La Guerra Civil española toma las tablas del Centro Dramático Nacional. No es una tarea fácil asumir una narración así, pero 1936 logra el equilibrio necesario en todas sus aristas (dramaturgia, interpretación, escenografía…) para alcanzar no sólo ser una obra documental o una propuesta de memoria histórica, sino una referencia teatral. El equipo que logró el éxito con Shock 1 (El Cóndor y el Puma) y Shock 2 (La Tormenta y la Guerra) aborda ahora el Shock de España con un éxito similar habiendo agotado ya entradas para el Teatro Valle Inclán de Madrid, con gira ya anunciada y, más recientemente, anuncio de su reprogramación nuevamente en la sala grande para arrancar la temporada 2025-2026.
1936 nos recibe con un escenario central y proyecciones de cartelería de los Juegos Olímpicos de Berlín y las olimpiadas populares de Barcelona en los costados. En este escenario rodeado de gradas comenzará la acción con, tal y como unos buenos juegos reclaman, una suerte de desfile que nos adentra en el recurso coreográfico al que la obra volverá en repetidas ocasiones a través de la omnipresencia de una figuración formada por el Coro de Jóvenes de Madrid.
La obra dirigida por Andrés Lima va haciendo uso de diálogos, discursos, diarios, narraciones y representaciones del conflicto, siempre con un cuidado especial de la música, especialmente la popular. Este recorrido por diferentes momentos de la guerra –desde sus desencadenantes hasta nuestros días– no rehúsa mirar de cerca a ambos bandos, sus causas, sus apoyos, sus debilidades y crueldades en un trabajo de documentación de Llorenç Ramis y en el que el equipo ha profundizado por numerosas fuentes.
El esqueleto de la propuesta, un texto a ocho manos de Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga se vuelve un paseo emocional e histórico que nos lleva desde la óptica del conflicto más general a esferas más íntimas, conversaciones privadas, momentos de discusión de estrategias militares, de negociación, de odio, y también de ternura. Siendo fiel al registro de Shock, el ritmo de la obra es imparable, logrando así que sus más de cuatro horas de duración (con dos descansos) no sean un impedimento para mantener la tensión y especialmente la íntima conexión que la obra logra con el público.
En el apartado actoral no hay un pero. Antonio Durán “Morris”, Alba Flores, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa, Blanca Portillo y Juan Vinuesa van deslizándose por diferentes personajes, con la dificultad que esto entraña especialmente al tratarse de figuras y hechos históricos. La actitud y la composición de los personajes suman a la verosimilitud de 1936, a la par que dan cabida en varios casos a un desarrollo mayor de la personalidad, comprensión de ciertas decisiones, tensiones, frivolidades; en resumen, un cuidado especial del carácter de cada cual para entender mejor la historia.
Las voces femeninas del conflicto
Al igual que sucede con los momentos históricos abordados, no es arbitraria la atención a ciertas figuras como Pilar Duaygües, Clara Campoamor, La Pasionaria o Rosario La Dinamitera. Esta profundización en las voces femeninas del conflicto no será un acento, sino una constante en la propuesta que rescatará en repetidas ocasiones su protagonismo y reivindicaciones.
Así, con unas interpretaciones sobresalientes, el vestuario de Beatriz San Juan y otros elementos (folletos, billetes, entre otros) consiguen que la inmersión sea completa. Un vestuario únicamente roto por el Coro de Jóvenes de Madrid: veinte jóvenes que visten de calle. En ellos pivota toda la acción como lo que son: el pueblo en el centro del conflicto. Un pueblo que canta, que baila, que huye y que llora; pero un pueblo, a fin de cuentas, y un pueblo que recuerda.