La última vez que la familia y amigos vieron a Rebeca Park, de 23 años, estaba embarazada y había salido de cuentas. Vivía con su pareja, Richard, y sus otros dos hijos de 2 y 3 años. Pero la noche del 3 de noviembre de 2025… simplemente desapareció.
Cuando pasaron las horas y Rebeca no regresaba a casa ni respondía al móvil, Richard se empezó a inquietar y llamó a todos los hospitales. “Solo quiero saber que Rebecca está bien. Que nuestro hijo está bien”.

Su madre, Courtney, y su marido Bradley, le buscaban por los alrededores de la casa con desesperación. Pronto la policía y cientos de voluntarios rastrearon el pueblo. Carteles, entrevistas en la televisión local…pero los días pasaban y nadie había visto nada. ¿Qué había podido ocurrir?
Ni una pista ni hilo del que tirar. Hasta que 20 días después la búsqueda dio un giro. Encontraron el cuerpo de Rebeca en una zona boscosa: la identificaron por los tatuajes. Tenía heridas de arma blanca en el cuello y el abdomen. Había tal cantidad de sangre que descompuso a los policías que la encontraron.
Y algo que lo cambió todo: la autopsia reveló que “ya no estaba embarazada” cuando analizaron el cadáver.

El caso dejó de ser el de una mujer desaparecida y pasó a lo que la fiscalía describió como “un asesinato horrible. Una joven y su hijo sufrieron de forma inimaginable. Es la maldad en persona”.
La familia reclamaba justicia. “¡Que encontraran al responsable del salvaje crimen y se pudra en la cárcel!”. Pero algo no cuadraba en las declaraciones de la madre de Rebeca y su marido. Había contradicciones importantes. Afirmaron que la última vez que la vieron fue en su casa, el día anterior de la desaparición.
Pero la investigación dio un vuelco cuando salieron a la luz los datos de geolocalización de sus respectivos teléfonos. Ambos estaban en la zona en la que se encontró el cadáver, el día del crimen.
De inmediato Courtney y Bradley fueron detenidos, acusados de asesinato, tortura y secuestro. La policía sostuvo que llevaron a cabo la extracción del bebé mientras la joven aún estaba viva.

Cortney finalmente confesó haber utilizado un escalpelo (bisturí) para sacar al bebé, en una cesárea mortal. Mientras su marido la amenazaba con un arma blanca. Posteriormente cubrieron el cuerpo de Rebeca con hojas y desechos del bosque. El bebé no sobrevivió y lo arrojaron a un contenedor.
La ciencia forense ha reconstruido el cómo, pero el por qué se pierde en las declaraciones de quienes debían protegerla. Todo parece indicar que pretendían quedarse con el bebé. Pero resulta tan incomprensible como aberrante. Ojalá algún día se sepa qué tipo de delirio pudo empujar a unos padres a perpetrar semejante crimen.


