El fracaso de Europa diez años después de Aylan, niñas y niños enterrados en Canarias

La imagen de Aylan quedó grabada en la memoria como la expresión más brutal de una infancia arrebatada. Pero en los años siguientes se sucedieron otros nombres, otros niños que murieron en las rutas migratorias hacia Europa y, en particular, hacia España.

El niño se llamaba Aylan Kurdi. Murió ahogado en el mar Egeo cuando intentaba llegar con su familia a una de las islas griegas que, desde la costa turca, parecen tan cercanas que casi se pueden tocar. Apenas tenía tres años, pero sobre sus hombros frágiles ya pesaban la guerra y el destierro.

La autora de la foto, Nilüfer Demir, ha recordado muchas veces lo que sintió al enfrentarse a aquella escena: «Casi me quedé paralizada al ver el cuerpo del niño. Más tarde supe que tenía tres años. Como fotógrafa, mi obligación era registrar lo que estaba ocurriendo. No había tiempo para dudar».

Una década después reconoce que aquella jornada le dejó una huella imborrable: «Ojalá nunca hubiera tenido que hacer esa foto. Habría preferido mil veces captar a Aylan jugando en la orilla. Lo que vi me dejó una marca que todavía me quita el sueño. Pero si esa imagen ayudó a que Europa despertara, entonces estuvo bien publicarla».

Demir insiste en que lo que atrapó su cámara no fue únicamente el cuerpo de un niño. Era, sobre todo, la inocencia arrasada por la guerra, el exilio y la indiferencia. «Yo había fotografiado a muchos refugiados antes —explica—, pero nunca había sentido tanta impotencia. En ese momento entendí que no se trataba solo de una tragedia individual: era la infancia entera puesta contra las rocas de un continente que no quería mirar».

Aquella fotografía, publicada en portadas de todo el mundo, se convirtió en un símbolo contra la deshumanización de la migración. La imagen de Aylan, vestido con pantalón corto, camiseta roja y zapatillas, quedó grabada para siempre en la memoria colectiva como la expresión más brutal de una infancia arrebatada por el mar.

Pero su historia no fue la última. En los años siguientes se sucedieron otros nombres, otros niños que murieron en las rutas migratorias hacia Europa y, en particular, hacia España.

Una imagen de los 61 inmigrantes trasladados este miércoles al puerto de La Restinga, la isla canaria de El Hierro
Una imagen de migrantes en el puerto de La Restinga, en la isla canaria de El Hierro
EFE

En 2017, Madina Huseiny, una niña afgana de siete años murió arrollada por un tren en Serbia después de que la policía croata obligara a su familia a caminar por las vías al devolverlos de forma ilegal. Su caso llegó al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que condenó a Croacia por aquella expulsión.

En el Atlántico, la ruta canaria se ha convertido en la más mortífera del mundo. Salvamento Marítimo recibe avisos de embarcaciones precarias en peligro, pero la desastrosa coordinación con Marruecos y los retrasos en la intervención han tenido consecuencias fatales. En esas travesías se apagaron las vidas de niños y niñas cuyas muertes, a diferencia de la de Aylan, no tuvieron una foto para sacudir conciencias.

Aissata, la niña que murió en el muelle de La Restinga

El 28 de mayo de 2025, Aissata, de cinco años, murió junto a otras menores cuando el cayuco en el que viajaba volcó a escasos metros del puerto de La Restinga, en El Hierro. La embarcación había salido de Guinea Conakri con unas 150 personas a bordo y fue escoltada hasta el muelle por Salvamento Marítimo tras más de diez días de travesía.

En la barcaza viajaba su madre, Fanta Suma, de 21 años, acompañada de su hermano y de su sobrina. La pequeña Aissata no sobrevivió, pero la sobrina logró salir con vida. «Estábamos en el barco… yo iba con mi hija. Fue muy aterrador, muy aterrador. Mi hija murió», repite Fanta con la voz aún quebrada.

Fanta había decidido huir de Guinea para escapar de un matrimonio forzado. La presión familiar la llevó a marcharse de la aldea y a hacerse cargo de su sobrina, hija de su hermana gemela, que sufría malos tratos.

