“Necesitamos al embajador sobre el terreno”. Es el último reclamo de una familia que se siente desamparada, desde que el pasado 1 de julio perdieran todo contacto con Mati. Una viajera empedernida, que nunca les había dado un susto igual en sus 72 años de vida. “Siempre ha reportado cada uno de sus movimientos”, aseguran. Antes, durante y después de cada viaje. Por eso están convencidos de que le ha pasado algo. “Y no nos vale con alguien que no esté encima de los investigadores indonesios”, reclama Elena Herranz. Conoció a Matilde en 1998. Para ella es la tía materna de su marido y la trotamundos de la familia. Ferrolana con casa en Mallorca, cuenta que “un día decidió que alquilaba su pisito y que con lo que le daba se iba a la India a vivir. Y allí lleva muchos años”. No es una turista al uso ni alguien que se mueva con desconocimiento e inexperiencia por una zona inhóspita. Sino todo lo contrario. Cauta y de rutinas precisas.
“Lo único que podemos hacer ahora es solicitar la geolocalización de su móvil. Saber en qué punto exacto ha estado desde el 1 al 6 de julio”, apunta Elena. Así se lo han trasladado al embajador, de quien esperan dé parte de esta y otras peticiones a los investigadores en Indonesia. La sensación de ineficiencia es absoluta. “Creemos que a nivel turístico no les interesa descubrir que se ha cometido con Matilde un acto criminal y lo estarían tapando”, desliza. Y los acusa de inoperancia. Por ahora no tienen conocimiento de que hayan peinado el área boscosa que está justo detrás del alojamiento en Lombok, sobre el que centran todas sus pesquisas. El Hotel Bumi Aditya, en la localidad de Senggigi, se ha convertido en el epicentro de sus sospechas. Allí han detectado numerosas irregularidades y contradicciones que apuntarían a los trabajadores como presuntos culpables de la ausencia de Mati: “Es más, no sé por qué no los han detenido aún”, concluye.
Investigación en paralelo
De ser una septuagenaria anónima, una yogui profesional que había decidido recorrer el sudeste asiático dando clases de yoga, con su sonrisa como principal arma para desactivar a cualquiera, Matilde Muñoz Cazorla ha pasado a ocupar titulares por todo el mundo. Cuenta con una red de familiares y amigos volcada en encontrarla. Aunque reconocen que, a punto de cumplirse dos meses de la desaparición, están agotados. “Sentimos que no avanza”. Apenas duermen. Y los 14.000 kilómetros de distancia que les separan del lugar en el que se pierde la pista de Mati no ayudan. De Indonesia llegan informaciones con cuentagotas. Y no por el cauce esperado. “Lo último que sabemos es gracias al periodista Joaquín Campos”, reconocen. Corresponsal y gran conocedor de la zona, siguió de cerca el caso de Daniel Sancho, en Tailandia. Ahora se ha convertido en la gran esperanza del círculo de Mati. Por eso le facilitaron todo lo recopilado por ellos de su investigación en paralelo.
“Yo hice la cronología de todos sus movimientos. Cuatro horas escuchando audio tras audio”. La dedicación de Arty Fernández ha sido plena, desde que un amigo en común le alertase de la desaparición. Con treinta años de diferencia, su amistad con Mati surgió hace tres años en Gokarna, una playa de la India en la que se detectaron por el oído. “Fue casualidad. Nos oímos hablar en español y descubrimos que las dos éramos gallegas. Y de ahí a pasar 22 días juntas”. Un vínculo que se estrechó cuando a Arty le robaron todo lo que tenía en un país que conoce bien, porque allí pasa de tres a seis meses al año. “Ella me consoló y me dio consejos que necesitaba en ese momento. Hasta me ofreció una cama, mientras dormía ella en el suelo. Es una guerrera”.
Generosa y desprendida, pero muy cuidadosa de su espacio y sus pertenencias. De ahí que les extrañen los supuestos últimos pasos que dio Mati, como que dejara su habitación sin candar o la motocicleta olvidada en el hotel, sin ninguna indicación a nadie de su entorno. Algo inhabitual. En cambio sí estaban al tanto de un encuentro que iba a tener con unos amigos argentinos, y que no llegó a producirse. “Cuando ellos no encuentran a Mati, ven la habitación abierta. Y al preguntar el porqué los del hotel les cuentan que la dejó así. Lo que es impensable en ella”, recalca Arty.
La recepcionista mentirosa
El candado del que nunca se despegaba y la moto que habría devuelto son dos de las incongruencias en las versiones que han dado los trabajadores del hotel. En concreto, la recepcionista y administradora, y su mano derecha Habhi. “Ella se llama Narmala. Pero entre nosotros le hemos acortado el nombre y la llamamos ‘Mala’. Le viene al quite”, apunta Arty. Las versiones contradictorias las tilda directamente de mentiras. “A unos les cuenta unas cosas y a otros otras”.
Incluso el corresponsal que está allí estos días ha sido testigo del momento en que ‘Mala’ le mostró a los agentes una habitación distinta a la que servía de alojamiento a su amiga. “Matilde estaba en la 107”. Y no cabe la confusión. Las fotos que la mujer compartió con su entorno o en redes sociales así lo atestiguan. Su ropa, sandalias, libros y productos de aseo personal, además de la mochila con la que viajaba, ya no estaban en la habitación sino en el lugar que usan como vertedero, rodeado de bolsas de basura y escombros. La información se la ha facilitado también Joaquín Campos, a quien los investigadores le contaron que el hallazgo se produjo el pasado 13 de agosto. Un duro golpe más para el círculo de Mati. Sin más datos, presuponen que estarán analizando lo encontrado. Y que seguirán buscando lo que falta: el teléfono móvil, el pasaporte y dos tarjetas de crédito que habría recibido días antes de desaparecer.
El marido reaparecido
Tantas incoherencias e incertidumbre les ha llevado a desconfiar de cualquiera. A través de Artículo14, el círculo de amistades ha descubierto la existencia de un hombre de 76 años que acredita ser el marido de Mati. “Mati no hablaba mucho de sus ex”, aclara Arty con cierta sonrisa en la voz al recordar las particularidades de su amiga. Aunque los familiares sabían de él. Se casaron en 2004 y se distanciaron cinco años después. “Yo solo quiero saber si puedo ayudar de alguna manera”, asegura Arturo Jorge Suárez, que a día de hoy vive en Londres y guarda con su mujer -todavía sobre el papel- el trato de quien conserva una relación rota de manera amistosa. “Nos hemos visto unas dos veces en estos años, pero seguimos en contacto y sabía de sus viajes. Yo ya estoy viejito, pero ella aún disfruta recorriendo el mundo… El próximo 11 de septiembre cumple los 73”, avanza. Y calla, sin saber qué más aportar en un maremagnum de incógnitas que hacen presagiar lo peor.