1. Anabel Segura: vivir en un entorno seguro no garantizó la seguridad
El 12 de abril de 1993, Anabel Segura, de 22 años, salió a correr por la exclusiva urbanización de La Moraleja (Alcobendas, Madrid). Vestía chándal y llevaba un walkman; en un instante, fue empujada dentro de una furgoneta por un hombre y jamás regresó. Su cadáver fue hallado dos años y cinco meses después, enterrado en una fábrica abandonada de Numancia de la Sagra, Toledo. Solo estuvo viva entre seis y siete horas tras el secuestro.

Los detenidos, Emilio Muñoz y Cándido Ortiz, y una mujer encubridora, Felisa García, fueron condenados: los hombres a 43 años de prisión y ella a poco más de dos años. Una de las claves para resolver el caso fue una grabación enviada como prueba de vida, en la que Felisa fingía ser Anabel. Su voz y ruidos de fondo, como niños jugando y palabras con acento toledano, fueron decisivos para identificar y detener a los autores.
Este caso, seguido durante 900 días, desató una movilización sin precedentes mientras la familia vivía con la esperanza de recuperar a su hija. Alcobendas hoy honra su memoria con un busto y un centro cultural que lleva su nombre.
2. Laura Luelmo: una tragedia que desató la solidaridad del país
En diciembre de 2018, Laura Luelmo, de 26 años y recién llegada a un instituto de la provincia de Huelva para cubrir una sustitución, desapareció tras salir a correr cerca de su casa en El Campillo. Vestía ropa deportiva y llevaba apenas unos días instalada en el pueblo cuando su ausencia encendió todas las alarmas.

Su cuerpo apareció cinco días después en Las Mimbreras, cerca de El Campillo (Huelva). La autopsia confirmó agresión sexual y un fuerte golpe que le provocó la muerte entre el 14 y 15 de diciembre. La Guardia Civil considera que pudo morir la misma noche de su desaparición, dados los indicios de tiempo y posición del cuerpo. El acusado, un vecino con antecedentes por asesinato, fue detenido y está en juicio por agresión sexual, detención ilegal y asesinato.
Su muerte provocó una ola nacional de acompañamiento: desde carreras conmemorativas hasta clases de defensa personal gratuitas, rutas para mujeres, concentraciones y el lema #TodosSomosLaura, expresando que correr sola no debería ser un riesgo.
3. Déborah Fernández: una desaparición y un caso envuelto en sombras y silencio
El 30 de abril de 2002, Déborah Fernández, de 22 años, desapareció tras hacer footing con su prima en el paseo marítimo de Samil (Vigo). Once días después, su cuerpo desnudo apareció lavado y abandonado en una cuneta en O Rosal, a unos 40 km de distancia. La autopsia señaló homicidio. Se encontraron pruebas en apariencia colocadas estratégicamente, como un preservativo con semen, y la familia siempre ha sostenido que ciertos rastros fueron colocados tras la muerte.

Además, la investigación estuvo plagada de irregularidades: la Fiscalía consideró primero la muerte súbita; el principal sospechoso, su expareja, nunca declaró oficialmente; el ordenador de Déborah fue manipulado y borrado intencionadamente. La causa fue archivada y solo reabierta en 2019 gracias al esfuerzo de su familia.
El riesgo de correr sola: datos que hablan por sí solos
Las historias de Anabel, Laura y Déborah no son casos aislados, sino parte de una realidad que muchas mujeres viven a diario. Un alto porcentaje de corredoras asegura haber sufrido algún tipo de agresión mientras practicaba running. En Madrid, prácticamente todas, el 96 %, toman medidas de seguridad como evitar zonas mal iluminadas o elegir rutas transitadas. En Barcelona, el 94 % adopta precauciones similares: el 76 % evita lugares solitarios, el 65 % prefiere horarios con más gente y el 41 % opta por correr acompañadas. El miedo, además, tiene un impacto real en la práctica deportiva: en Barcelona, un 19 % de las mujeres ha pensado en abandonar el running debido al acoso, frente al 10 % de los hombres, y en Madrid, un 28 % se ha planteado dejar de correr por inseguridad.
Estos tres casos no expresan sensacionalismo, sino la urgencia de entender una realidad: para muchas mujeres, correr sola, una actividad que debería inspirar libertad y bienestar, se convierte en un punto de vulnerabilidad. La elección de salir a hacer deporte ya incluye un cálculo de riesgos, una planificación, una evaluación psicológica del entorno.
No es correr lo que está en cuestión, sino el entorno inseguro, los protocolos fallidos, la cultura que aún justifica que una mujer deba medir cada paso. Hablar de Anabel, Laura y Déborah, sus nombres, sus historias, no es revivir el dolor, sino exigir, como sociedad, espacios donde nadie tema por salir a correr.