Demente, desequilibrada, lunática, histérica, ida, chalada, chiflada, trastornada, pirada, paranoica, loca… Cuando alguien suelta sobre su pareja uno de estos insultos no lo hace solo para desfogarse en un momento de enfado o estrés, sino para herir profundamente, minar la confianza y hacerle dudar de su cordura. Es uno de los mecanismos de control más despreciables en una relación porque apunta sin miramiento al cerebro de su víctima, casi siempre novia, hija, madre o esposa. En cualquier caso, una mujer.
Hablamos con Cristina Barahona, psicóloga y antropóloga, que acaba de publicar Por todas las veces que me llamaron locas, un libro que convierte en manual para conocer y aprender a cuidar nuestras heridas. Antes de nada, matiza que “el patrón no nace de los hombres, sino del patriarcado emocional que nos ha atravesado a todos. A ellos se les enseñó a no sentir, y a nosotras, a no molestar sintiendo. Hombres y mujeres hemos crecido dentro de un guion donde cada uno tenía un papel asignado: ellos, el del control; nosotras, el de la contención. Y cuando alguna se salía del libreto, se la etiquetaba”.
“¡Estás loca!”
Sin esperar a más, la expresión abre una herida que puede supurar para siempre. Desestabiliza de tal manera que la víctima empieza a prestar oído a sus propias palabras, a revisar cada emoción, intuición o expresión para no revalidar a quien insultó e incluso para demostrarse a sí misma que es una persona equilibrada. Esta necesidad de autocontrol va generando desgaste, ansiedad y la impresión de caminar sobre cristales. La mujer duda de su sensatez, de su memoria, de todo aquello que hasta entonces tenía bien claro. El efecto es el del espejo torcido. Al reflejarnos en él, creemos que somos nosotras las que estamos deformadas.

“Loca -indica Barahona- no te ataca el pelo, ni la ropa, ni la inteligencia: te ataca la realidad emocional. Cuando te llaman loca, no solo cuestionan lo que haces, cuestionan tu percepción del mundo. Es como si te quitaran el derecho a confiar en ti. Te deja vulnerable porque invalida la brújula interna: la emoción, la intuición, el sentir. Cuando llevas años intentando no parecer intensa o difícil, ese insulto te toca donde más duele, justo en el lugar donde habías aprendido a contenerte para que te quisieran”.
Abono para el maltratador
Enseguida vienen los pensamientos rumiativos: “¿Y si al final tienen razón? ¿Y si soy yo?” El miedo de la víctima impide compartir las preocupaciones con la familia o los amigos y ese aislamiento acaba siendo el terreno más fértil para el maltrato psicológico. En esa grieta se cuela quien más dominio puede ejercer. Cualquier despiste o un mínimo traspié se interpreta como un desvarío. Si se encuentra triste, está loca; si se enfada, una dramática; si llora, es lábil.

La sociedad tiende a caer en la patologización del comportamiento femenino, sobre todo cuando la mujer denuncia violencia o conflicto. De hecho, el uso de términos como lábil, inestable o emocionalmente frágil se aplica de forma desproporcionada a mujeres en procesos de custodia para desacreditar a la madre. “Durante siglos, el poder se sostuvo regulando qué podían decir, expresar o desear las mujeres. Y como no se podía ir encerrando a todas las que cuestionaban, se inventó una forma más discreta de hacerlo: llamarlas locas”, confirma la psicóloga.
Loca, según añade, fue la palabra mágica para domesticar la emoción, una manera sutil de decir “cállate, me incomoda lo que sientes”. Insiste en que se trata de un aprendizaje cultural que seguimos repitiendo, muchas veces sin darnos cuenta, cada vez que invalidamos lo que no entendemos.
La generación Z dice “tóxica”
La cultura digital ha traído un nuevo término con idéntico significado y la misma intención: tóxica. El vocablo se ha desviado de la psicología, que lo usa para definir dinámicas de red flags o banderas rojas que señalan que ese no es camino adecuado en una relación. “Usarlo como comodín para cualquier emoción incómoda vuelve a ser una forma de invalidar. Cuando se llama tóxica a una mujer, normalmente no se está describiendo un patrón real de abuso, sino su reacción emocional ante la falta de responsabilidad afectiva del otro. Hay gente tóxica, pero yo lo abordo desde patrones aprendidos y heridas no resueltas. Usarlo para silenciar emociones es lo que repite el patrón de loca”.
¿Qué hacer cuando empezamos a minimizar lo que le está pasando con pensamientos como “estoy exagerando” o “quizás no es para tanto”? “Primero, nombrándolo -responde la psicóloga-. Lo que no se nombra, se clava más hondo. Salir de ese pensamiento no es desaprender, sino recalibrar tu GPS emocional, darte cuenta de que esa voz que dice “no hagas esto, no llores, no se te note no es tuya, es heredada”.
Anima, en segundo lugar, a exponerse con conciencia: “Mostrar lo que sientes, con miedo a que lo tilden de inestabilidad, pero con la conciencia tranquila de que sentir no es perder el control, es recuperarlo. Cada vez que te permites mostrarte, aunque tiemble la voz, estás desobedeciendo a ese miedo aprendido”.

Ahí es donde empieza la verdadera cordura. “Cuando dejas de esforzarte por parecer estable y te permites ser humana, entera y coherente contigo, que es mucho más sano que parecer perfecta. Si cada vez que te emocionas sientes que te vuelves loca, cariño, el problema no está en tu emoción, está en el contexto que te enseñó a temerla”.
Cómo detener a quien insulta
A nivel social, la experta pide dejar de usar el lenguaje como arma y reeducar emocionalmente desde la empatía. “Llamar loca o tóxica no debería ser divertido ni cotidiano, sino una alarma de falta de autocrítica. Implica hablar de responsabilidad afectiva en casa, en las escuelas y en las series”.
Por otra parte, a nivel personal, la mujer insultada no debería justificarse. “Cada vez que intentas demostrar que no estás loca, te metes en su juego. Estás dolida y tienes derecho a expresarlo”. Aconseja, por último, poner distancia. “No todo se discute; algunas faltas se bloquean y se procesan en terapia”.
Barahona, fundadora de la comunidad Hartita, un espacio donde pueden conectar miles de personas para sentirse acompañadas en sus procesos, brinda a nuestras lectoras unas herramientas prácticas:
- Reescribir la narrativa: dejar de contarte la historia desde la culpa y empezar a hacerlo desde la comprensión.
- Reconectar con el cuerpo: escuchar tus señales, tu intuición, tus emociones físicas. El cuerpo siempre avisa antes que la mente, pero hay que aprender a leerlo.
- Reaprender el autocuidado real: ese que no es “medita y haz yoga”, sino “pon límites (pero hazlo bien, no como se está viendo en redes), no te autoengañes y rodéate de gente emocionalmente disponible”.
- Y la validación colectiva. Buscar un espejo sano. Sanar solas cuesta; sanar acompañadas es revolucionario. La validación no va de tener razón, sino de sentirte escuchada sin que te patologicen el sentir.
Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.


