Open Arms

Oscar Camps: “Aylan tenía que haber sido un nunca más, pero sigue siendo un cada día”

Óscar Camps, fundador de Open Arms, cuenta como la tragedia del pequeño sirio que murió en Lesbos le empujó a echarse al mar. Lamenta que diez años depués siga faltando "voluntad política"

l presidente y fundador de la ONG Open Arms, Óscar Camps, este jueves en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.
EFE/Alberto Valdés

La fotografía del pequeño Aylan Kurdi, hallado sin vida en una playa turca en septiembre de 2015, se convirtió en símbolo de una tragedia que llevaba años gestándose en silencio. Para millones de personas fue una imagen insoportable; para Óscar Camps, socorrista barcelonés y fundador de Open Arms, fue el detonante de un cambio radical. Junto a su socio Gerard Canals viajó de urgencia a la isla griega de Lesbos, donde cientos de refugiados sirios intentaban llegar cada día en balsas frágiles. Allí empezó todo.

Aquel viaje improvisado hace 10 años se convirtió en la primera misión de una organización que hoy es referente internacional. Open Arms ha rescatado a más de 70.000 personas en el Mediterráneo central, el mar más mortífero del planeta para quienes buscan llegar a Europa. Con los años, el proyecto dejó de ser la aventura de un socorrista y se transformó en una estructura sólida. A esa historia se sumó pronto Esther Camps, hija del fundador, que viajó también a Lesbos tras los pasos de su padre. Fue allí donde comenzó a implicarse en las operaciones de rescate. Una década después, Esther es una de las jefas de misión y coordina el voluntariado de la organización, papel clave en el engranaje que mantiene activo al buque humanitario.

La acción de Open Arms se ha extendido más allá del Mediterráneo. En 2020, durante la pandemia, colaboró en el traslado de ancianos desde residencias; navegó hacia Ucrania en el principio del conflicto para llevar ayuda humanitaria, en 2023 participó en el envío de ayuda tras el terremoto de Siria y Turquía; y en 2024 protagonizó, junto a World Central Kitchen, un corredor marítimo para llevar alimentos a la población de Gaza. La primera misión rompió un bloqueo naval que llevaba dos décadas vigente. La segunda terminó de forma trágica, con siete cooperantes muertos tras un ataque israelí a un convoy de ayuda claramente identificado.

Este año, por primera vez, el buque ha recalado en Canarias. Permanecerá varias semanas en el archipiélago con un doble propósito: abrir sus puertas a la ciudadanía y preparar a la tripulación para posibles rescates en la ruta atlántica, un corredor cada vez más utilizado por los cayucos que zarpan desde África occidental.

La escala coincide con un clima político polarizado. La controversia no surge de la actividad de la ONG, sino de los discursos de la extrema derecha que han colocado al Open Arms en el centro de su ofensiva ideológica. Vox y su líder, Santiago Abascal, han convertido a la organización en objetivo de sus ataques, presentándola como una amenaza para la soberanía y llegando incluso a pedir que el barco sea “confiscado y hundido”. Ese relato busca polarizar a una parte de la sociedad, especialmente en sectores desfavorecidos, alimentando la idea de que la inmigración equivale a una invasión.

Los ejemplos recientes de Torre Pacheco o Jumilla muestran hasta qué punto el discurso incendiario de la ultraderecha está calando, amplificado a diario por sus escuadras mediáticas. A ello se suman dirigentes como Rocío de Meer, diputada de Vox de origen neerlandés, que llegó a difundir en redes sociales una imagen generada con inteligencia artificial en la que se veía al Open Arms hundido bajo el mar. Una provocación que refuerza, sin más argumento que el odio, el marco ideológico de su líder.

Amalah, uno de los niños rescatado por Open Arms en el Mediterráneo.

No se trata de un fenómeno aislado. En toda Europa, partidos de extrema derecha han hecho de la migración el eje central de su estrategia política: Marine Le Pen en Francia, Giorgia Meloni en Italia o la AFD en Alemania utilizan los mismos argumentos que Vox, vinculando la llegada de migrantes con una supuesta amenaza cultural o de seguridad. Ese discurso ha demostrado capacidad de penetrar en contextos de crisis económica o precariedad social, donde cala con mayor fuerza al ofrecer respuestas simples a problemas complejos. En España, Vox replica esa agenda, situando a organizaciones como Open Arms en el punto de mira para alimentar un relato basado en el miedo y la confrontación.

Es por eso por lo que, ante los avisos de inmovilización del Open Arms si no cumple estrictamente el decreto italiano, la organización ha decidido reforzar su presencia en el Atlántico y apoyar operaciones de rescate en la ruta hacia Canarias. El barco llegó a Tenerife el pasado jueves y recibió la visita del presidente canario, Fernando Clavijo, quien ofreció a la ONG una base estable en las islas desde la que poder desarrollar sus trabajos de sensibilización y asistencia humanitaria. Clavijo, calificó de “fascista” a Abascal por sus declaraciones desde la misma cubierta del Open Arms durante su vista en el puerto de Tenerife.

