Pasear durante estos días por las calles cercanas a la Plaza de San Pedro supone encontrarse de todo. Por ejemplo, un set televisivo improvisado en las mesas de la conocida Pizzería Marcantonio, con sus icónicos manteles de cuadros rojos y blancos, en el que conversa un sacerdote con una presentadora famosa en EE.UU. No escatiman en focos, que ocupan varias de las mesas contiguas, sorprendiendo a los turistas. Algunos despistados y otros conscientes de que asisten estos días a unas jornadas históricas. Los camareros están cabreados porque con tanto periodista los cardenales han huído a otros restaurantes y ahora echan de menos sus propinas generosas.
El famoso Borgo Pío, una de las calles principales que rodean el Vaticano, es siempre escenario de monjas, arzobispos y sacerdotes. Sus características tiendas de ropa eclesiástica han marcado un estilo en toda la zona y en algunas de ellas parece que no ha pasado el tiempo.
Es el caso de Raniero Mancinelli, que lleva desde 1962 cosiendo las talares de tres Papas, Juan Pablo II, Ratzinger y Francisco. Aún usa la misma plancha para retocar los tejidos que comenzó usando entonces. Ahora tiene 86 años, llevados con una elegancia y audacia sorprendentes, y cada día a las 9 de la mañana está en su atelier como un clavo. Por aquí pasan todos, también cardenales, entre ellos estará el próximo pontífice para el que ya ha preparado el primer hábito blanco en tres tallas, porque ni él, ni nadie, sabe qué medidas tendrá el sucesor de Bergoglio. Su amabilidad y disponibilidad ha atraído a la prensa de todo el mundo. A su lado, insuperable, su aprendiz, su nieto de 23 años, Lorenzo, que estos días confecciona junto a él su primer hábito papal.
Por allí han pasado varios papables, me confiesa. Siempre hay a quien le falta una faja, una cruz o un accesorio. Allí está Raniero para lo que necesiten. Entre él y su hija conoce a todos, los tratan por su nombre, saben de qué diócesis vienen y si son o no clientes habituales.
A estas horas, los cardenales ultiman el perfil del que será el próximo Papa. Llevan haciéndolo ya en más de diez congregaciones, reuniones a las que se van uniendo los purpurados a medida que van llegando a la capital italiana tras la muerte del pontífice y que, inicialmente, sirven para gestionar la Sede Vacante y, luego, ayudan a discutir qué tendrá que tener el sucesor de Francisco. A la salida, pasadas las 12 de la mañana, comienza su desfile por las calles aledañas a la Plaza de San Pedro, aún vestidos de rojo y con la acreditación que dice su nombre, su país de origen y si son o no electores, en el caso de que superen los 80 años no podrán entrar a la Capilla Sixtina, pero sí asistir a estas reuniones preparatorias y usar su influencia. Los periodistas se les echan encima y ellos usan esas pocas palabras que conceden a la prensa con gran inteligencia. Saben que la atención del mundo está puesta en ellos, de hecho, en la congregación del lunes hacen saber a la Santa Sede que han discutido sobre la impresionante presencia de medios internacionales.
A partir de este martes por la mañana, poco más de 24 horas antes del Cónclave, los purpurados podrán ocupar ya las habitaciones de la Casa de Santa Marta y un edificio contiguo donde el Vaticano les ha asignado por sorteo la habitación que ocuparán. Son 133 los cardenales electores que ocuparán dos principales espacios estos días, sus habitaciones y la famosa Capilla Sixtina donde se decidirá quién será el próximo Papa. Una vez realicen el miércoles por la mañana la misa inicial en la Basílica de San Pedro, recen en la Capilla Paolina y luego desfilen hasta la Sixtina estarán sumergidos en el silencio absoluto y aislamiento por el que la liturgia vaticana se ha hecho famosa en todo el mundo.
Pero, mientras tanto, están a tiempo de sus últimas cenas y comidas en los restaurantes de Borgo Pío en los que estos días han buscado privacidad para poder seguir hablando, reuniéndose, discutiendo, en pequeños grupos. No siempre con mucha suerte. De camino vemos al cardenal Mario Zenari, italiano, pero en misión como Nuncio Apostólico en Siria. Tiene prisa, quiere ir a comer. Lo que no sabemos es a dónde, se escabulle en un edificio cercano al Vaticano. Nos encontramos también estos días, en diversas ocasiones, con el único cardenal chileno, Fernando Chomalí, que describe estas semanas en Roma como “un regalo”. Es su primer Cónclave, fue nombrado purpurado por el Papa Francisco en su último consistorio el pasado mes de diciembre.
Nos acercamos a uno de esos lugares frecuentados por cardenales. Se llama Borgosteria, un restaurante aparentemente tradicional, pero con un punto moderno a mitad de Borgo Pio. Interceptamos al propietario en la puerta, que ya sabe por lo que venimos a preguntarle. Estos locales están llenos de periodistas curiosos desde hace ya dos semanas. “Es cierto que han venido aquí algunos a comer, recuerdo el día del funeral del Papa Francisco, se habían quitado ya sus hábitos rojos y vinieron vestidos de párrocos. Pero un cliente habitual me confesó que sabía quiénes eran y que además eran papables…”, explica. Pidieron una comida ligera, pasta y ensalada, y no bebieron alcohol. Aquí cada detalle cuenta.
Unos metros más arriba está, desde hace 65 años, el Restaurante Arlù es conocido por cocinar como pocos los clásicos de la cocina romana como la carbonara o la amatriciana. Aquí, por supuesto, han venido algunos cardenales en los últimos días. Su propietario quiere evitar nombres, pero sí nos confiesa que reservaron a través de una persona para mantener su anonimato, aunque luego llegaron vestidos de su inconfundible color rojo. Este lugar, además de la cercanía geográfica, se encuentra a solo 200 metros de una de las entradas al Vaticano, tiene un vínculo especial con lo divino desde que le llevaron su tiramisú, una de sus especialidades, al Papa Francisco, especial amante del dulce. La foto de aquel momento luce en el mostrador mientras Roma y el mundo esperan al nuevo pontífice.