Hoy, tres meses después del naufragio, Fanta sobrevive entre el dolor de haber perdido a Aissata y la responsabilidad de criar a su sobrina en Canarias. «Perdí a mi hija en el mar, pero debo cuidar de la niña que sigue conmigo. Es lo único que me da fuerzas».

Moisés, el niño que solo quería ir a la escuela

El pequeño Moisés Yván Mathis Brou partió en una embarcación rumbo a Canarias desde la costa marroquí a finales de junio de 2023. Tenía cuatro años. El cayuco quedó a la deriva y, pese a encontrarse en aguas bajo responsabilidad española, la coordinación del rescate se transfirió a Marruecos.

Su madre, Charlotte, había rehecho su vida en Marruecos tras ser abandonada por el padre de Moisés. Con una nueva pareja tuvo a su segundo hijo, Arcange Bone. Pero la precariedad apenas les dio respiro.

«Siempre le decía a Moisés: cuando lleguemos a España, irás al colegio. Y él me respondía: mamá, cuando esté en España, iré a la escuela», recuerda Charlotte.

El día del viaje, ella no pudo embarcar porque llevaba en brazos a su bebé de tres meses. Moisés partió acompañado por la pareja de su madre, que también murió en el naufragio.

«Mi corazón se rompió en mil pedazos», confiesa Charlotte. Lo más doloroso, añade, fue que nunca le permitieron ver el cuerpo de su hijo.

Hoy, junto a su pequeño, Charlotte se refugia en su fe: «Si vive, Dios me lo devolverá; si está muerto, me resigno a su voluntad».

Elené Habiba: la niña que murió de frío

En marzo de 2021, una patera rescatada en el Atlántico llegó a Canarias con decenas de personas. Entre ellas viajaba Elené Habiba, una niña maliense de menos de dos años. Su madre, Massa, había huido de Mali con dos de sus hijas.

La travesía fue demasiado dura: llegó deshidratada, con una grave hipotermia y en parada cardiorrespiratoria. Fue trasladada al hospital, pero murió poco después en la UCI.

El entierro se retrasó durante semanas. El cuerpo permaneció en la morgue a la espera de autorizaciones judiciales y de la comunidad musulmana de Canarias.

Finalmente, gracias a la mediación de la comunidad musulmana, se le permitió abrir el ataúd unos segundos. No hubo lápida con su nombre: solo una corona temporal y algunos juguetes marcaban el lugar.

Yamila: siete meses en una morgue

El 30 de junio de 2021, Yamila, cuyo nombre real era Fatmate Zara, murió con apenas cinco años durante una evacuación aérea hacia Gran Canaria. El cayuco había permanecido doce días a la deriva en el Atlántico.

Su cuerpo fue llevado al Instituto de Medicina Legal de Las Palmas, donde permaneció siete meses en una cámara frigorífica. La burocracia convirtió su duelo en un callejón sin salida.

Finalmente, gracias a la mediación de la ONG Caminando Fronteras, su madre Kady consiguió llegar a Canarias. El abogado Daniel Arencibia llevaba meses insistiendo en el juzgado para que se autorizara la entrega del cuerpo.

La forense María José Meilán recuerda con indignación aquel proceso: «No había ninguna razón para que la niña permaneciera tanto tiempo en una morgue. Fue una falta clara de humanidad».

El día del entierro, Kady pudo abrir unos segundos el ataúd para despedirse. Rezó en silencio junto a dos tumbas: la de su hija Yamila y la de Elené, situada a pocos metros.

Diez años después de la foto de Aylan, las costas de Canarias muestran que nada cambió. Moisés, Yamila, Elené y Aissata son la prueba de una promesa rota.

Las muertes de estos niños no fueron inevitables. Respondieron a decisiones políticas, rescates demorados, devoluciones ilegales y trámites judiciales.

A esa indiferencia institucional se suma el discurso de la ultraderecha, que criminaliza a las personas migrantes y a quienes las rescatan. El líder de Vox, Santiago Abascal, llegó a pedir que los barcos humanitarios fueran hundidos.

Las instituciones europeas y españolas insisten en hablar de gestión migratoria, pero la realidad se mide en tumbas: cementerios insulares donde descansan niños sin nombre y familias rotas.

Mientras no cambien los protocolos, mientras se siga priorizando la externalización de fronteras sobre la protección de vidas, seguirán muriendo niños y niñas inocentes.

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