Ha pasado tan sólo una semana, pero parece que hubiera pasado mucho más tiempo. Y es que hace tan sólo siete días, el pasado jueves por la mañana, todavía se esperaba el momento en que se viera la fumata blanca en la chimenea del Vaticano. Y todo eran especulaciones hasta que a las seis y ocho minutos de la tarde comenzó a salir el humo blanco. Habemus papam.
A esa hora yo acababa de llegar a casa y al escuchar el anuncio de que había nuevo Papa, me senté delante del televisor, como probablemente hicieron tantas personas en distintos lugares del mundo, y decidí esperar hasta que fuera presentado, algo que, por otro lado, no había hecho nunca antes. Supongo que hay una primera vez para todo.
Las quinielas circulaban desde hacía días respecto a quién sería el nuevo Jefe de la Iglesia Católica y del Estado Vaticano, y aunque durante días los medios hablaban de los candidatos y hacían sus pronósticos, yo no conocía ningún nombre de los cardenales que denominaban “papables”.
Una hora más tarde de que se produjera la fumata que anunciaba que había un elegido, se movieron las cortinas del llamado Balcón de San Pedro, en la fachada de la Basílica homónima. El cardenal Mamberti anunció entonces al nuevo Papa y el nuevo Papa, León XIV, salió al balcón.
En las crónicas después de su elección, además de contar detalles de su vida, se hablaba de él como un hombre tímido y comedido. Una de estas crónicas analizaba sus primeros gestos al salir al Balcón de San Pedro, su sonrisa contenida, añadían. A mí incluso me pareció ver, en uno de los planos cercanos que le hicieron cuando saludaba a todos los fieles congregados en la plaza de San Pedro, que, además de esa sonrisa, tenía los ojos especialmente brillantes. Y mientras recordaba su gesto pensé que poco me parecía para el peso que carga un hombre que ha sido elegido Papa y que debe responder a todas las expectativas que de él se tienen.
Porque, si bien el Vaticano es el estado más pequeño del mundo en extensión y población, los fieles católicos suponen casi el 18% de la población mundial, unos 1.400 millones. Y al Papa no le miran sólo los católicos del mundo, y esperan sus palabras y sus acciones, también están pendientes de sus actos y sus palabras personas de otras religiones, personas que no son religiosas, y políticos y gobernantes de todo tipo y condición.
Hace unos meses vi en el cine la película Cónclave. Creo que hablo por todos los que estábamos en la sala aquella tarde, si digo que salimos encantados después de ver recreado en la pantalla lo que imaginamos puede ocurrir de puertas hacia adentro en una elección así.
Según uno de los cardenales asistentes a la elección del nuevo Papa, León XIV ha sido elegido por cien votos de los ciento treinta y tres cardenales. Admito que su figura, de la que conozco tan sólo lo que voy leyendo estos días, me parece fascinante. Matemático, ha estudiado Filosofía y Teología y es doctor en Derecho Canónico, pero con esta formación no se quedó en la teoría y en la abstracción, sino que además ha sido misionero durante un largo periodo de su vida.
Dicen que es cercano y muy humano y no me cuesta creerlo, he conocido a sacerdotes misioneros y creo que esos dos adjetivos definirían a la perfección a las personas que yo he conocido y han compartido las carencias y la realidad de una parte de los “desheredados” de este mundo, están hechos de otra pasta.
León XIV, hasta hace unos días Father Bob o Padre Bob, carga desde hace una semana sobre sus hombros con la esperanza de miles de millones de personas en el mundo. Primer Papa estadounidense y primer Papa de la orden de los agustinos, quiso pronunciar una de las frases de San Agustín desde el balcón en su primer discurso: “Para vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristiano“. Me llamó la atención y busqué la frase después de escucharla. La frase completa del Padre de la Iglesia del siglo V es: “Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristiano”.
Quizá esa sonrisa contenida del nuevo Papa de la que hablaban cuando salió al Balcón de San Pedro escondía precisamente eso, lo que a cualquiera le asustaría o lo que a él le consolaba: todo lo que le espera, todo lo que esperan de él.
Y como agustino que es, estoy segura de que también tendrá en su cabeza otra de las frases de San Agustín: “Aspiro a grandes cosas? Comienza con las más pequeñas”.
Buena suerte, Padre Bob.