El crepúsculo de las divas

Catherine Deneuve siempre será ‘Bella de Día’

Catherine Deneuve convirtió su elegancia distante en mito del cine europeo, de musa angelical a icono inquietante bajo la mirada de Buñuel y Polanski

Para cerrar esta saga veraniega sobre el ocaso de las divas, he buscado en el vasto firmamento de las divas europeas. Entre ellas, pocas estrellas han brillado con la intensidad —y la ambigüedad— de Catherine Deneuve. Francia la consagró como su actriz más elegante, símbolo de un ideal de belleza gélido y sofisticado, pero también como una intérprete capaz de revelar, tras esa superficie perfecta, abismos de deseo, violencia y contradicción.

Su figura, marcada tanto por la mirada de Roman Polanski como por la de Luis Buñuel, forma parte esencial de la historia del cine moderno. Para entender a Deneuve en toda su magnitud hay que detenerse en esa doble metamorfosis: primero la ruptura de su imagen angelical en ‘Repulsión’ (1965) y luego su consagración como mito buñueliano en ‘Belle de jour (1967) y ‘Tristana’ (1970).

Catherine Reneuve
Fotograma de Catherine Reneuve en ‘Repulsion’, de Polanski.

Nacida en París en octubre de 1943, en plena ocupación alemana, Catherine Dorléac —ese era su verdadero apellido— creció rodeada de arte y cine. Sus padres eran actores, y ella misma debutó siendo apenas una niña. Adoptó el apellido de su madre para diferenciarse de su hermana, Françoise Dorléac, otra gran promesa del cine francés que moriría trágicamente en un accidente en 1967. La elección de llamarse “Deneuve” marcó, desde temprano, la conciencia de construir una identidad pública: más que un nombre, era una máscara.

Su primera irrupción fulgurante llegó con Jacques Demy en ‘Los paraguas de Cherburgo’ (1964), esa joya de colores pastel y romanticismo musical que convirtió a Deneuve en emblema de la “joven pura”, de la inocencia dolida, de la melancolía envuelta en gabardina amarilla. El éxito internacional fue inmediato. Francia había encontrado a su nueva diosa rubia, la heredera de un linaje de elegancia que iba de Michèle Morgan a Anouk Aimée. “Fue un papel que me abrió todas las puertas, pero también me encerró en una imagen”, diría años después la actriz.

Polanski: el ángel roto

Si Jacques Demy la había elevado a símbolo de dulzura, fue Roman Polanski quien intuyó la posibilidad de fracturar ese molde. En ‘Repulsión’, apenas un año después del musical que la lanzó a la fama, Deneuve interpretó a Carol, una joven reprimida que, atrapada en la soledad de su apartamento londinense, se hunde en una espiral de paranoia. La película, con su atmósfera claustrofóbica y sus célebres paredes que se agrietan, convirtió a Deneuve en un enigma.

“Polanski me enseñó que podía ser inquietante”, confesó en una entrevista. “Yo no lo sabía. Creía que solo servía para los papeles dulces o románticos”. Esa revelación fue fundamental para la actriz que comprendió como su aparente frialdad podía transformarse en herramienta dramática, en un lienzo sobre el que se proyectaban los miedos y deseos ocultos del espectador.

A partir de entonces, el cine dejó de verla únicamente como una muchacha angelical. Polanski la convirtió en una actriz perturbadora y eso era solo el comienzo.

La musa de la perversión burguesa de Buñuel

El verdadero giro mítico de Deneuve llegó de la mano de Luis Buñuel. El director aragonés, exiliado primero en Francia y luego en México, vio en ella el vehículo perfecto para sus obsesiones.  La represión sexual, el fetichismo, la crueldad escondida bajo los modales de la burguesía se muestran en su totalidad dentro de ‘Belle de jour‘ (1967). En esta joya cinematográfica, Deneuve encarna a Séverine, una esposa de clase alta que, incapaz de satisfacer sus deseos en el matrimonio, comienza a prostituirse en secreto durante las tardes.

Catherine Deneuve
Catherine Deneuve en un fotograma de la película ‘Belle du jour’.

El rodaje no fue fácil. Deneuve recordó en Cannes que Buñuel apenas daba indicaciones, lo que la dejaba sumida en una extraña incomodidad. “No hablaba mucho, pero su silencio era más elocuente que cualquier explicación”. Lo cierto es que esa incomodidad se trasladó a la pantalla y la Séverine de Deneuve quedó glacial, distante, impenetrable, y al mismo tiempo un cuerpo abierto a fantasías de humillación y violencia.

