Isabel ya no coge algunas llamadas. No quiere más entrevistas. La última oleada mediática de hace cuatro años la dejó agotada, sin ganas de retomar las preguntas para las que siempre tiene la misma y dolorosa respuesta: “Mi Josué lleva (tantos) años desaparecido”. Y por ‘tantos’ ha sumado dos, siete, once… hasta alcanzar los 19 años el pasado 10 de abril. Desde entonces, la pista más fiable sobre el paradero de su hijo de 13 años -que hoy ya serían 31- está ligada a la sospechosa desaparición de su marido justo trece días después, sin que haya habido rastro de ninguno de los dos durante todo este tiempo.
“Es como si se los hubiera tragado la tierra”, reconocen con impotencia fuentes de la investigación. La desaparición de Josué Monge es una de las espinitas clavadas en el grupo de Homicidios y Desaparecidos de Sevilla. Junto con el de Marta del Castillo, es el caso que más quebraderos de cabeza les ha dado. Lo han repasado cientos de veces. A día de hoy creen que no les queda más por hacer, salvo seguir asignándolo a cada agente que llega nuevo al grupo. “Lo ideal es trabajar en caliente, sobre el terreno y no en un despacho. Pero si no está resuelto, nunca se abandona”, recalcan.
Es el reto de todo ‘cold case’: seguir buscando vías (im)posibles. Para ello acaban de digitalizar el material acumulado en dos décadas. De esta forma, cualquier cuerpo policial de la Interpol cuenta ahora con la misma información que manejan ellos. ¿Su principal hipótesis?, que a Josué lo mató su padre y que ambos están muertos.
En todo este tiempo no han hallado pruebas determinantes, pero sí demasiados indicios. De entrada, el nulo registro de movimientos de cualquier tipo: ni trámites sanitarios ni de Seguridad Social o bancarios, a nombre de ninguno de los dos. El registro de los teléfonos móviles tampoco les ha aportado nada. En 2006, aún no tenían conexión a datos, sólo a llamadas entrantes y salientes. Y estas no les marcaron localización alguna. “Técnicamente se ha mejorado muchísimo en ese sentido”, reconocen los investigadores.
Josué desapareció un Lunes Santo, con su bici, una pequeña mochila y 30 euros en el bolsillo. Su destino estaba a apenas 300 metros, en la casa de un amigo donde iba a dormir y a la que nunca llegó. Con lo que el tormento de su madre fue aún mayor cuando recordó por qué no había hecho la llamada de comprobación: aquella tarde, su marido le pidió expresamente que no llamara a Josué, que estaría bien, que no se preocupara. Algo que no casaba con el perfil controlador de Antonio, pero que Isabel pasó por alto. Como que estuviera cinco horas fuera o regresara más tarde del trabajo, con ropa distinta a la que llevó al salir, y que en los días posteriores no pareciese muy preocupado. Cuentan que en las entrevistas el padre cerraba los ojos para llorar, sin que se le derramara una lágrima. Piezas todas ellas que encajaron tarde, a las dos semanas, cuando el presunto asesino cogió su furgoneta para no volver.
“De hecho, que la furgoneta no haya aparecido es muy llamativo”, apuntan los investigadores. En su minuciosa búsqueda revisaron los desguaces repartidos por toda España, así como activaron avisos por multas de tráfico y posibles desplazamientos hechos con el número de matrícula 1985DBP. De la furgoneta Citröen Berlingo de color blanco se difundió hasta el detalle del dibujo de un pez, pintado en la puerta trasera izquierda. Nadie lo vio. Tampoco dieron sus frutos las batidas en lagos próximos a Dos Hermanas y en el río Guadalquivir, que sobrevolaron y peinaron entero. “No nos preocupan las zonas de cultivo, porque se remueve la tierra”, aclaran fuentes policiales. “El problema son esas lagunas y embalses que desembocan en el río porque es engañoso. Parece que no, pero enseguida toca el océano”. Y a partir de ahí, se complica.
Por si hubieran cruzado el Estrecho, se avisó al agregado de Interior en Marruecos. Igual que se hizo más hincapié en las alertas lanzadas “a países que Isabel nos contó que interesaban especialmente a Antonio: Portugal, Suiza, Dinamarca y Austria”. En ese sentido, se analizaron las últimas búsquedas que hizo el sospechoso desde su ordenador y se investigó la posible cobertura de algún miembro de la comunidad evangélica en la que el matrimonio se había involucrado activamente. Sin embargo, la Policía Nacional descartó la implicación de terceros.
Antonio planificó y ejecutó el crimen de su hijo en solitario. “Hasta donde sabemos, nunca le puso la mano encima antes”, añaden las mismas fuentes. Tampoco a Isabel. Lo que no quita que fuera una mujer maltratada, como ella misma denunció públicamente en cada entrevista. Pese a que no lo hiciera antes de la desaparición ni en comisaría. En 2006, nadie hablaba de violencia vicaria, pero todo apunta a que el detonante del presunto parricidio fue la petición de divorcio de Isabel. De perfil depresivo, Antonio había verbalizado en alguna ocasión que se quería suicidar. Él mejor que nadie conocía parajes y zonas de difícil acceso o apartadas en las que ocultar un cuerpo o dos.
Todos los caminos abocan al mismo horror. El crimen, por delante de la desaparición voluntaria, el secuestro o la captación por una secta. En concreto, se investigó una asentada en Nerja (Murcia), conocida como ‘Las doce tribus de Josué’. La casualidad del nombre mereció la atención de los investigadores, sin que les aportará más.
“Hay un legajo entero de todas las llamadas de gente que lo vio. Sobrepasan el centenar y, por supuesto, se chequearon una a una”, destacan los investigadores, que a su vez entrevistaron a todos los amigos y compañeros del instituto de Josué, para los que se trataba de un chico normal, al que le gustaba montar en bici y los videojuegos. Nunca les habló de problemas familiares. No tuvo tiempo siquiera de saber que sus padres iban a divorciarse. Al menos, Isabel no se lo contó. Quién sabe qué le diría su padre. Horas antes de coger su furgoneta e irse de casa, Antonio le comentó al mayor de sus tres hijos que iba a reunirse con su hermano Josué. “Y, aunque cueste decirlo, no hay línea nueva de investigación que abrir… Pero, no tiraremos la toalla”.