Anne Jenkins tenía 30 años y se había casado con Gary, de 36 años. Juntos se habían convertido en una familia de siete. Cada uno tenía dos hijos de anteriores matrimonios, más el bebé de 10 meses en común. Vivían en California.
Una mañana de 1988 jugaron a la lotería, como hacían de vez en cuando. Dejaron que los niños eligieran tres números. Gary y Anne completaron la apuesta con los otros tres. Esa misma tarde comprobaron los números. ¡Habían acertado todos! No se lo podían creer, hasta que llamaron a la administración de lotería para comprobarlo. Efectivamente eran los ganadores de nada menos que el equivalente hoy en día a 1.300.000 euros.
Anne dejó su trabajo de secretaria en la oficina de su padre. Hablaron de tener otro hijo, comprar una casa y organizaron un viaje en familia a Disney World.
Días antes de partir Gary recibió una llamada de la hermana de Anne. Hablaba muy rápido. Su mujer no había pasado a recoger a los niños, no contestaba en casa. Rápidamente se dirigió a casa. “¡Anne! ¡Anne!”. El bebé dormía en su cuna, pero no había rastro de ella. Hasta que llegó al cuarto de baño. Allí estaba su esposa desangrada. Le habían cortado el cuello.
Desesperado llamó a emergencias. “¡Dios mío, mi mujer está muerta!”.
Miércoles de rutina
“Oí a una mujer discutiendo con un hombre sobre custodia de hijos y dinero. Luego, silencio” dijo un vecino.
La autopsia reveló que hubo estrangulamiento y una herida profunda en el cuello. No había huellas, ni rastros ni armas. Las manos de Anne estaban intactas, las uñas perfectas, sin signos de lucha. Alguien había entrado con rapidez y sangre fría.

“Parece el crimen perfecto. No tenemos ninguna pista sobre la que agarrarnos” declaró un investigador.
El premio y la foto con el cheque gigante se mostró en el periódico. La alegría llegó a oídos de todos. También a los de David, el exmarido de Anne con quien batallaba desde hacía años por la custodia de sus dos hijos.
La policía comenzó a investigarle. David había sido arrestado por colocar una bomba casera en la furgoneta de su exmujer. Entre sus lecturas hallaron libros como “El crimen perfecto y cómo llevarlo a cabo” o “La alegría de la venganza fría”.
No había ADN ni huellas que le incriminaran, pero había indicios. Y un lapso de dos horas -el rango estimado del asesinato- en las que no tenía coartada.
David sabía que la nueva situación económica ponía en riesgo el proceso de divorcio: Anne tendría más recursos para abogados, más tiempo para resistir, más margen para no ceder. Un fiscal recordaría después que ese premio “le encendió. Se enfureció y empezó a lanzar amenazas. Semanas después, había una víctima de homicidio”.

David, con 33 años en el momento del juicio, fue declarado culpable y pasará el resto de su vida en la cárcel. Gary, en primera fila, rompió a llorar. “Voy a ir a casa, estar con los niños…y seguir con mi vida en la medida que pueda.”
Gary obtuvo la custodia de los dos hijos que Anne había tenido con David. “Fue muy duro, algo por lo que no quisiera volver a pasar jamás” dijo el viudo en una entrevista. Dejó su trabajo como albañil y se dedicó a criar a sus cinco niños.
Ganar la lotería hizo pública la vida de la familia y movió el avispero de un conflicto antiguo. Una desgracia para toda la familia.