Tim Pitzen nació en 2004 en el estado de Illinois, Estados Unidos. Su padre, James, era un hombre tranquilo, trabajador, de pocas palabras pero profundas convicciones. Su madre, Amy, tenía un carácter volátil. Amigos cercanos los describían como “dos personas que amaban profundamente a su hijo, pero que no sabían amarse entre ellos”.
El matrimonio atravesaba dificultades emocionales y económicas. Amy se enfrentaba a episodios de depresión y problemas de salud mental, mientras que James intentaba sostener el equilibrio familiar.
El 11 de mayo de 2011, James dejó al pequeño Tim en el colegio, como todos los días. Minutos más tarde, Amy se presentó en la escuela y alegando una “emergencia familiar” lo sacó de clase. Ella tenía 43 años, el pequeño apenas 6. Cuando esa tarde el padre fue a buscarle se llevó la sorpresa de que su mujer lo había recogido esa mañana. Lo primero que hizo fue llamarle al móvil pero no respondió. Llamó también al trabajo de Amy. No sabían nada de ella. ¿Qué estaba pasando? Habían desayunado los tres, todo parecía estar bien y no existía ninguna emergencia familiar.
Lo que siguió fue un viaje de Amy y Tim durante tres días por atracciones turísticas. Visitaron el zoológico, parques acuáticos y hoteles. Se les vio sonriendo en cámaras de seguridad. Tim parecía feliz, completamente ajeno a lo que se avecinaba. “Fue como un último regalo”, diría el tío del niño. “Una despedida cuidadosamente planeada”.
Durante ese viaje, Amy llamó a familiares, incluso a su marido James. “Está bien, está conmigo” decía. En una de las llamadas se oyó a Tim diciendo que tenía hambre. El 13 de mayo, madre e hijo fueron captados por última vez por la cámara de un hotel:
Al día siguiente Amy fue hallada muerta en una habitación. Se había suicidado cortándose las venas y con una sobredosis de antihistamínicos. Dejó una carta. Una frase sobresalía como un puñal: “Tim está a salvo con personas que lo cuidarán. Nunca lo encontraréis.”
No había señales del niño. Su mochila, juguetes y ropa habían desaparecido. Se desplegó una búsqueda a gran escala. Durante meses peinaron bosques, zonas rurales, hoteles, hospitales y refugios. Pero Tim había desaparecido sin dejar rastro. “El caso es desconcertante” dijo un detective. “No hay evidencias de que le haya hecho daño. Todo apunta a que lo dejó con alguien. Pero ¿con quién?”
James, devastado, se convirtió en una figura silenciosa y persistente en la lucha por encontrar a su hijo. “Nunca habría permitido esto. Amy amaba a Tim, lo que hizo no tiene sentido”.
En 2019, un adolescente apareció deambulando por las calles de Kentucky. Afirmó ser Tim. Dijo que había escapado de sus captores y que había estado encerrado durante años. La historia sacudió a la nación. Pero el ADN fue implacable. No era Tim. Era un joven de 23 años llamado Brian, con antecedentes por falsificación y con un desequilibrio psicológico. Había inventado todo. “Fue como perderlo dos veces” afirmó James, visiblemente afectado. “Volví a imaginar su voz. Y mi hijo se me fue de nuevo”.

El caso de Tim sigue abierto. Se han generado varias teorías pero ninguna concluyente. El padre ha reconstruido parte de su vida, y no pierde la esperanza. Mantiene una habitación con fotos de Tim, recortes de noticias y juguetes. “Todos los días me despierto esperando que toque a la puerta. O que me llame. Me niego a creer que ya no está”.
El rostro de Tim aparece cada cierto tiempo en la televisión, mostrando una foto de como sería hoy, con 21 años. “Volverá algún día”, repite su padre. “Tiene que volver”.