Marisa empezó a beber cuando tenía 16 años. Lo hacía en un contexto social con otros jóvenes de su edad: “Si tú dices que tienes un cáncer, la gente se preocupa y se vuelca en ti. Pero si tú dices que eres alcohólica… tela marinera. Hay mucha falta de información”.
El alcoholismo es una enfermedad crónica reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, aún está muy estigmatizada y más si se trata de una mujer. Socialmente no se ve de la misma forma.
“Mis hermanos quisieron ingresarme en un centro. Lo primero que pensé fue que yo podía dejarlo sola. Me tiré nueve meses sin beber. Un 31 de diciembre me quedé sola recogiendo la mesa y vi una botella de champán. Mi mente pensó que por un chupito después de tanto tiempo no iba a pasar nada. Me puse la botella en la boca y lo siguiente que recuerdo ya es del 27 de marzo. Fueron meses con una nube en la cabeza sin saber bien qué me había pasado. Desde ese día continué bebiendo. Tuve un intento de suicidio. Después de eso fue cuando acudí a Alcohólicos Anónimos”, relata Marisa.

Un tercio de Alcohólicos Anónimos son mujeres
Hace años había una mujer por cada ocho hombres en la comunidad de Alcohólicos Anónimos, ahora es una por cada tres. Ya representan un tercio de sus miembros.
Mientras que el alcoholismo en los hombres suele desarrollarse en contextos sociales compartidos —compañeros, amigos o incluso familiares que también beben, pero sin ser cuestionados—, el caso de las mujeres es distinto. Ellas rara vez comparten su forma de beber con su entorno, y cuando lo hacen, incluso si no es un consumo excesivo, suelen ser objeto de mayor juicio social si su comportamiento se considera inadecuado o fuera de lo entendido como normal.
María del Camino Reinares, presidenta de Alcohólicos Anónimos de España, explica que las mujeres suelen esconderlo en mayor medida y durante periodos de tiempo más largos, “porque a pesar de desarrollar la adicción siguen aparentando normalidad en su entorno sociofamiliar. Esto tiene que ver con dos cuestiones clave: el tener que seguir cumpliendo con su rol de cuidadoras por encima de todo y con el estigma social que existe hacia las mujeres con adicciones”.
Marisa tenía que ser perfecta
Actualmente, Marisa lleva sin beber más de 14 años. Desde pequeña le exigían ser perfecta. Tener buenas notas y un comportamiento adecuado era su base. Eso se incrementó con los años y poco a poco acabó siendo parte de su personalidad. “Mis hermanos no tenían la misma presión que yo. Yo quería tener una vida normal. Poder salir con mis amigas, tener un suficiente, suspender, poder saltarme una clase, todo aquello que hacían las niñas normales. En mi casa me exigían mucho. Eran muy estrictos. Para mí eso era un sufrimiento. Tenía miedo al fracaso. Y al final ese miedo es la base para todos los defectos que tenemos. La ira, el egocentrismo y el control”, recuerda.

Las razones por las que se puede desarrollar el alcoholismo en una persona son múltiples. No hay un patrón, pero sí hay diferencias entre hombres y mujeres y, desde luego, dependen el contexto en el que hayan crecido y sus situaciones personales.
Hace 40 años el perfil de las mujeres era el de amas de casa, mayores de 50 años, con escasa formación académica y con hogares “vacíos” tras la marcha de sus hijos. Hoy son mujeres profesionales con formación que han adquirido a una edad más temprana el hábito de consumo de alcohol y que se ha intensificado y mantenido en su vida adulta.
“Sentimientos de insatisfacción vital, haber sufrido abusos sexuales en la infancia, haber sido o ser víctima de violencia machista, trastornos psíquicos como la ansiedad y la depresión pueden ser razones para que una mujer se evada a través de la ingesta de alcohol y acabe siendo un problema añadido”, añade Reinares.
María bebía sola en casa para que nadie la viese
La historia de Marisa se parece a la de María. Ellas no se conocen, pero ambas tenían en la cabeza el “perfeccionismo” integrado. María comenzó a beber con 52 años, venía de tener una vida, según consideraba en ese momento, perfecta. Estaba bien posicionada laboralmente y vivía con su pareja. Cuatro años antes de desarrollar la enfermedad, María se quedó sin trabajo y dos después su relación amorosa terminó.
“Eso me desestabilizó mucho. Yo no era capaz de aceptar la situación que estaba viviendo. No sabía vivir esa realidad. Solo quería dormir. Me emborrachaba y me dormía. Cuando me espabilaba un poco, volvía a beber. No quería vivir, no podía con tanto dolor como el que sentía en ese momento”, cuenta.
María salía con sus amigas de bares a tomar el aperitivo, pero la realidad es que donde más bebía era en casa. En la calle solo tomaba uno o dos vinos, después se iba a casa para seguir allí. Estaba más tranquila y no tenía que dar explicaciones a nadie: “Me marchaba para beber tranquilamente, para que nadie me pudiese ver borracha. Cuidaba mucho eso y bebía a solas”.