Artículo14 ha querido repasar esta década con su fundador, Óscar Camps, que sigue denunciando la falta de voluntad política y el coste humano de las decisiones europeas. Las palabras del líder de Vox, Santiago Abascal, que ha pedido que se “confisque y hunda el barco de Open Arms”, han provocado su respuesta directa. Para el fundador de la organización, no se trata de una mera exageración retórica. “No ha sido un exceso verbal. Es un peligro real” que un político normalice la violencia contra quienes salvamos vidas. Ese discurso alienta un clima hostil que puede poner en riesgo a nuestras tripulaciones, a nuestros voluntarios y, al mismo tiempo, a las personas rescatadas.

Camps rechaza de plano las acusaciones vertidas contra la ONG. “Open Arms no trafica ni comercia con nadie. Lo que hacemos es defender un derecho básico: el derecho a vivir. Y llamarnos ‘negreros’ es un insulto a la memoria de millones de esclavos.” Frente al insulto, reivindica la fuerza de los hechos: “Nuestra respuesta no será el insulto ni la amenaza, sino más de 72.000 vidas salvadas en diez años. Y quizás eso es lo que molesta a quienes basan su discurso en el odio: que mientras ellos dividen, nosotros unimos; mientras ellos señalan a los más débiles, nosotros los protegemos.” Su conclusión es tajante: “Podrán intentar hundirnos con palabras, pero nunca hundirán nuestra misión.”

La foto que originó Open Arms. La fotografía de Aylan Kurdi en la playa turca de Bodrum marcó un antes y un después. Camps revive lo que sintió al ver la imagen del pequeño tendido en la arena. “Había ya muchas fotos de personas ahogadas en el Mediterráneo, pero la mayoría anónimas. Cuerpos amontonados, desfigurados por el agua. Esa brutalidad acaba por anestesiar. Nos resulta demasiado lejana, inabarcable”, recuerda. Pero aquella imagen no era una cifra más: “Mostraba a un niño tendido boca abajo en la arena, como si durmiera. Vestido con camiseta roja y sus zapatitos, parecía que estaba dormido, pero en realidad estaba muerto.”

Confiesa que lo que lo golpeó fue la humanidad intacta de la escena. “Esa apariencia de descanso atravesó el corazón de la indiferencia. Dio la vuelta al mundo. No era un número más en una estadística, era un niño reconocible, como el hijo de cualquiera. Yo realmente vi a mi hijo en la arena, que tenía la misma edad en ese momento.” Ese instante se convirtió en una herida personal. “Esa fue la fuerza de la foto: convertir una tragedia ocurrida lejos en una herida personal para millones de personas. Aylan tenía que haber sido un nunca más. Y, sin embargo, en 2025, sigue siendo un cada día.”

El director de Open Arms denuncia que aquella conmoción no se tradujo en cambios duraderos. “Europa no entendió entonces y no lo entiende ahora. Lo que está en juego no son las fronteras. Está en juego nuestra humanidad. Y esa es la derrota de Europa. Eso es lo que perderemos si seguimos mirando hacia otro lado.”

Los datos respaldan su afirmación. “En esta década, según UNICEF, han muerto más de 3.500 niños y niñas en el Mediterráneo, al menos uno cada día. Cada uno de ellos es otro Aylan, pero sin foto, sin nombre, sin memoria pública. Y Europa convierte sus cuerpos en cifras.”

El socorrista habla con dureza de las políticas migratorias actuales. “Lo que faltan no son leyes. Nos falta voluntad política. El crimen es dejar morir a niños en nuestras costas. Y Europa se ha abrazado a políticas como la de Giorgia Meloni. Se ha hecho del bloqueo naval su programa de gobierno. Y mantiene acuerdos con Libia y Túnez que jamás firmaría para los suyos: devolver a mujeres y niños a centros de detención donde se documentan torturas, violaciones, desapariciones.”

En el caso de Italia, el gobierno de Giorgia Meloni ha convertido a las ONG de rescate en blanco directo de sus políticas. Su Ejecutivo ha aprobado decretos que limitan la capacidad de estas organizaciones para operar en el Mediterráneo central, obligándolas a dirigirse a puertos lejanos tras cada rescate o imponiendo sanciones desproporcionadas. Medidas que contradicen los convenios internacionales sobre salvamento marítimo y que, en la práctica, ponen en riesgo la vida de quienes siguen intentando cruzar el mar en embarcaciones precarias.

Camps señala además la complicidad de las instituciones comunitarias. “Bruselas, en vez de frenar esta deriva, la avala. Y la avala con fondos europeos. Eso es la pedagogía del miedo. Mueren allí y ya nadie se escandaliza. Lo que nos falta es una cooperación internacional seria con los países de origen, para que las personas no tengan que huir para buscar un lugar seguro.”

El cambio, insiste, pasa por replantear la idea de frontera. “España, Italia y Grecia no deberían ser muros de contención, sino puertos de entrada seguros y con un sistema de acogida. Europa debe dejar de mirar las migraciones como una amenaza y empezar a verlas como una oportunidad. Porque si no, seguiremos viendo fotos como la de Aylan. O peor: seguiremos sin verlas. Que los muertos en el mar ya ni siquiera sean noticia. Y no deberíamos convertir el horror en una rutina.”

Una década después de Lesbos, la razón de ser de la ONG sigue intacta. Mientras haya personas que se lanzan al mar sin saber si llegarán vivas a la otra orilla, Open Arms continuará zarpando. La misma decisión que un día tomó un socorrista frente a la imagen de un niño muerto en la arena es hoy la convicción de toda la organización y de los millones de personas que la respaldan en todo el mundo.