Esta semana me siguió un misterioso grupo de “pop sintético” en Instagram. El conjunto llamado Los muchachos de la pajarería tenía una estética cuidada y me recuerda el eterno come back de un grupo de rockeros nacionales que se resisten a ver pasar los años.
En su perfil, su primer videoclip. Un tema titulado “Amor regular”, grabado en blanco y negro y ambientado en unos acantilados islandeses y tinerfeños. Unos sonidos electrónicos mezclando estilos, entre OBK y Fangoria sobre un fondo de mar norteño.
Acostumbrado al uso de la Inteligencia Artificial en redes, ando siempre a mil ojos escrutando todos los detalles. Me imagino que se trata de una banda sintética, de compositores virtuales y de inexistentes almas. Poco después, un amigo (uno de los creativos más destacados que conozco) me escribe y reconoce que está detrás de esta nueva iniciativa creativa.
De repente, me recuerda el intenso debate generado, hace poco, por The Velvet Sundown. Un grupo californiano, de guitarras lloronas, pero sin músicos ni cuerdas, ni conciertos, ni entrevistas, que alcanzó los 850.000 oyentes mensuales, muchos de entre ellos sin percatarse que fueron creados por IA integralmente.
La industria musical, tras años de maltrato digital, podría llevarse un nuevo susto con esto de la Inteligencia Artificial. Muchas dudas surgen en torno a las figuras de estos cantantes o grupos “de mentira”, que llegarán a tener éxito, generando millones en ingresos, sin que realmente ninguno de ellos, exista. Las discográficas, plataformas de streaming y distintas legislaciones tendrán que ir navegando a ciegas, hasta ir definiendo un nuevo marco de conductas.
La IA: nueva revolución en la industria de la música
Como en cientos de otros sectores, la Inteligencia Artificial llegó a marchas forzadas, con tambores y trompetas, a trastornar la aparente calma de la industria de la música. Una industria que ya sufrió durante dos décadas de los profundos cambios provocados por las descargas piratas. El ecosistema tuvo que reinventarse de la A hasta la Z, aliándose con el “enemigo” y apostando por las distintas plataformas de streaming tecnológicas.
La IA, en el mundo del sonido, podría sonar a capricho experimental, a un laboratorio creativo redefiniendo los hits del futuro, pero es mucho más que eso. Podría llegar a redefinir procesos, corriente de ideas, composiciones y, por ende, los ingresos de dichas melodías. Un aliento que podría dejar fuera de onda a leyes actuales y reglas si los distintos poderes no se ponen manos a la obra para adaptar derechos e imágenes de marca.
Hace un par de años, el mismísimo David Guetta sorprendió a miles de asistentes a uno de sus conciertos reproduciendo un tema totalmente creado por las máquinas. Pidió a su ordenador emplear el estilo y la retórica rapera de Eminem y hasta usar la propia voz de la estrella americana.
En el 2023, un tema titulado “Heart on my sleeve” producido por un usuario misterioso revolucionó las redes. Supuestamente interpretado por uno de los dúos más en boga y con un realismo escalofriante, simulaba las voces de dos grandes. Sin haber contado con la autorización de Drake, ni de The Weeknd, ni de sus derechos de intérpretes, Universal (su casa de discos) tuvo que pedir la retirada de ese tema cantado por clones. Según la legislación americana, copiar y producir una obra “derivada” de una canción otorga los derechos (e ingresos) al compositor original. Pero en este caso, no se trataba de haber copiado, sino que la IA estaba entrenada para imitar su estilo. El tema no quedó muy claro.
Hoy son cada vez más las herramientas digitales como Suno (la más conocida), Jukebox, MusicLM o Udio que permiten a cualquier “hijo de vecino”, lanzarse en una carrera desde su cuarto, hacer sus primeros pinitos, subirlos a plataformas y, ¿por qué no?, ser el próximo éxito en playas y discotecas.
Según datos de Deezer, el Spotify francés para que me entiendan, más del 18% de las canciones subidas diariamente a su plataforma podrían ser de grupos virtuales. Una cifra que irá “in crescendo” a medida que el ritmo de los creadores descubra oportunidades creativas a la par que lucrativas. Producir música artificial, no requiere ni formación, ni banda, ni ensayos, ni grandes inversiones en giras. Con tan solo un buen ordenador, una buena dosis de sentido común, estética, algoritmos y mercadotecnia, basta.
El delicado papel de las plataformas
Los grandes imperios tecnológicos lo entendieron hace años. Deben estar al tanto de todos estos “espinosos” cambios, porque arrastrarán con ellos sus venideros sustentos. Si YouTube había lanzado a la fama a miles de cantantes desconocidos como Pablo Alborán y su guitarra, Instagram y TikTok, a través de la viralización de retos, convirtieron en estrella a artistas como Sebastián Yatra.
Parte del problema y de la solución, estas grandes plataformas forman parte de nuestro día a día, nos permiten descubrir nuevas tendencias musicales, disfrutarlas y para los artistas rentabilizarlas. Pero hoy un nuevo panorama se abre ante nuestras ojos y orejas, una era donde la música está compuesta por máquinas que se inspiran en otras músicas, compuestas antes por otros miles de artistas. ¿A quién pertenece esa oda final?, y sobre todo ¿en quién recaerán sus sustanciosos ingresos?