La película, que escandalizó y fascinó por igual, transformó a la actriz en icono de una feminidad contradictoria. “Con Belle de jour, Buñuel hizo de Catherine Deneuve un mito universal”, escribió el crítico Roger Ebert. El mito de la mujer inaccesible, pero no por ello pasiva porque su distancia era una forma de poder.

Tres años después, en ‘Tristana‘ (1970), Buñuel llevó esa exploración más lejos. Deneuve interpretó a una joven huérfana sometida a la tutela de un hombre mayor, caracterizado por Fernando Rey, donde se fusiona la ternura paternal y la explotación sexual. La transformación del personaje, de la sumisión a la venganza, de la inocencia a la amputación física y moral, mostró a una Deneuve capaz de habitar el territorio de la crueldad buñueliana con una intensidad sorprendente.

Diva de hielo

Para finales de los años setenta, Deneuve era la estrella  más elegante de Francia, además de la musa de Buñuel. Cuando el feminismo asomaba pidiendo más derechos, ella creaba sombras dentro de la mente femenina. Su imagen, asociada a la distancia glacial, la convirtió en un símbolo de glamour casi inalcanzable. Yves Saint Laurent, fascinado por su porte, la vistió en numerosas películas y la convirtió en su musa personal. Ella misma reconoció: “Con Yves me sentía protegida. Era como llevar una armadura de belleza”.

Catherine Deneuve
Fotograma de Catherine Deneuve en ‘Indochina’.

El cine internacional también la reclamaba. François Truffaut le dio uno de sus papeles más complejos en ‘El último metro‘ (1980), por el que ganó el César. Régis Wargnier la llevó hasta la nominación al Oscar con ‘Indochina‘ (1992). Y a lo largo de seis décadas, trabajó con cineastas de generaciones tan diversas como Manoel de Oliveira, Lars von Trier, André Téchiné o Arnaud Desplechin.

Pero, pese a todo, la sombra de Buñuel nunca desapareció. Belle de jour sigue siendo su película más citada, el punto de inflexión que definió su mito. En palabras del propio Buñuel. “Catherine tiene algo que nadie más posee: es a la vez fría y apasionada, cercana y lejana. Es la mujer de los sueños imposibles”.

Entre la política y la vida privada

La fascinación por Deneuve no se limita a su carrera cinematográfica. Su vida personal, siempre rodeada de discreción, también alimentó su leyenda. Su relación con Marcello Mastroianni, con quien tuvo a su hija Chiara, fue uno de los romances más célebres de los años setenta. Deneuve, fiel a su estilo, siempre ha respondido con ironía a la curiosidad mediática. “No tengo la obligación de responder a nada”.

Más allá del glamour, la actriz también ha tenido un papel público en causas políticas y sociales. Defensora del derecho al aborto y de la abolición de la pena de muerte, se ha mostrado siempre como una mujer comprometida, aunque en 2018 sorprendió al firmar un manifiesto contra lo que llamó “puritanismo” en torno al movimiento #MeToo, gesto que le acarreó críticas y que ella zanjó con claridad. “Hechos, no palabras. Lo demás es ruido”.

Catherine Deneuve
Catherine Deneuve en la ceremonia del 50 aniversario de lo premios Cesar en Paris. EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

El ocaso de una diva que no se apaga

En la saga de El ocaso de las divas, Catherine Deneuve ocupa un lugar privilegiado por encarnar esa figura femenina que supo transitar del esplendor clásico al cine moderno, de la inocencia de ‘Los paraguas de Cherburgo’ a la ambigüedad perturbadora de ‘Belle de jour’. Y lo hizo sin perder su aura, escapando siempre a las preguntas demasiado íntimas, respondiendo con gélida ironía, como quien nunca concede del todo la llave de su misterio.

Hoy, a sus más de ochenta años, sigue actuando. “Hago una película al año porque el cine me mantiene viva”, confesaba recientemente. En cada aparición pública, su porte sigue irradiando esa mezcla de inaccesibilidad y magnetismo que la convirtió en mito. Catherine Deneuve no nos deja poseer sus personajes. Es una actriz inaccesible que se resiste a la mirada del público.

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