Hoy María tiene 66 años, lleva 11 sin beber y reconoce que le costó mucho asumir que era alcohólica: “Me comparaba con personas que también bebían, desde mi punto de vista, mucho más que yo y llevaban más años. El problema es que la enferma alcohólica era yo”, explica.
Víctimas de doble carga
La incorporación de las mujeres al ámbito laboral ha influido mucho en sus conductas de consumo de alcohol. Por un lado, se han incorporado a entornos que tradicionalmente eran masculinos, como ir a tomar algo después de trabajar, y, por otro, no han sacado ventaja respecto a los hombres. “Son víctimas de doble carga, debido a que las mujeres se han incorporado al mercado laboral pero además las tareas de cuidado del hogar continúan recayendo mayoritariamente en ellas. Esto genera situaciones de estrés, insatisfacción y la sensación de no estar al cien por cien en ninguno de los dos ámbitos, e incluso, sentimientos de malestar por querer desarrollarse profesionalmente, algo que, en los hombres, no ocurre” explica la presidenta de Alcohólicos Anónimos.
Las diferencias entre sexos
Según el último informe sobre los grupos de Alcohólicos Anónimos de España elaborado por el Instituto Deusto de Drogodependencias, el alcoholismo en las mujeres se asocia más a los problemas familiares y personales, mientras que en los hombres dominan las causas externas como el ocio, las compañías y la debilidad personal.
Alberto tiene 62 años y es alcohólico: “Siempre creí que había nacido sin manual de instrucciones en la vida. Era muy introvertido. Me daba mucha vergüenza hablar sobre mis ideas, pensamientos o relacionarme con otras personas. El alcohol me ayudaba a eso. Era incapaz de gestionar mis emociones”.
Empezó a beber con 15, a los 30 se dio cuenta de que el alcohol le estaba generando serios problemas en su vida personal: “Acabé bebiendo constantemente, de día y de noche, y bebía fundamentalmente para olvidarme de lo que estaba haciendo, de cómo destrozaba mi vida, mi familia, mi trabajo, mi entorno. Eso me generaba tal ansiedad que yo necesitaba seguir bebiendo para taparlo”.
“Una vez me dio un infarto, me pusieron un stent y estando solo en la habitación del hospital me quitaba el suero, me vestía, me bajaba al bar y me tomaba dos o tres cervezas, me volvía a subir y me volvía a poner el pijama, me conectaba las vías y yo ya en la cama… pensaba: ‘Alberto estás loco, eso no lo hace una persona normal’. Yo no era capaz de controlar nada, era absolutamente dependiente del alcohol”, cuenta. Un tiempo después pidió ayuda. Tenía ya 46 años y desde el 29 de enero de 2010 no ha vuelto a tomar una copa.
Falta de habilidades sociales
Paco también relaciona su alcoholismo, en parte, con la timidez que sufría de adolescente. “Yo no me sabía relacionar con las personas, era tímido, tartamudo, muy inmaduro, tenía algunas carencias… pero cada compañero tiene la suya. No hay un patrón. Acabamos usando esa sustancia para afrontar una realidad a la que no nos sabemos enfrentar”. También influyeron las responsabilidades que como adulto tenía que ir asumiendo: “No sabía parar de beber. Paraba porque me quedaba sin dinero en la cartera”, explica.
Hoy Paco tiene 65 años, lleva 34 sin beber y cada 8 de abril se ha convertido en su segundo cumpleaños. Lo hizo por su familia, por sus hijos y, sobre todo, por su propia salud. Encontró en Alcohólicos Anónimos un apoyo para hablar sin ser juzgado, aprender a gestionar sus emociones y a compartir sus experiencias e inseguridades.
Aún recuerda su primer día: “Entré muy borracho al grupo, quise discutir con las personas que estaban allí, pero, sin embargo, me trataron con amor y con cariño. Ese día me encontré con un montón de personas que me hablaron de mi vida como si alguien se la hubiera contado, y resulta que no, que eran ellos mismos hablando de la suya. Eran idénticas a la mía”. Fue su esperanza.
Los apoyos familiares también son distintos
También existen diferencias con respecto al apoyo que tienen mujeres y hombres. Las mujeres suelen estar más apoyadas por la familia —progenitores, hermanos— y acuden de forma voluntaria, mientras que en los hombres es habitual que acudan presionados o condicionados por su entorno más cercano: hijos, mujer o incluso bajo amenazas de divorcio o expulsión del hogar.
“Paradójicamente las mujeres de hombres con problemas de alcohol están presentes y son las que presionan para buscar ayuda profesional o en grupos de apoyo; sin embargo, las mujeres que deciden descubrirse suelen ser penalizadas por la familia y entorno por lo que les cuesta dar ese paso”, apunta Reinares.
Por eso es necesario seguir trabajando y concienciar sobre lo que conlleva sufrir alcoholismo. Independientemente de que sea hombre o mujer. No es falta de voluntad ni un vicio: es una enfermedad. Silenciosa, progresiva y devastadora. No tiene género, edad, ni clase social.
Nadie se cura de una herida que no se trata. En el caso de las mujeres es todavía más profunda porque se le suma el juicio, la culpa y la invisibilidad. Ser alcohólica duele y pesa más si eres mujer. Reconocerlo como debe ser, una enfermedad, es el primer acto de compasión y empatía.