Los primeros en moverse han sido los profesionales de nuestro país vecino. Deezer ha decidido tomar partido. Desde inicios del 2025, la plataforma etiqueta las canciones sintéticas creadas por IA e impide que aparezcan destacadas en las playlists algorítmicas. Como ya lo hacen Instagram o TikTok, veremos las creaciones realizadas con IA afectadas, aisladas del sistema de recomendación y mandadas a la trastienda. Según la empresa francesa, lo peligroso no es que escuchemos la música compuesta por máquinas, sino que no sepamos que lo sea.
En este contexto, Spotify ha optado por una posición más ambigua y ha sido bastante criticada. Parece ser que la plataforma introducía temas de grupos virtuales en listas recomendadas de “oyentes pasivos” para no pagar tantos derechos a artistas reales. Aunque su CEO haya declarado que no tiene intención de prohibir la música “sintética”, sí ha denigrado las obras que imitan a artistas reales y de forma fraudulenta. Sin embargo, los fakes The Velvet Sundown han cosechado un gran éxito en su plataforma y han puesto a prueba su discurso y coherencia.
YouTube, por su parte, acaba de anunciar que tomará medidas más contundentes y que a partir del 15 de julio, no permitirá la monetización de videos generados artificialmente, con voces digitalizadas y contenidos engendrados con el mínimo esfuerzo. Su nuevo programa de socios incluye una cláusula donde solo serán elegibles para recibir ingresos, los videos que cuenten con voz humana y una aportación creativa genuina.
Responde así a la necesidad de proteger la autenticidad, apoyar las mentes artísticas y se quita también del medio potenciales plagios y denuncias jurídicas. También servirá para tranquilizar a usuarios y anunciantes preocupados por separar el trigo de la paja, ante la gran proliferación de creaciones recicladas.
Sin embargo, y contra toda espera, los todopoderosos Grammy Awards han anunciado que aceptarán obras conllevando elementos musicales creados artificialmente, aunque el resultado final deberá aportar una importante y relevante contribución humana. Qué delgada es la línea…
Una cuestión ética, legal y artística
Con el mensaje de “El futuro será creativo o no será monetizable”, YouTube se posiciona como un legislador de un futuro incierto y estremecedor. El dilema se vuelve ético, legal pero también filosófico. ¿Quién puede reclamar sus derechos de autor si la IA usa hoy millones de letras y melodías ya existentes para crear la suya propia? Habrá que determinar claramente quién recibirá los ingresos de un tema virtual por sonar en redes o en una boda.
Sabemos que los legisladores llegan siempre diez años tarde ante dichos nuevos cambios que requieren normas y leyes inmediatas. Sin embargo, Europa ha empezado a mover fichas obligando a los usuarios a etiquetar explícitamente cualquier contenido sintético. De hecho, ya podemos verlo habitualmente en redes indicado en los propios vídeos. En Estados Unidos han aumentado las demandas contra creadores usando Suno o Udio para lucrarse, inspirándose en éxitos de otros artistas musicales reales. La falta de regulaciones claras creará incertidumbre para las discográficas, y su resolución determinará el futuro de la creatividad y la rentabilidad de las actividades en este campo.
El debate no se circunscribe a la música, sino a todo en torno a la producción creativa. Veremos cada día más fotos, vídeos, libros o cartelería realizados con la ayuda de las máquinas. ¿A quién pertenecerán todas esas entelequias? Los despachos de abogados gestionando derechos de imagen y propiedad intelectual pueden arremangarse que les llega una cantidad de trabajo gigantesca.
En varios países, entre ellos México, se está limitando el registro de propiedad intelectual de las creaciones con IA. Podrían sencillamente verse retirada cualquier protección jurídica y pertenecer universalmente a todos. En Estados Unidos, la participación humana debe ser relevante para que una obra pueda ser protegida. En China, la más permisiva, el dueño de la herramienta de IA creadora, puede obtener los derechos de una obra, aunque se critica la falta de conexión con la creación de una persona física. Los creadores de música sintética tendrán que aportar una cantidad significativa de aportación humana para que sus producciones queden registradas, y sabemos que “hecha la ley, hecha la trampa”.
Le pregunto a mi amigo creador del grupo de pop español y sintético Los muchachos de la pajarería. Y tú, ¿qué opinas? Esta es su respuesta.
“La tecnología siempre ha transformado las formas de crear, generando a veces cambios de paradigma, como ocurrió antaño con la escritura o la fotografía. Frente a estos cambios, suele haber resistencia o una sensación de pérdida de la “autenticidad”. Platón ya desconfiaba de la escritura por sus efectos en la memoria. Con la IA algo probablemente similar ocurra: se la acusa de facilitar demasiado el proceso creativo, pero quienes realmente crean con ella saben que implica mucho tiempo, esfuerzos y sacrificios en la vida”.
No se me ocurre cerrar este artículo de mejor forma.