Galicia

La playa que desaparece dos veces al día: un espectáculo de arcos góticos tallados por el mar

Fuera del bullicio veraniego, octubre es el momento ideal para descubrir este rincón de la Mariña lucense que es un paraíso en la Tierra

Playa de las Catedrales, Galicia.

La Playa de las Catedrales, en Ribadeo (Lugo), es uno de los escenarios naturales más asombrosos de España. Aquí, la naturaleza dicta sus propias normas. El mar se retira dos veces al día y revela un santuario de piedra, un templo esculpido por siglos de viento y sal que solo se puede recorrer durante unas horas. Cuando la marea sube, el agua lo cubre todo y la playa desaparece, como si el Cantábrico cerrara las puertas de una catedral invisible.

Su nombre oficial es Praia das Catedrais —“Playa de las Catedrales”—, aunque antiguamente se la conocía como Praia de Augas Santas, la playa de las aguas santas. Y no cuesta entender por qué la bautizaron así. Hay algo sagrado en la forma en que los acantilados se arquean sobre el mar, como si el océano se arrodillara ante sus bóvedas naturales.

La reserva obligatoria: cómo conseguirla paso a paso

La fama de la Playa de las Catedrales ha crecido tanto que la Xunta de Galicia tuvo que intervenir para protegerla. Desde hace unos años, durante Semana Santa y entre el 1 de julio y el 30 de septiembre, es obligatorio reservar una autorización gratuita para acceder al arenal. No es un trámite turístico, sino una medida de conservación.

El proceso es sencillo, pero conviene hacerlo con antelación:

  1. Primero, hay que elegir la fecha y el número de visitantes.
  2. Luego se completan los datos personales y se acepta el reglamento de uso, que prohíbe alterar o escalar las formaciones rocosas.
  3. La confirmación llega por correo electrónico y debe mostrarse, en papel o en el móvil, al acceder a la playa.
  4. Sin esa autorización, en temporada alta, el acceso al arenal está restringido.
Playa de las Catedrales - Galicia
Playa de las Catedrales, Galicia.

El resto del año —por ejemplo, en octubre, cuando la luz es más suave y las multitudes se disipan— no hace falta permiso alguno. Basta con llegar, mirar el reloj y esperar el momento en que la marea baja y el milagro comienza.

Mareas: el reloj natural del Atlántico

Visitar la Playa de las Catedrales sin tener en cuenta la marea es un error que muchos cometen. La regla es inamovible: solo se puede recorrer durante la bajamar. Cuando el mar retrocede, deja al descubierto una sucesión de arcos de hasta treinta metros de altura, cuevas, pasillos de arena y bóvedas naturales que parecen la obra de un arquitecto divino.

@laurapeanut

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El ciclo de mareas cambia cada día, pero como norma general, la mejor hora para explorar el arenal es desde dos horas antes de la bajamar hasta dos horas después. Esa ventana de cuatro horas permite disfrutar del paisaje con seguridad. Si se apura demasiado, la pleamar puede avanzar rápido y aislar a los visitantes entre las rocas.

Conviene consultar la tabla de mareas de Ribadeo antes de ir. Es la herramienta más útil para organizar la visita y decidir a qué hora conviene llegar. En ella se indican las horas exactas de bajamar y pleamar, los coeficientes de marea y los días de mayor amplitud. En una playa que literalmente desaparece dos veces al día, esa información vale más que cualquier guía.

El espectáculo natural

La Playa de las Catedrales no se parece a ninguna otra. Su paisaje es una lección de geología y tiempo. La erosión del Cantábrico ha moldeado durante millones de años los acantilados de pizarra y cuarcita, tallando arcos, pilares y corredores que recuerdan al interior de una catedral gótica. De ahí su nombre.

Playa de las Catedrales - Galicia
Vista de la playa de las Catedrales o playa de Aguas Santas en Ribadeo (Galicia).
ShutterStock

Cuando la marea baja, uno puede caminar bajo esos arcos, escuchar el rumor del viento entre las grietas y sentir el eco del mar resonando como un órgano lejano. Es un escenario cambiante. La luz de la mañana ilumina los pasadizos con tonos dorados, y al caer la tarde, el sol tiñe de cobre las paredes húmedas de roca.

No es un lugar pensado para extender la toalla y pasar el día. Es una experiencia que dura lo que dura el capricho del océano. Quizá por eso cada visita tiene algo irrepetible.

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