una especie de conciencia muy corporal de que estar viva es un regalo. No lo pienso de forma racional: lo siento. Cada día”.

Quizá por eso, Ana ha vivido como si la vida mereciera ser explorada sin reservas. Estudió ingeniería química porque, en una clase de segundo de BUP, algo le hizo clic. “La profesora explicó cómo los átomos robaban o cedían electrones, cómo los enlaces determinaban si algo era líquido o sólido. Para mí, eso explicó lo intangible. Fue como poner palabras científicas a cosas que yo ya intuía. Ahí dije: ‘Esto es lo mío’”.

Pero la ingeniería no fue suficiente. Su camino dio un giro radical cuando, junto a su marido, decidió mudarse a la Patagonia chilena para vivir una vida completamente distinta. “Fuimos por dos años sabáticos y acabamos dirigiendo un hotel en medio de la nada. Sin tener ni idea de hotelería. Fue una experiencia brutal: gestionar un equipo de 150 personas, vivir accidentes, incluso muertes. Ahí entendí que mi verdadera pasión era la ingeniería… humana”.

Fue en ese aislamiento donde comenzó a estudiar neurociencia por su cuenta. Se formó con expertos en Estados Unidos, Inglaterra y Suiza. “Me metí en ambientes muy técnicos, masculinos, duros. No me intimidaban. Pero me di cuenta de algo: el mundo del entrenamiento cerebral estaba dominado por físicos, ingenieros eléctricos, matemáticos. Gente brillante, sí, pero muy desconectada de lo humano. Y del otro lado, los psicólogos tampoco hablaban ese lenguaje técnico. No se estaban entendiendo”.

Ana decidió ser el puente. Fundó MindStudio como un espacio de investigación sin fines comerciales. “No quería cobrar por nada. Sólo investigar. Entrené a amigos, a arquitectos, abogados, pilotos, adolescentes, a mis propias hijas… Todos notaban mejoras. Me decían: ‘¿Puedes ayudar a mi hijo?’, ‘¿Puedes ver a mi amiga?’. Y al final tuve que abrir un local, alquilar equipos, contratar gente. Y así nació el estudio”.

Mientras seguimos caminando, Ana me explica cómo trabajan: el cerebro, dice, vive en la oscuridad, protegido por el cráneo, aislado. Recibe señales, las procesa, responde. Pero lo más importante: puede reprogramarse. “Nuestro cerebro puede cambiar todo: lo que sentimos, lo que pensamos, cómo actuamos. Lo importante es saber cómo entrenarlo”.

No es coaching. No es terapia. “La terapia, muchas veces, parte de la idea de que hay algo roto que hay que arreglar. A mí no me gusta eso. Yo no reparo. Yo revelo. El cerebro ya tiene todo lo que necesita. Sólo hay que encontrar las teclas”.

En una de las salas, hay niños entrenando; en otra, adultos. Empresarios, artistas, madres, atletas. “Miles de cerebros han pasado por aquí. Miles, fácilmente. Y lo que más me impresiona es la transversalidad. He visto de todo: personas que sufren muchísimo y otras que, teniéndolo todo, no entienden por qué no son felices.”

Le pregunto por su etapa como nadadora. ¿Fue ahí donde empezó todo esto?

“Competía a muy buen nivel. Y me di cuenta de algo muy claro: la diferencia no estaba en el cuerpo. Estaba en la mente. Había días en los que nadaba mejor sin saber por qué. Con más fluidez, más facilidad. Y entendía: me siento confiada, segura, alineada. Eso es el estado de flow. Una vez, sin hacer más esfuerzo, logré una marca impresionante. ¿La diferencia? Serenidad interna. Confianza cerebral”.

De ahí su obsesión por comprender cómo funciona el cerebro bajo esfuerzo, presión y propósito. “La presión, por sí sola, no sirve. Necesita un propósito. Y ese propósito debe incluirte a ti. No puedes dejarte fuera. Si tú no ganas con lo que haces, acabas roto”.

Su libro Sorprende a tu mente —que ya suma 16 ediciones— nació con un objetivo muy claro: sus hijas. “Lo escribí pensando en ellas. Quiero que tengan un manual de vida. Y, al mismo tiempo, quería que cualquiera pudiera entender la neurociencia. Nada técnico. Todo útil. Práctico. Que la gente sepa cómo funciona su mente y cómo vivir mejor con ella”.

Ana no se define como escritora. “Soy una científica práctica. No quiero inventar nada. Quiero descubrir lo que ya está ahí. El cerebro tiene una sabiduría infinita. Nosotros sólo tenemos que aprender a leerla”.

Cuando el día termina, salgo de MindStudio con una calma distinta. No es que algo haya cambiado en mí, pero sí hay algo que ahora entiendo: la vida, como el cerebro, no necesita ser perfecta. Sólo necesita tener sentido.

TAGS DE ESTA NOTICIA